miércoles, 9 de abril de 2025

LA TINTA DEL SOL AJENO

En la madrugada del 4 de febrero de 1946, mientras Japón olía a ceniza, tinta china y arroz racionado, veinte estadounidenses se sentaron a escribir la historia de otro país.

—¿Qué demonios es un “kami”? —preguntó el teniente Parker, hojeando un diccionario cultural.

—Una especie de dios... o espíritu... o ancestro divino. No importa. Lo importante es que no nos va a gustar —respondió el capitán Mills, sin levantar la vista de su máquina de escribir.

Trabajaban en la sede del Cuartel General de las Fuerzas Aliadas, bajo órdenes directas del General MacArthur: redactar una constitución moderna, democrática y, sobre todo, inofensiva. Tenían siete días.

—¿Y qué hacemos con el Emperador? —dijo alguien.

—Déjalo como mascota nacional. Un símbolo. Nada con poder. Nada con luz divina.

El chiste provocó algunas risas. Luego, silencio. Parker volvió a mirar la traducción del artículo original: “El Emperador es descendiente directo de la diosa del Sol, Amaterasu.”

—¿Y si borramos eso?

—¿Y si les decimos que lo borraron ellos?

La carcajada que siguió no quedó registrada en los archivos. Tampoco los nombres de todos los participantes. Lo único que quedó fue el texto final: setenta y cinco artículos escritos en inglés, traducidos al japonés por un intérprete agotado y aprobados por un Parlamento que sabía muy bien lo que significaba votar “no” bajo ocupación militar.

—Esto es un documento histórico, capitán.

—No, teniente. Esto es un manual de instrucciones. Para que no vuelvan a hacer lo que hicieron.

En 1947, la Constitución fue aprobada oficialmente. La prensa internacional habló de “renacimiento japonés”, “paz duradera” y “valores universales”. Las mujeres votaron por primera vez. El Emperador, desde un micrófono con eco, anunció que ya no era dios, sino “símbolo del Estado y de la unidad del pueblo”.

—¿Símbolo de qué? —susurró un anciano en una tienda de incienso en Osaka—. Antes, al menos, sabíamos a quién rezábamos.

Durante más de veinte años, nadie mencionó el comité secreto. Ni en Tokio ni en Washington.

—Es mejor así —decía un profesor universitario mientras tachaba pasajes incómodos en un manual escolar—. Si el texto funciona, ¿para qué remover el origen?

Hasta que en los años 70, algunos papeles salieron del archivo. Memorandos con membretes estadounidenses, correcciones en lápiz rojo, anotaciones como “sugerir cambio de tono para no herir sensibilidades locales” y, la más clara: “Suprimir mención a Amaterasu. Contradice nuestros objetivos”.

Los periodistas escarbaron un poco.

—¿Sabía usted que la Constitución no fue escrita por japoneses?

—Claro que sí —respondió un ministro—. Lo importante es que ahora nos pertenece. ¿No es eso la democracia?

En una secundaria de Kyoto, un estudiante levantó la mano.

—Profesor, ¿por qué dice aquí que el pueblo es soberano si fue impuesta por otro país?

El maestro respiró hondo.

—Porque... alguien creyó que era mejor así. Y porque a veces, muchacho, la libertad empieza en una máquina de escribir ajena.

Hoy, Japón sigue teniendo la misma Constitución. La misma sin reformas. La misma sin guerra. Y la misma sin Amaterasu.

Pero si uno escucha con atención en ciertos templos, en los huecos entre el tañido de las campanas y las reverencias vacías, puede oír la pregunta que nunca desaparece:

—¿Quién nos escribe, cuando ya no escribimos?

«La vida es demasiado corta para vivir el sueño de otro» (Hugh Hefner, nacido el 9 de abril de 1929 para fundar la revista “Play Boy” y alegrarnos la vida a tod@s un poquito más… a pesar de los que se la cogen con papel de fumar)

Y que cumplas muchos más de los 48 de hoy y sigas pensando que lo importante es el interior es decir, el hígado, los riñones y sobre todo, los intestinos.


L’ànima que triava

No volia el teu cos perfecte, ni el teu somriure d’anunci.

Volia el crit que guardaves quan ningú mirava, el vers trencat que escrivies sense voler.

Al parc, sota la pluja, em vas dir que no eres ningú.
Jo et vaig mirar i vaig pensar: “exacte, ningú més com tu.”

No em calies bonics secrets, ni futurs daurats.
Només aquella mirada que dubtava i brillava alhora.

I encara avui, si et penso, no recordo la cara.
Recordo l’ànima. La teva ànima bonica.

 

 

2 comentarios: