viernes, 27 de junio de 2025

 NOSOTRAS CAVAMOS DISTINTO


—Aquí también vivió alguien —dijo ella, señalando la oquedad como si hubiese descubierto una reliquia—. Una familia, probablemente. Y dormían allí, mira, justo al fondo, donde se curva la sombra.

—¿Y qué comían? —preguntó su hermana, más práctica que romántica.

—Sal. Y viento.

Era su forma de entender el mundo: una leía los silencios como si fuesen libros secretos; la otra necesitaba pruebas con fecha, carne, receta y retorno. Y, sin embargo, ninguna quería salir de aquel lugar.


Habían llegado con gorra y sandalias, con el cuerpo aún oliendo a protector solar y la cara marcada por la siesta mal dormida en el coche de alquiler. Bajaron corriendo por la piedra caliza como si no pesaran los años ni las advertencias, y se detuvieron justo ahí, donde el paisaje se vuelve lunar, los ojos se achinan por la luz, y el suelo parece haber sido dibujado por un dios obsesivo que colecciona hexágonos.

—¿Tú crees que se puede jugar aquí?

—Tú ya estás jugando.


Y era cierto: arañaban la arena, mojaban los dedos en las salinas, construían conchas invisibles, mapas de otro tiempo. Más tarde, en la cueva marina, la mayor se quedó muda.

—¿Y esto?

—Es un truco de la tierra. Un ojo de piedra.

—O una boca —corrigió la otra—. Una boca que se lo ha tragado todo y que escupe barcos para no morirse sola.


Rieron. Se lanzaron al agua. Aprendieron que también se puede gritar bajo el mar, que los ecos no se devuelven igual en una gruta de roca blanca. Al salir, el sol las abrazó como a hijas pródigas.

 

En el último lugar, donde la playa se llena de cuerpos y la sal se mezcla con aceite solar y hamburguesas tibias, una les pidió que se hicieran a un lado.

—¡Cuidado, que salgo en la foto!

—¿Y tú de dónde eres? —le preguntaron.

—Del sitio donde nadie cava en la arena porque todo está asfaltado.

No entendieron la tristeza de aquella frase hasta más tarde, cuando se sentaron juntas bajo la sombra de una casa torcida, con ventanas falsas y actores de sonrisa entrenada. Una dijo:

—Quizás nosotras también cavamos distinto.

La otra asintió. Guardaron las piedras que habían recogido y dejaron en la arena una trinchera pequeña, justo a la medida de sus recuerdos.

«Ser libre no es hacer lo que se quiere, sino querer lo que se debe» (Gabriel Séailles, nacido el 27 de junio de 1852 para defender a capa y espada al capitán Dreyfus injustamente acusado de espionaje por la judicatura de la época. Más o menos como ahora cuando les interesa)

Y que cumplas muchos más de los 67 de hoy en compañía de tus amigüitos los gatitos.   

El gat que no sabia plorar

Aquella nit, la més fosca de totes, em vaig colar per sota la finestra d’ella. No perquè la trobés a faltar —que sí—, sinó perquè no podia dormir i l’olor de l’hort em trencava les potes.

La vaig veure asseguda al terra, abraçada al coixí que jo sempre esquivava. Ni música, ni llums, ni les paraules aquelles que em deia només quan creia que dormia. Només silenci i un rastre de llàgrimes seques.

Vaig miolar. Ella va somriure. I vaig entendre que no era l’únic que no sabia marxar


 

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