NADIE SABE EN QUÉ ACABARÁ ESTO DE AHORA

Casi todo lo importante nace sin épica. Un gesto mínimo, una conversación que se alarga dos minutos más, una puerta que se cierra sin portazo, un “sí” dicho por cansancio o un “no” dicho por dignidad. En el momento, nada de eso parece decisivo. Parece vida corriente. Lo decisivo llega después, cuando el tiempo convierte lo pequeño en raíz y lo cotidiano en destino.
Tenemos la costumbre de mirar hacia atrás como quien mira un mapa ya impreso. Entonces creemos ver líneas rectas, señales, advertencias. Nos inventamos un orden: “Era obvio”, “se veía venir”, “yo ya lo intuía”. Y sin embargo, mientras caminábamos, no había mapa. Había niebla. Había urgencias. Había una versión de nosotros limitada por lo que sabíamos, por lo que podíamos, por lo que temíamos. Esa versión actuaba con la información que tenía, no con la que tenemos ahora. Juzgarla con el expediente completo es un truco de mala fe: cómodo, pero injusto.
La memoria, además, tiene una manía peligrosa: convierte el azar en intención. Le molesta admitir que una parte enorme de la vida se decide en pasillos, en giros torpes, en casualidades. Preferimos pensar que dominamos el tablero, porque aceptar lo contrario nos deja desnudos. Pero la desnudez también libera: si no controlamos todo, entonces no todo es culpa. Y ese matiz cambia el aire de la habitación.
Hay una forma más limpia de mirar el pasado: no como tribunal, sino como archivo. No para castigarnos, sino para aprender el patrón. No para humillarnos por lo que no supimos, sino para reconocer lo que sí repetimos. Porque el error no siempre está en la decisión antigua; muchas veces está en la insistencia: el mismo tipo de persona, la misma excusa, el mismo silencio, el mismo autoengaño bien vestido. Lo que importa no es que antes no viéramos; lo que importa es si ahora queremos ver.
Y aun así, incluso viendo, no hay garantías. La vida no da certezas, da probabilidades. Decidir es apostar con una información incompleta y un corazón que a veces exagera. Por eso la pregunta útil no es “¿por qué hice aquello?”, sino “¿qué me estaba pasando por dentro cuando lo hice?”. Ahí suele aparecer la verdad: miedo a estar solo, hambre de aprobación, necesidad de control, orgullo herido, deseo, cansancio. Cuando nombramos eso, dejamos de fabricar relatos heroicos o trágicos y empezamos a entendernos.
Lo más delicado es aceptar que el presente tampoco es definitivo. A veces nos creemos atrapados en lo que hemos construido, como si el resultado actual fuera una sentencia firme. Y no: es una estación. Puede doler, puede pesar, puede ser incómodo, pero sigue siendo un tramo. La vida cambia incluso cuando no hacemos nada; cuánto más si decidimos cambiar algo.
Quizá la madurez consista en esto: vivir sin la fantasía de saber adónde va todo, pero sin renunciar a elegir bien. Elegir con decencia, con atención, con un poco menos de teatro y un poco más de verdad. Perdonarnos por lo que no pudimos prever. Y, a la vez, responsabilizarnos de lo que sí podemos corregir.
Porque aunque no sepamos el final, sí sabemos el tipo de persona que queremos ser mientras caminamos. Y eso, en medio de tanta niebla, es una brújula bastante digna.
«Nunca antes tanta gente entendió tan poco sobre tantas cosas.» (Dicho de otra manera: “hay much@ enteradill@ por aquí”. El autor James Burke, de quién hoy celebramos su 89 aniversario y le deseo que cumpla muchos más)
Hoy cumple 77 años y sigue sin quemarse. Si que es cierto que ha cambiado un "poquito" desde que cantaba la canción del vídeo.
La flama que no crema
A la cuina, la vitro fa clic i encén un cercle taronja. L’aire fa olor de metall calent i de pluja als cabells. Em dic que ja està, que tu ets passat, però el mòbil vibra com un animal petit. No l’agafo. Deixo que soni fins que el silenci em mossegui. Aleshores obro la nevera: una llum freda m’il·lumina els dits tremolosos. Dins, una capsa amb el teu nom, escrita amb retolador. No hi ha res. Només escalfor, com si algú encara respirés aquí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario