HUELLAS INVISIBLES
No fue el eco de sus pasos lo que quedó en el aire, sino el peso de sus palabras. Entre las baldosas del salón, las grietas parecían ensancharse, como si quisieran tragarse la última conversación. Allí estaban todavía las copas a medio llenar, el café frío, la luz entrando oblicua, sin intención de iluminar.
“Siempre dices que me entiendes, pero nunca me escuchas.” La frase aún flotaba, suspendida entre la lámpara de techo y la mirada que él no supo sostener. No había respuesta suficiente para un abismo disfrazado de reproche.
Él recorrió con la vista la mesa. Las migajas del desayuno delataban el intento fallido de una mañana compartida. Quiso recogerlas, pero sus dedos se detuvieron al tocar el mantel. Aún quedaba su perfume allí. Era un recordatorio demasiado cruel: una fragancia que prometía presencia, aunque solo era ausencia perfumada.
Al salir, dejó la puerta entreabierta. No porque esperara su regreso, sino porque temía que cerrarla con fuerza borrara las pocas huellas que quedaban. Huellas invisibles, sí, pero pesadas como piedras en los bolsillos.
¿Puede algo que no se ve ocupar tanto espacio? Pensó en las veces que no respondió a sus mensajes, en las tardes que prefirió el silencio a compartir sus tormentas. Pensó en las palabras que se le acumularon en la garganta, pesadas como un reloj de arena del que nunca se vació el tiempo.
El reloj en la pared marcó las tres. No las tres de hoy ni las de ayer, sino las de un día cualquiera en el que las risas no se estrellaban contra los muros. Las agujas giraban, pero ya no medían el tiempo; medían la distancia.
Las palabras, lo supo entonces, no tienen sombra. Tampoco los sentimientos. Pero dejan marcas en las paredes, en los manteles, en las cosas que nadie ve. En los espacios vacíos entre dos personas que una vez se miraron y creyeron comprenderse.
Ella no volvió. Él, con las manos en los bolsillos, dejó que la luz cayera sobre la mesa, proyectando sombras que no formaban figuras. Allí, en esa ausencia llena de cosas, comprendió lo que significaba hablar sin decir nada y sentir sin dejarse ver.
Las palabras no tienen sombras, pero tampoco perdonan.
«La libertad no hace ni más ni menos felices a las personas; las hace, sencillamente, personas» (Esta frase, algo tuneada, la dijo Manuel Azaña entre el 10 de enero de 1880 y el 3 de noviembre de 1940. En su vida tuvo que “lidiar con el más fascista de todos” y, claro, un republicano al que dejaron solo y sin apoyos, no podía más que salir rejoneado)
Aunque solo vivió 30 años, del 10 de enero de 1943 al 20 de setiembre de 1973, nos dejó su tiempo en una botella.
Una ampolla de temps
Si pogués guardar el temps en una ampolla, hi guardaria cada somriure teu, cada abraçada que em fa sentir viu. Cada instant compartit, cada paraula sussurrada al vent. Els dies de sol i els de pluja, els paisatges que hem recorregut junts, les estrelles que hem contemplat. Tot ho guardaria en aquesta ampolla màgica, per poder-ho reviure sempre que volgués, per recordar que l'amor és l'únic tresor que no s'esvaeix amb el temps.
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