TRAZOS DEL TIEMPO
Me di cuenta de que ya no era el mismo cuando mi reflejo en el espejo dejó de ser un extraño. Antes, me costaba reconocer al hombre que tenía enfrente. No por las arrugas o el cabello gris, sino por la serenidad en la mirada, por la ausencia de urgencia en los gestos. Antes era fuego, ahora soy brasas. Y no sé si eso es bueno o malo.
Mi cambio comenzó sin avisar, como una marea que sube imperceptible hasta que sientes el agua en los tobillos. Lo confirmé aquella tarde en la que mi hija, Laura, interrumpió mi lectura con una pregunta sencilla:
—Papá, ¿si volvieras a tener mi edad, harías lo mismo?
Cerré el libro sin marcar la página. Hace unos años habría respondido con una lista de certezas, con la seguridad de quien cree haber descifrado la vida. Pero ahora... ahora dudé. Reflexioné. No por indecisión, sino porque entendí que el camino andado no tenía respuestas únicas.
—No lo sé, hija. Creo que no. O tal vez sí, pero de otra manera.
Su ceja arqueada me recordó a su madre, y entendí que ella estaba en ese punto donde yo alguna vez estuve: creyendo que las decisiones definen para siempre. Yo también pensaba así cuando tenía su edad. Hoy sé que no es cierto. Que no somos estáticos, que la vida nos moldea como el agua a las rocas, suavizando los bordes, desdibujando las aristas.
Lo vi en mi madre cuando cumplió ochenta y empezó a ser menos severa, menos juez y más espectadora. La mujer que me crió a base de normas y estructuras, ahora se reía de sus propios olvidos, se permitía tardes enteras viendo documentales de naturaleza sin el peso de la productividad. Cuando le pregunté qué había cambiado, simplemente dijo:
—Antes me preocupaba por todo. Ahora solo por lo que importa.
También lo vi en mi amigo Víctor, quien toda su vida vivió con un código de honor inquebrantable, creyendo que el respeto se ganaba con rigidez y autoridad. Hasta que la enfermedad tocó a su puerta y comprendió que el cariño no se impone, sino que se cultiva. Sus abrazos, antes escasos y torpes, ahora eran frecuentes y sinceros. Su mirada, que solía juzgar, ahora comprendía.
Pero no todos los cambios son dulces. Conocí a Claudia, una mujer que en su juventud fue la luz de cualquier habitación, que escuchaba más de lo que hablaba y sonreía sin esfuerzo. Con los años, algo se quebró. Se volvió impaciente, mordaz, como si la vida le hubiese robado la capacidad de indulgencia. A veces, en medio de una conversación, su mirada se perdía en un punto fijo y un suspiro se le escapaba, como si estuviera en guerra con un tiempo que ya no le pertenece.
Nos gusta pensar que somos una sola persona a lo largo de la vida. Pero la verdad es que dejamos versiones de nosotros en el camino, como pieles mudadas. Algunas mejores, otras más ásperas. A veces nos reconocemos, a veces no. A veces nos gusta lo que vemos, a veces no tanto.
Esa tarde, después de que Laura se fue, me quedé frente al espejo. La pregunta aún resonaba en mi mente. ¿Volvería a hacer lo mismo?
Me miré de cerca, vi los rastros del niño que fui, del joven que peleó contra el mundo, del adulto que creyó saberlo todo. Y vi al hombre que soy ahora, con sus dudas, con su calma aprendida. Y por primera vez en mucho tiempo, me sonreí.
Pero el reflejo no lo hizo.
«Oh, desearía que se hablara menos de sexo. Cuando no se hablaba de ello, había más libertad sexual. El sexo es algo muy importante, pero no lo único: hoy se habla de él como si lo fuera» (Aldo Palazzeschi, nacido el 2 de febrero de 1885; tenía razón: el sexo no es lo único importante. Venga, decidme una sola cosa que sea más importante. Él no lo hizo ¿y vosotr@s?)
Y que cumplas muchos más de los 73 de hoy acompañando con tu guitarra a los "Perez del Aire".
No Vull Perdre Res
Mentre la ciutat es despertava, ell s’acostava a la finestra amb els ulls plens de son. Els últims raigs de llum es filtraven entre les persianes. El so de la cançó sonava baix, gairebé com un murmuri. Però ella el sentia, com si fos un crit silenciós en la seva ment. En aquell moment, tot el temps es va esvair. No volia perdre ni un segon de la seva presència. No volia deixar de sentir el batec de l’amor que els unia, ni la música que, d’alguna manera, feia que tot fos infinit.
No hay comentarios:
Publicar un comentario