sábado, 2 de noviembre de 2024

 FLORES PARA LOS QUE SE FUERON


El azahar se esparcía como un eco perfumado en el aire, mezclándose con el dulce y cálido aroma del cempasúchil. Ana llevaba un ramo entre las manos, sus dedos apretaban los tallos como si temiera que se le escaparan los recuerdos. La familia caminaba junta, pero cada uno inmerso en su propio silencio, siguiendo la estela que los llevaba al cementerio, justo al lado de los naranjos que siempre estaban en flor. La abuela María iba al frente, el andar lento, como si sus pies recordaran con cada paso los años acumulados y los otoños idos.

—¿Te acuerdas de la última vez que vinimos todos juntos? —susurró Ana a su hermana, Paula, que caminaba a su lado.

Paula asintió. Los recuerdos se desdibujaban entre las luces parpadeantes de las velas y el leve murmullo de los rezos en la distancia. El último año había sido difícil; la pérdida había llegado sin avisar, arrebatando al abuelo Sebastià de sus vidas sin una despedida adecuada. Ahora, los pies de la abuela tropezaban con la grava del sendero, y sus ojos estaban fijos en la pequeña tumba cubierta de flores anaranjadas.

—Dicen que el cempasúchil los trae de vuelta —murmuró María, rompiendo el silencio—. Que el color los ayuda a encontrar el camino.

Ana miró la expresión de la abuela. Algo en su voz tenía una mezcla de esperanza y certeza, como si, de alguna manera, esperara sentir la presencia del abuelo Sebastià entre ellas, al menos por un instante. Paula cerró los ojos e inspiró profundamente. Las naranjas podrías habían caído alrededor del árbol, el aroma fresco del azahar mezclándose con el olor seco de la tierra.

—¿Cómo era? —preguntó Paula, sin abrir los ojos—. ¿Cómo era cuando se reía?

La abuela sonrió sin responder de inmediato. Se agachó junto a la tumba, dejó las flores con suavidad y pasó la mano sobre la tierra recién removida. Se quedó así, en silencio, con los ojos cerrados, como si el roce de la tierra pudiese transportarla a esos días de risas fuertes y veranos eternos.

—Era como un trueno —respondió finalmente—. De esos que te asustan al principio, pero luego sabes que traerán lluvia y frescura.

Ana y Paula se miraron. Podían sentir al abuelo ahí, entre ellas, en cada palabra que la abuela pronunciaba. La nostalgia invadió el ambiente, como una manta suave que cubría los silencios y acariciaba los recuerdos. El viento sacudía las ramas de los árboles, como queriendo añadir su propia música a la escena, un lamento suave que las envolvía.

María se puso en pie, con una sonrisa tranquila.

—Vamos —dijo, y la familia comenzó a retirarse—. Hoy lo celebramos. Volvemos a casa, a cenar como cuando él estaba aquí.

Al caminar de regreso, Ana sintió una brisa que acariciaba su mejilla, y un leve susurro que le erizó la piel. Tal vez era el viento, o tal vez el abuelo Sebastià había decidido acompañarlas en su andar. Giró la cabeza, queriendo encontrar alguna señal. Y allí, entre los naranjos, le pareció ver una sombra conocida, un destello de cempasúchil entre las ramas. Por un segundo, su corazón dio un salto y quiso llamarlo. Pero luego dejó escapar el aire, sonrió, y siguió el paso de la abuela.

Al final, la magia del Día de Muertos no estaba en las flores, ni en los altares. Estaba en los recuerdos que se compartían, en las risas que nunca morían, y en esa sensación de que, a pesar de todo, nunca estamos solos del todo. Ana lo sabía ahora: el abuelo Sebastià estaría siempre, entre el aroma del azahar y el cempasúchil, guiándola de vuelta a casa.

«El placer es la felicidad de los locos. La felicidad es el placer de los sabios» (Jules Barbey d'Aurevilly, nacido el 2 de noviembre de 1808. Matizaría la frase de hoy diciendo que hay locuras que merecen la pena tener)

Y que cumplas muchos más del año que cumples hoy. Lo harás porque tus creadores son eternos.

Ara i abans

Ara i abans, em miro el teu vell retrat. Els ulls em parlen d'aquell temps perdut, dels somriures que ens regalàvem sense pensar en el futur. El so d'una guitarra ressona a l'habitació, omplint el buit que vas deixar quan et vas perdre entre els carrers del record. Vaig prometre’t que et buscaria, i encara ho faig, entre les ombres del present i les melodies del passat. Si mai tornes, si mai et retrobo, et diré tot el que va quedar pendent, ara i abans, quan les notes ens porten de nou al que érem.

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