OSOS NEGROS ANARCOCAPITALISTAS
Free Town. Esa noble utopía, esa gema brillante de sueños anarcocapitalistas labrada con el cincel de las más fervientes convicciones libertarias. La ciudad en la que un hombre podía ser un hombre, y el gobierno... bueno, el gobierno apenas existía. Al menos eso era la teoría.
Era la época dorada del 2005, y un grupo de espíritus indomables, principalmente hombres blancos, algunos con bolsillos profundos y otros con bolsillos vacíos, pero todos con corazones llenos de pasión por la libertad, decidió establecer su paraíso de la autogestión. Un lugar donde las cadenas del gobierno no impedirían que una persona triunfara... o fracasara estrepitosamente.
Llegaron a una pequeña ciudad, un lugar de apenas un millar de almas, un tranquilo rincón de la tierra que pronto se vería invadido por un torrente de entusiasmo libertario. Los recién llegados eran como hormigas, cada uno con una visión única de cómo debería ser su colonia perfecta.
"¡Oye, no necesitamos una biblioteca municipal!", exclamó uno, "¡Cada quien puede comprar sus propios libros!".
El otro, con los ojos iluminados con el fuego de la libertad, añadió: "¡Y quién necesita bomberos y policías! ¡Podemos cuidarnos a nosotros mismos!"
Como un río que se desborda, los recién llegados inundaron la ciudad, arrasando con todo a su paso. Las viejas costumbres fueron barridas, las leyes y regulaciones se disolvieron como azúcar en agua caliente. En su lugar, surgieron nuevas reglas, o más bien, la ausencia de ellas. Era como si a un niño se le diera el control de una tienda de golosinas: la libertad inicialmente dulce pronto se volvía empalagosa y enfermiza.
La ciudad se convirtió en un paraíso de los baches, un paisaje lunar en miniatura. Los costos legales se dispararon como cohetes, destinados a llegar a la luna de la bancarrota. Los crímenes violentos florecieron como malezas en un jardín olvidado. Y los osos... bueno, los osos se convirtieron en los reyes indiscutibles de Free Town.
Los osos negros eran como los propios anarcocapitalistas, amantes de la libertad y la autogestión. Pero su amor por la libertad se extendía a la basura humana, un manjar que los atraía en manadas. Algunos residentes decidieron alimentar a los osos, como si fueran mascotas gigantes y peludas, mientras que otros optaron por dispararles, colocar trampas, o simplemente poner pimienta en sus bolsas de basura, en un intento por luchar contra la marea de osos con un muro de fuego culinario.
En 2012, uno de estos osos decidió que había tenido suficiente de los petardos y la pimienta. Se abalanzó sobre una mujer en su propia casa, como un recordatorio brutal de que la libertad absoluta no siempre es tan agradable como nos gustaría creer.
Cuando el humo se disipó, la utopía libertaria se había convertido en un paisaje distópico de socavones, crímenes, pleitos y osos. Los promotores habían terminado creando una caricatura grotesca de lo que soñaban, una distorsión de espejo de lo que pretendían demostrar al mundo.
Y aun así, en 2020, el proyecto aún vivía. La web del Free State Project seguía animando a los "amantes de la libertad" a probar suerte en la ciudad. Un tributo a la terquedad humana, a la fe inquebrantable en nuestras propias ideas, incluso cuando se vuelven contra nosotros, como un oso hambriento que ha descubierto el sabor de la basura humana.
“Los peores cementerios no son los de los hombres muertos, los peores son los cementerios de sueños que tenemos en el corazón.” (Jorge Ángel Livraga Rizzi, que hoy cumpliría 93 años, pero no. Se fue a un cementerio de esos que se ven cuando tenía 61 años)
Y antes de que se pierda en la memoria dejo esta canción de su creador que ingresó en el "club de los 27" (ya sabéis aquell@s ilustres que marcharon a la habitación de al lado a los 27 años) el 3 de setiembre de 1970. I una altra vegada en la carretera. Cap a Barcelona de nou...
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