domingo, 21 de mayo de 2023

EL ÚLTIMO DÍA DE BIKINI


Nunca pensé que vería el fin del mundo. Pero ahí estaba, frente a mis ojos, una bola de fuego que se elevaba sobre el horizonte, iluminando el cielo con un rojo sangriento. Era la bomba atómica Nutmeg, la número 129 de las que Estados Unidos había detonado desde 1945. Y yo era uno de los pocos testigos de su poder destructivo.

Estaba en el atolón Bikini, una cadena de islas en el Pacífico, donde los estadounidenses habían instalado su campo de pruebas nucleares. Yo era un periodista enviado por una revista para cubrir el evento. Me habían prometido que sería una experiencia única, que vería algo que nadie más había visto. Y tenían razón.

Pero no era lo que yo esperaba. No era una maravilla de la ciencia, sino un horror de la guerra. No era una demostración de progreso, sino una amenaza de aniquilación. No era una fuente de orgullo, sino de vergüenza.

Me habían alojado en un barco anclado a cierta distancia de la isla donde se iba a producir la explosión. Junto a mí había otros periodistas, científicos, militares y observadores internacionales. Todos estábamos ansiosos por ver el espectáculo, pero también nerviosos por las posibles consecuencias.

La noche anterior a la prueba, nos habían dado unas gafas especiales para proteger nuestros ojos del destello. También nos habían explicado las medidas de seguridad que debíamos seguir: no mirar directamente a la bomba, agacharnos tras una barrera, taparnos los oídos y esperar la señal para levantarnos.

>Pero nada nos preparó para lo que vimos.

A las 6:15 de la mañana del 21 de mayo de 1958, se oyó un zumbido que anunciaba el lanzamiento de la bomba desde un avión. Todos nos pusimos las gafas y nos pusimos en posición. Contamos los segundos hasta que se produjo el impacto.

Fue como si el sol hubiera caído sobre la tierra. Un resplandor cegador llenó el aire, seguido de una onda expansiva que sacudió el barco. Luego vino el ruido, un estruendo ensordecedor que parecía romper el cielo. Y después, el silencio.

Cuando nos dieron permiso para mirar, lo que vimos fue aterrador. La isla donde había caído la bomba había desaparecido. En su lugar había un cráter humeante rodeado de agua hirviendo. Y sobre él se alzaba una nube en forma de hongo que se elevaba hasta el espacio.

Era la imagen de la muerte.

No pude evitar pensar en los habitantes del atolón Bikini, los bikinianos, que habían sido desalojados de sus hogares por los estadounidenses para hacer las pruebas nucleares. Les habían dicho que era por su bien, que era una contribución a la paz mundial, que podrían volver pronto. Pero nunca volvieron.

Su paraíso se había convertido en un infierno.

Me sentí culpable por haber venido a ver aquello. Me sentí cómplice de un crimen contra la humanidad. Me sentí impotente ante la locura de los hombres.

Y me pregunté si algún día habría otro día como aquel.

Prudencia es la virtud que enseña a tomar decisiones razonables en condiciones de incertidumbre"(Diego Gracia Guillén, nacido el 21 de mayo de 1941, con sus manuales estudié Bioética. Un referente en cuestiones tan controvertidas como la eutanasia)

Tony Sheridan hubiese cumplido hoy 83 años. Much@s lo recuerdan, incluídos mis favoritos, The Beatles. El vídeo és una detonació real. Com es diu en el relat la bomba atòmica número 129 de les 1132 que els EUA va fer esclatar entre 1945 i 1992... i després ens culpen a nosaltres del canvi climàtic.



 

No hay comentarios:

Publicar un comentario