EL PARACETAMOL DE LOS JUEVES
A las ocho en punto de la tarde, como cada jueves
desde hacía diecisiete semanas, Olga se sentaba frente al espejo de aumento,
tragaba un paracetamol de 1g sin agua, y se convencía de que ya no lo echaba de
menos.
Era un ritual pulcro, casi litúrgico. Primero la pastilla
—"acetaminofén", diría un médico con ínfulas—, luego el recordatorio
en la agenda digital: Jueves: Olvidar a Julián (no mover). A continuación,
aplicaba colorete en los pómulos como si se tratara de cubrir una inflamación,
y se sonreía con esa mueca que sólo practican quienes se creen por encima del
sufrimiento, aunque por dentro sigan vibrando con la misma frecuencia que la
alarma de un microondas.
Su terapeuta lo había dicho claramente: “El cuerpo recuerda, aunque el cerebro borre”. Pero Olga había leído en Science que el dolor emocional compartía ruta con el físico —ínsula anterior, corteza cingulada, cosas de neurociencia— y había decidido adelantarse a sus propias sinapsis.
—Si el desamor duele como un esguince, lo trato como un esguince —le explicó un día a su vecina del tercero, que se la encontró llorando en bata junto al buzón.
No era adicción, se decía. Era estrategia. El
paracetamol no le curaba la pena, pero amortiguaba los sobresaltos de su estómago
cuando Julián aparecía en una foto del pasado, abrazado a su guitarra o a la
otra —que tampoco ayudaba que se llamara Alba y tocara el chelo como si
desollara a Bach con una pluma de ganso.
Cada jueves, tras el analgésico, Olga llamaba a su madre, que siempre hablaba
del clima como si fuera un tema terapéutico. Luego escribía un poema sin
destinatario, como quien lanza mensajes en una botella desde el lavabo, y se
permitía una cucharada de dulce de membrillo, que según National Geographic,
ayuda a estabilizar la microbiota intestinal en contextos de ruptura amorosa.
Bueno, eso lo había deducido ella. Pero le sonaba creíble.
Lo que Olga no sabía es que Julián, el maldito Julián, también tomaba paracetamol todos los jueves. Pero a las ocho y cuarto.
Él lo llamaba "la dosis contra el eco", y se la tomaba justo después de pasar por delante del bar donde, dos vidas atrás, habían pedido una crema catalana y terminado besándose en el baño sin pestillo. A veces pensaba que debía estar curado, porque ya no le dolía al respirar. Sólo al tragar saliva.
Un jueves en particular, el farmacéutico de Olga, un joven que recitaba prospectos como si fueran sonetos de Lope, cometió el error de entregarle ibuprofeno. Ella lo tomó sin mirar. A las ocho y cinco, sintió una leve euforia que confundió con iluminación emocional. Llamó a su madre, no contestó. Escribió un poema con destinatario. Y a las ocho y catorce bajó al bar.
Allí, Julián estaba pidiendo una infusión con miel.
—¿Tú también...?
—...los jueves, sí.
Se miraron como quien reconoce un lunar que no recordaba. No hubo reproches, ni nostalgia barata, ni frases estilo Paulo Coelho. Sólo una risa breve, como un estornudo emocional.
—¿Paracetamol o ibuprofeno?
—Ibuprofeno. Me dieron el cambio equivocado.
—A mí me bajó la fiebre a las ocho y veinte.
No volvieron a verse. Pero desde entonces, los jueves, Olga toma vitamina C. Y Julián, melatonina. Nunca al mismo tiempo.
«Cataluña será lo que quieran los catalanes, pero también lo que quieran los otros catalanes» (Francesc Candel, nacido el 31 de mayo de 1925 por lo que se deduce que, hoy, es el centenario de su nacimiento. Él no lo celebrará. Lo que si dejó para la posteridad es su obra “Los otros catalanes” con los que aún no nos hemos puesto de acuerdo)
Hubiese cumplido 77 años pero a los 32 su cuerpo dijo basta: había bailado mucho al son de la droga.
Amor de coltell i metrònom
Em vas estimar com es trenca una corda de guitarra: amb ràbia, sense avís, esquerdant la fusta.
Els teus dits —que mai no van saber tocar res amb suavitat— m’exploraven com si jo fos una cançó sense partitura. Em vas prometre un amor etern just abans del solo, però tot es va fer feedback i soroll.
Ara, cada cop que sona el “Whole Lotta Love”, el meu cos recorda el teu ritme: salvatge, imprecís, inoblidable. I ballo. No per tu. Sinó perquè no puc deixar de fer-ho.
Com un riff que mai acaba de morir.