jueves, 18 de diciembre de 2025

DIAGNÓSTICO POR WHATSAPP

El bar huele a freidora vieja y a limón de lavavajillas. Ella ya está sentada, móvil boca arriba, como si fuese el tercer invitado.

—Eh… pues estás mejor que en las fotos —dice, y me lo regala con la misma alegría con la que te devuelven cambio mal contado.

—Tú también. En directo pareces… legal —le suelto.

Brindamos. Da un sorbo corto. Se aclara la garganta. No una tos de resfriado: una tos de “no sé cómo decirlo sin quedar como una cabrona”. Mira alrededor, hace ese barrido rápido de ojos como si el local fuese culpable.

—¿Nos vamos ahí? —señala una mesa al fondo—. Aquí… no sé, me noto la nariz rara.

Me levanto sin discutir. Cojo mi vaso, su vaso, mi chaqueta, su gesto. Nos mudamos dos metros como quien cambia de vida.

Se sienta. Se vuelve a aclarar la garganta. Sonríe con esa sonrisa que no pide perdón: pide que tú lo entiendas y te calles.

—Perdona, hoy estoy hecha polvo.

—Tranqui. Yo estoy hecho… sospechoso —digo, y me sale más fácil que respirar.

Hablamos de lo de siempre: trabajo, alquiler, el ex como si fuera un trámite de Hacienda. Cada vez que me inclino un poco hacia ella, ella se echa atrás un poco. Ni drama. Ni tensión romántica. Matemática. Como si su cuerpo tuviera un imán y yo fuese el metal equivocado.

—Oye —dice al rato, bajando la voz—. No me lo tomes a mal, ¿eh? Es que últimamente me da alergia todo.

Asiento. Sonrío. No pregunto “a qué”. No hace falta.

Se levanta para ir al baño. Deja la copa a medias. La servilleta doblada perfecta. La silla bien metida, educadísima, por si a alguien le preocupan las formas mientras te desaparecen.

—Ahora vengo.

—Claro —le digo. “Ahora” es una palabra flexible.

Me quedo solo. Me huelo la muñeca por costumbre, como si fuera un control de alcoholemia sentimental. Nada. Ni jabón, ni piel. Un vacío limpio.

Pasan dos canciones. Tres. El móvil vibra.

“Perdona, me ha entrado un ataque de alergia. Me voy a casa. Que te vaya bien 🙏

El emoji de las manos juntas: la hostia con incienso.

El camarero se acerca con la cuenta en la mano.

—¿Todo bien?

—Sí —le digo—. Me acaban de diagnosticar por WhatsApp.

Pago. Salgo a la calle y abro la chaqueta para que el frío me atraviese. No para curarme. Para ver si, por fin, alguien se atreve a decirme en la cara lo que ella ha escrito con un emoji.

«La pasión es una emoción prolongada e intelectualizada.» (Théodule-Armand Ribot, nacido el 18 de diciembre de 1839 quiso dar una definición culta de la pasión. No lo consiguió según mi criterio. La pasión es sentimiento racional y, casi siempre, incontrolable)

Hoy hubiese cumplido 87 años. Salió por la puerta hacia la habitación de al lado a los 57  Era un poco "animal". Racional, pero animal.

  


La sortida que no porta enlloc

A la fàbrica, l’aire té gust de ferro i resignació. La Marta em frega la mà amb dits plens de greix i futur.

—Avui sí? —em diu, sense mirar-me.

A fora, el neó del bar tremola com una promesa barata. Comptem monedes, una a una, sobre el capó calent del Seat. El motor tus, però arrenca. La carretera fa olor de pluja vella. A cada rotonda, el mateix cartell: “Sortida”. Riem. Fort. Massa.

Quan finalment trobem l’autopista, la ràdio escup la cançó de sempre. I el GPS xiuxiueja: “Heu arribat: Aquest lloc”.


 

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