EL HOMBRE QUE NO EXISTÍA (I)

El vídeo llegó antes que la rabia.
Un mendigo doblado junto a un cajero, la boca abierta, la barba pegada al pecho, un cartón por manta; un pie fuera, desertor.
La voz en off sonaba limpia, de estudio:
—Mirad bien. ¿Os da pena? Pues no existe.
Play. Y otra vez. Y otra.
Los comentarios no corrían: chocaban, se empujaban, se escupían encima. Unos se ponían finos. Otros sacaban espuma. El resto pedía más ruido.
Yo lo vi en la oficina, entre dos correos que nadie firmaba y un café con sabor a pasillo.
—¿Esto es real o ya nos están colando otro muñeco? —preguntó Marta, la de IT, sin levantar la vista del monitor.
—Tan real como lo mío: aparece, desaparece y nadie da la cara —dijo Dani.
Risas cortas. De compromiso. Como toser.
En una hora ya lo tenías en la tele del bar, en el móvil del metro y en la boca del jefe como si fuera suyo.
Portadas. Tertulias. Hilos que no acababan.
Les mandaron “verificar”.
Como si la piel viniera con código de barras.
Algunos jefes municipales salieron a la calle con gesto técnico, señalando vagabundos como quien hace inventario.
—Ese pasa.
—Ese no.
—Espera… ese me canta.
Mientras tanto, el mendigo del vídeo empezó a multiplicarse. Lo veían en Málaga, en Burgos, bajo un puente de Valencia. Siempre igual: cartón, cuerpo en curva, el pie fugado.
—Nos están vacilando —dijo Marta, enseñando la pantalla del móvil.
—O nos están midiendo —soltó Dani—. Igual somos test de estrés del sistema.
Volvieron a reír. Esta vez sonó más a defensa que a chiste. Yo me quedé callado.
Había algo en ese tío desenfocado que se me clavaba. No era pena. Era otra cosa, más baja, más cerca del estómago.
Las autoridades salieron en tromba. Ruedas de prensa, palabras largas, caras de mármol.
Hablaban de “ecosistema digital”, de “amenaza sistémica”, de “nuevo desafío”. Un policía, en la tele, miraba el vídeo en una tablet como quien mira un charco: dos segundos y a otra cosa.
Nadie preguntó por el hombre del cajero. El informe decía que no existía. Y la ciudad siguió andando.
«Ninguna persona y ninguna sociedad debe tener derecho a hacer en nuestro Fundamento ni el más pequeño cambio arbitrario… sería el comienzo de nuestra muerte.» (El autor de la frase, L. L. Zamenhof nacido el 15 de diciembre de 1859, fue nominado 12 veces al premio nobel de la paz. Tengo la impresión que, al inventor del esperanto, no le acabaron de entender)
Y la canción del vídeo le va como anillo al dedo al relato: "Sinner Man" -hombre pecador- de Nina Simone.
Llum de rebot
Al terrat, la ciutat fibrava com un monitor esgarrinxat: centelleigs, talls, intermitències que em marcaven el ritme. Buscava una zona cega, però cada ombra em calcava, com una coreografia hostil.
El mòbil va encendre’m la pell amb una llum quirúrgica. Als edificis del davant, els fanals obrien i tancaven cercles de claror, abismes on m’imaginava entaforar-me. A baix, el patrulla girava massa lent; la llum del pont el pintava de costat.
Vaig activar la càmera frontal per veure què veien ells. La imatge es va congelar: un rostre més jove, net, impacient; el que havia jurat abandonar.
La pantalla va tornar a la foscor del terrat, però ja estava fet: no fugia d’ells. Fugia d’aquell jo que acabava de trobar-me. I avançava ràpid.
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