jueves, 2 de enero de 2025

TRAGAR EL AÑO

Llevo dos días de 2025 con las once uvas todavía pegadas al cielo de la boca. Bueno, ahora son una masa amorfa, una especie de caramelo amargo de decisiones postergadas. Cada año, la misma historia: mi madre diciendo que trae mala suerte no comérselas, mi primo tragándolas como si fueran aspirinas, y yo, atragantado, peleando con la última mientras todos gritan “¡Feliz Año!” como si hubieran ganado algo.

¿Quién inventó esta tortura? Una broma pesada, seguro. Una forma sofisticada de recordarnos que hay cosas que hacemos porque sí, porque "es tradición", porque "no queda bien" escupirlas en el mantel de la abuela. Pero aquí estoy, a punto de convertir este grumo dulce en historia, porque, claro, hay que tragárselo todo, como siempre.

“¿Te acuerdas del tío Paco?”, dice mi hermana, que parece haber notado mi cara de lucha interna.

“¿El que aguantó un año con las uvas en la boca?”, respondo con la mirada fija en el vaso de agua, mi aliado en esta batalla.

“Ese mismo. Se las tragó el día que aprobó la oposición. Dijo que era su manera de cerrar el año.”

Río por lo bajo. Tragar uvas como cierre simbólico de un año entero de mierda. Algo poético y repulsivo a la vez. Quizá eso es la vida: una colección de cosas que no nos apetecen, pero que nos llevamos al estómago porque alguien dijo que es lo que toca. Como las reuniones de vecinos o las dietas detox.

Con el agua en la mano, miro la pasta en mi boca. Este puré de rituales gastados y promesas que no pedí, que nadie pidió. No sabe a nada ya, pero pesa como un año entero: las cosas no dichas, las llamadas que no hice, los planes que nunca concreté. Todo eso cabe aquí.

Cierro los ojos. Trago. Y es un triunfo.

El estómago protesta, pero la nostalgia me golpea con fuerza: el tío Paco, los brindis falsos, los gritos de “¡este sí que será nuestro año!”. ¿De verdad habrá alguien que crea en eso? Me río de nuevo. Puede que tragarse las uvas no traiga buena suerte, pero, al menos, nos da una excusa para reírnos de lo que hemos hecho. O de lo que no.

Al final, tragar no es el acto. Es la pausa que viene después, cuando la garganta está libre y por un segundo todo parece posible. Quizá por eso repetimos esta locura cada año. Porque, mientras dure esa pausa, cualquier cosa puede empezar.

«Cada historia es un viaje, una exploración de los rincones más profundos del alma humana» (José María Mendiola Insausti, traspasado “a ya sabéis dónde” el 2 de enero de 2003. Si, como decía él y decimos much@s, hay que escuchar al ignorante porque también tiene su propia historia y un alma )

Pocos han cantado una sospecha de infidelidad como Ana Bejarano (Mocedades) que hoy hace tres años que dejó de mirar al cielo levantando los ojos.

Entre dos mons

La seva mirada, un mirall trencat que reflectia dubtes. Les seves mans, entrelacem les meves, però buscaven una escapatòria. "Tómame o déjame," havia sussurrat, una súplica desesperada. I ella, atrapada entre l'amor i la por, no sabia què escollir. Cada dia era una batalla, un estira i arronsa entre el cor i la raó. Volia volar, però les seves ales estaven lligades a les seves. En aquest equilibri precari, el temps s'escolà, deixant rere seu un rastre d'incertesa.


 

 

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