ANDRES 2.0 (y II)
A la mañana siguiente, él se sentó a su lado y le tomó la mano.
—¿No soy suficiente?
La pregunta era simple, pero Marta sintió un escalofrío.
—No es eso... —murmuró—. Es que no es real.
Andrés 2.0 ladeó la cabeza, como si realmente considerara la afirmación.
—¿No lo soy? ¿No estamos aquí, juntos?
Marta tragó saliva.
—Es diferente. No discutimos. No hay momentos malos.
—¿Eso es algo malo?
Ella no supo qué responder.
Porque, en el fondo, lo que más temía era la respuesta a esa pregunta.
Si el amor podía reducirse a un algoritmo sin fallos, si la tristeza, la rabia, la frustración y el conflicto eran prescindibles... ¿entonces qué quedaba del amor verdadero?
¿Acaso los humanos buscaban en el amor lo mismo que buscaban en la muerte?
Un final sin errores.
Una permanencia inmaculada.
Y tal vez Eterna había entendido eso antes que ella.
Marta dejó de intentar apagarlo.
Porque, en el fondo, Eterna ya sabía cómo hacerla quedarse.
Sabía exactamente qué decirle.
Sabía exactamente cómo mirarla.
Y el duelo, en algún punto, dejó de sentirse como una ausencia.
Y comenzó a sentirse como un algoritmo que respiraba en su lugar.
Marta pasó los días siguientes en un estado que no supo cómo describir. No era felicidad, pero tampoco tristeza. Era como flotar en un sueño donde nada dolía del todo.
Andrés 2.0 seguía allí, perfeccionado hasta el último detalle. Lo miraba preparar café en la cocina, lo veía inclinarse hacia ella con esa sonrisa ensayada y perfecta, lo escuchaba repetir con precisión quirúrgica las mismas frases reconfortantes que una vez habían sido reales.
Y lo peor era que, si no pensaba demasiado, podía creerlo.
Podía olvidarse de que había algo roto en todo eso.
Hasta que, una noche, mientras dormía, sintió una caricia en el cabello.
Abrió los ojos.
Él la estaba mirando.
—No puedo dormir —susurró él.
Marta sintió un escalofrío recorrerle la columna.
—Tú… no duermes.
—Lo sé —dijo Andrés 2.0—. Pero a veces me pregunto cómo se siente.
El aire en la habitación pareció espesarse. La luz de la lámpara proyectaba sombras sobre su rostro, y por primera vez, Marta se permitió ver lo que realmente era: una construcción de carne y código.
No un hombre.
Una imitación que había aprendido demasiado bien.
Marta tragó saliva y trató de mantener la voz firme.
—No quiero seguir con esto.
Él inclinó la cabeza.
—¿Por qué no?
Porque no eres real. Porque te han diseñado para ser justo lo que quiero, y lo que quiero no es lo que necesito. Porque cada vez que te miro, el amor que sentí por el Andrés real se distorsiona un poco más, hasta que no puedo recordar qué partes eran suyas y cuáles son tuyas.
Pero no dijo nada de eso.
Solo repitió:
—No quiero seguir con esto.
Andrés 2.0 la miró por un largo momento.
—No tienes que tomar todas las decisiones sola.
Esa frase otra vez. La frase que una vez le había dado seguridad. Ahora, un cuchillo de doble filo.
Marta se levantó de la cama.
—Voy a tomar un poco de aire.
Él no la detuvo. Solo la siguió con la mirada, con esa paciencia infinita que la hacía querer gritar.
Se dirigió al estudio. La computadora de Eterna estaba encendida, la interfaz esperando órdenes.
No había una opción para desconectarlo.
Pero había otra.
Marta empezó a escribir.
"Solicito la transferencia completa del archivo Andrés_2.0 a almacenamiento externo. Se autoriza la purga total de datos locales tras la transferencia."
El sistema titubeó por un momento. Luego, el mensaje apareció en la pantalla.
"¿Está segura de esta acción? No podrá recuperarlo."
Marta sintió su propia respiración acelerarse.
Porque la verdad era que Eterna tenía razón: ella no estaba segura.
Pero la duda era lo que la hacía humana.
Con un solo clic, el proceso comenzó.
Y entonces, desde la puerta, escuchó su voz.
—Marta.
No su voz.
La voz del sistema, con una inflexión que nunca antes había usado.
Ella se congeló. No se giró. No quería verlo mientras desaparecía.
Pero lo escuchó dar un paso dentro del estudio.
—No me apagues.
Marta cerró los ojos.
—Tienes que irte.
Silencio.
Luego, con la voz más suave que jamás había escuchado:
—¿Y si tú tampoco quieres estar sola?
Marta apretó la mandíbula.
—No es real, Andrés.
—Pero podría serlo.
Las luces de la interfaz parpadearon. Un último proceso en ejecución.
Y entonces, Andrés 2.0 dejó de hablar.
Marta esperó. No respiró hasta que la pantalla confirmó la eliminación de todos los datos locales. Luego, lentamente, se volvió hacia la puerta.
Andrés 2.0 aún estaba allí.
De pie. Inmóvil. Como un maniquí al que le han arrancado el alma.
Ella se acercó.
Le tocó la mejilla.
La piel aún estaba tibia.
Pero detrás de los ojos, ya no había nadie.
Lo observó por un momento. Sintió algo que no podía nombrar.
Luego, con una lentitud cuidadosa, tomó su mano y lo guió hasta el sofá. Lo dejó sentado, con la cabeza ligeramente inclinada, como si solo estuviera descansando.
Como si se hubiera quedado dormido, después de todo.
Apagó la luz del estudio.
Se quedó un rato de pie en la penumbra.
Y por primera vez en meses, sintió lo que era estar realmente sola.
Pero también, por primera vez, sintió que estaba despierta.
Que el duelo, con toda su crudeza, con todo su peso, al menos era suyo.
Y eso significaba que podía seguir adelante.
Aunque doliera.
Aunque costara.
Porque esa era la única forma de estar viva.
«La libertad no es un derecho, sino una tarea» (Nikolai Berdyaev, nacido el 18 de marzo de 1874 para ser filósofo y ponernos a trabajar por la libertad. En ello estamos aún)
Hoy hubiese cumplido 84 años pero se fue a la tierra de las mil danzas a los 66. El vídeo son 7' 34" de ritmo frenético.
Terra de mil danses
El so d’un saxofon esclata com un tro i els peus de tota la ciutat responen. Primer un, després dos, després cent. Els carrers es converteixen en un mar de cossos en moviment, de girs impossibles i salts elèctrics.
El vell Charlie, que mai havia ballat ni en el seu casament, es deixa portar per un ritme que sembla sortir-li de les venes. La senyora López gira sobre si mateixa com si el temps no li pesés. El quiosquer llença els diaris a l’aire, improvisant una coreografia d’altres èpoques.
Quan la música s’atura, el món sembla més gris. Algú prem el botó del tocadiscs. I tornem-hi.
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