martes, 16 de diciembre de 2025

EL HOMBRE QUE NO EXISTÍA (II)

Una noche, volviendo a casa, lo encontré en mi portal.

Sentado en el suelo, la espalda contra la pared, el cartón en el regazo. Olía a noche húmeda, a tabaco viejo, a tubería cansada. El pie, otra vez, asomaba desnudo fuera de la manta.

Se me apretó algo por dentro.

—¿Necesitas algo? —pregunté, torpe.

Levantó la cabeza. Los ojos no tenían filtro ni brillo de pantalla. Eran dos golpes secos.

—No soy yo —dijo.

—¿Cómo?

—El del vídeo. No soy yo. Pero se han pasado de listos. Se parece demasiado.

Me miraba como si yo supiera algo que él había olvidado.

—¿Te grabaron? —solté.

Negó con la cabeza.

—Peor. Me copiaron. Y ahora aparezco en sitios donde no he estado en mi vida. A veces abro el móvil y me encuentro tirado en otra ciudad. Da cosa verte así sin haberte ido.

Se rió. Un ruido breve, casi sin aire. Nada programado. O eso quise creer.

—¿Y qué quieres que haga yo? —pregunté.

Encogió los hombros.

—Nada. Pero si me ves, mírame. No al vídeo. A mí.

Nos quedamos callados. El ascensor subía y bajaba, ajeno, con su zumbido sordo.

Saqué monedas. Era lo único que encontraba en los bolsillos.

Se las puse en la mano. Tenía la piel áspera, caliente.

—Gracias —murmuró—. Aunque mañana igual se las das al modelo nuevo y ni te enteras.

No supe qué contestar.

Subí las escaleras con la sensación de dejar a alguien a medias.

En casa, puerta cerrada, luz encendida. Silencio de piso pequeño.

Saqué el móvil, gesto automático. Una notificación en la pantalla bloqueada:

“Avistado el mendigo falso en Barcelona. Versión 3.1. Más real que nunca.”

El corazón me dio un golpe seco, como si tropezara.

Abrí el vídeo.

Mi portal.

Mi acera.

Mi farola amarilla.

Y en lugar del hombre de abajo… yo.

Yo hecho un ovillo junto al cajero, con el cartón pegado al pecho, el pie fuera, la misma curva de espalda.

Hasta la mancha de la sudadera era mía.

El título:

“No existe. Pero da pena igual.”

Me quedé quieto, móvil en la mano, el brillo clavado en la cara.

Por un momento pensé que quizá el vídeo tenía razón. Que a lo mejor el falso era yo, y abajo solo quedaba alguien con frío de verdad.

«Aún no se ha demostrado que la inteligencia tenga algún valor para la supervivencia.» (Tengo que confesar que esta frase de Arthur C. Clarke, nacido el 16 de diciembre de 1917 me ha llenado de optimismo)

La melodía del vídeo os ayudará a bajar el nivel de cortisol y mejorará vuestro estrés y, espero, os tocará el alma. Su autor que hoy hace 255 años que nació hizo esa y otras 9 maravillosas sinfonías.

El tremolor del primer compàs

El piano espera, negre i quiet, com si contingués una tempesta que només jo recordo.

Seu la lluna al teclat: un dit de llum que m’invita a començar.

Toco una nota.

S’obre un espai mínim, fràgil, on podria cabre tota la meva vida si m’atrevís.

El so s’estén per la cambra amb una tristesa que no pesa, només acarona.

Cada acord és un pas que dubto fer, però avanço igualment.

Al final, quan la darrera vibració s’esvaeix, ho entenc: no he tocat la sonata.

Ella m’ha tocat a mi.


 

 

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