EL QUE BESA NO OLVIDA
No fui al cementerio por nostalgia, ni por devoción. Fui porque necesitaba una frase. No una flor, ni una plegaria. Una frase, joder. Algo que me dijera si seguir esperando tenía algún sentido o si debía, por fin, apagar la vela.
El 1 de noviembre es el día de los que no sabemos despedirnos del todo. Los que seguimos dejando espacio en el armario y en la almohada. Aunque ya no haga falta.
Caminé por el Poblenou cuando ya estaba cerrado. Sí, salté la valla. Hay dolores que no respetan horarios, ni normas municipales.
Las lápidas brillaban mojadas. Las estatuas parecían más cansadas que sagradas. Un ángel sin brazo. Una virgen con mirada de lunes. Nombres y fechas, como listas de espera eternas.
Y allí estaba él. El Beso de la Muerte. El esqueleto que se inclina, no se sabe si para besar o para robar el último aliento. Lo había visto mil veces, pero esa noche parecía que me esperaba. Como si supiera que yo también estaba a medias.
Dicen —y en Barcelona siempre hay alguien que dice— que si apoyas la frente en la base de la escultura y cierras los ojos justo esa noche, puedes escuchar una frase de quien más extrañas.
Una frase.
Una sola.
Y no la eliges tú.
Apoyé la frente. El mármol estaba tibio, como si alguien lo hubiera acariciado antes. Cerré los ojos. Respiré. Esperé.
Nada.
Y entonces, algo.
No fue su voz. Era como si la frase saliera de dentro de mí, pero con un tono que no era mío.
—Nunca dejaste de mirar hacia atrás.
Me aparté de golpe. Como si me hubieran soplado desde los huesos. Me giré. Nadie. Ni un alma. Las palomas dormían. El mundo seguía como si nada.
Pero yo no era el mismo.
Caminé de vuelta con esa frase colgada del pecho. Era una herida, sí. Pero también una llave. Me di cuenta de que tenía razón. Que llevaba años atrapado en el recuerdo de su cuello, su risa, su forma de decir mi nombre como si lo acariciara.
Nunca dejé de mirar hacia atrás. Ni de esperar. Ni de creer que un beso podía deshacer el tiempo.
No he vuelto al cementerio. No quiero más frases. Esa fue suficiente. No vino a calmarme. Vino a soltarme.
Y lo más raro es que ahora, cuando paso por Poblenou, el aire ya no me huele a despedida.
Huele a ella.
Pero de frente.
«Creer no es afirmar un dogma; es comprometer toda la vida en una dirección» (Edouard Le Roy, nacido el 18 de junio de 1870 no siguió toda su vida en la misma dirección; a veces el camino tiene curvas, baches y rasantes)
Y que cumplas muchos más de los 49 de hoy, cantando porque, bailando, no sé yo si te va demasiado.
Sabates al maleter
Diuen que aquell estiu van prohibir el ball. Però era mentida. No ho van prohibir. El van convertir en memòria.
Jo vaig treure’m les sabates un divendres a la nit, quan la música encara sonava a dins del cotxe, i vaig córrer per l’asfalt calent, com si els talons poguessin esborrar la por dels adults.
No em vaig enamorar d’en Ren. Em vaig enamorar del crit de llibertat que es balla amb els ulls tancats.
Encara avui, quan ningú em veu, ballo.
I si em veuen, també.
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