jueves, 3 de julio de 2025

PERSONA DE CONTACTO

En la sala de espera del centro de salud las horas se estiran como chicles viejos. Estoy sentada en el mismo sillón que ocupé hace dos semanas, o quizás fue hace dos meses. Aquí el tiempo no cuenta, solo pesa.

Frente a mí, una mujer hojea una revista donde aún anuncian móviles con teclas. A mi derecha, un niño tose en bucle mientras su madre le ofrece caramelos como si fuesen antibióticos. A mi izquierda, un hombre mayor se pelea con la pantalla del dispensador de turnos, convencido de que el sistema lo ignora a propósito. No lo culpo: a veces siento que el mundo entero es ese sistema.

Cuando por fin pronuncian mi nombre, lo hacen con una pausa incómoda, como si esperaran que alguien más se levantara por mí. Pero no hay nadie. Solo yo, levantando mi abrigo con torpeza y arrastrando el bolso como si pesara más de lo que en realidad pesa. Camino hacia la puerta con la sensación de estar rompiendo una coreografía invisible: todas las demás personas han venido con alguien. Una hija, un marido, una vecina solidaria. Yo vengo conmigo, y ya es bastante.

La doctora me recibe con una sonrisa profesional, de esas que no comprometen. Me pregunta si tengo a alguien que pueda acompañarme en caso de intervención. Le respondo con un “depende” que suena menos dramático de lo que es. Depende del día, del ánimo, de si tengo saldo emocional para pedir un favor.

Después me da un formulario.

“Contacto en caso de emergencia”.

Lo miro. Miro el bolígrafo. Miro la doctora. No hay nadie que se me ocurra que corra al hospital si me pasa algo. Alguien que no dude en soltarlo todo y aparecer en diez minutos. Alguien que sepa qué me gusta para desayunar y que mis llaves están en el segundo cajón. Me dan ganas de escribir “usted” y mirar a la doctora con cara de chiste, pero no estoy segura de que funcione.

Así que escribo mi propio número.

Mejor eso que dejarlo en blanco. Por si acaso. Por si alguna vez soy mi propia urgencia.

Cuando salgo, la sala sigue llena. Pero yo me siento menos.

«El hombre se define no tanto por lo que logra como por lo que busca.» (Ralph Barton Perry, nacido el 3 de julio de 1876 para redefinir el valor y el deseo) 

Y hoy hace 54 años que Jim Morrison se unió al "Club de los 27" junto a otr@s ilustres que decidieron vivir rápidamente la vida, sin frenos. 

Espurna de mitjanit

Em vas dir “encén-me” amb la veu esquerdada d’una promesa d’estiu. Jo, valent i inconscient, vaig fregar el teu cor com qui frega dues pedres velles buscant fum.

A la primera guspira, el teu riure es va convertir en crit; a la segona, ja cremaves com un foc de Sant Joan oblidat.

Ara balles dins meu, flama salvatge, i jo no sé si fugir o quedar-me mirant com el món s’esmicola en cendres daurades.

Si t’atanso més, m’encendré. Si et deixo, m’apagaré.

Trio la bogeria. Tanco els ulls. I et deixo cremar-me.


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario