DIA OSCURO
Era nuestro primer viaje como esposos. Habíamos contraído matrimonio hacía apenas una semana, y decidimos pasar nuestra luna de miel en Nueva Inglaterra. Nos habían hablado de sus hermosos paisajes, sus pintorescos pueblos, su rica historia. Queríamos conocerlo todo y disfrutar de nuestra felicidad.
Viajábamos en un carruaje alquilado, conducido por un hombre llamado Samuel. Era un hombre callado y serio, que apenas nos dirigía la palabra. Nosotros tampoco le prestábamos mucha atención. Estábamos absortos en nuestro amor, en nuestros planes, en nuestros sueños.
Todo iba bien hasta que llegó el día oscuro. Fue el 19 de mayo de 1780, un día que nunca olvidaremos. Estábamos recorriendo una carretera rural, rodeada de campos y bosques, cuando el cielo se oscureció de repente. No era una nube pasajera, ni una tormenta inminente. Era algo más. Algo inexplicable y aterrador.
Samuel se detuvo y nos miró con preocupación.
-Deberíamos buscar un lugar donde pasar la noche -nos dijo-. No es seguro seguir viajando en estas condiciones.
-¿Qué pasa? -pregunté yo-. ¿Qué es esto?
-No lo sé -respondió él-. Nunca había visto algo así. Parece como si el sol se hubiera apagado.
-¿Y no volverá a salir? -preguntó mi esposa con voz temblorosa.
-No lo sé -repitió él-. Tal vez sea el fin del mundo.
-No diga tonterías -le reproché yo-. Seguro que hay una explicación científica para esto. Tal vez sea algún fenómeno astronómico, o algún efecto óptico, o alguna ilusión.
-No creo que sea ninguna ilusión -dijo Samuel señalando al frente-. Mire.
Seguí su dedo y vi una luz en la distancia. Era una luz tenue y amarillenta, que parecía provenir de una ventana. Era la única luz que se veía en medio de la oscuridad.
-Es una posada -dijo Samuel-. La conozco. Está a unos kilómetros de aquí. Podemos llegar antes de que anochezca del todo.
-¿Y si esperamos un poco? -sugerí yo-. Tal vez esto se pase pronto y podamos seguir nuestro camino.
-No creo que sea buena idea -insistió Samuel-. No sabemos cuánto durará esto, ni qué peligros puede haber en la oscuridad. Además, la posada es un lugar seguro y acogedor. Tiene buena comida, buena bebida y buena gente. Se lo aseguro.
-No sé -dije yo dudando-. Me parece que estamos exagerando. Esto no puede ser tan grave.
-Querido -me dijo mi esposa cogiéndome de la mano-. Tal vez Samuel tenga razón. No perdemos nada por pasar la noche en la posada. Así estaremos más tranquilos y podremos descansar.
Me miró con sus ojos azules y me sonrió con su boca roja. Era tan hermosa y tan dulce que no pude resistirme.
-Está bien -acepté yo-. Vayamos a la posada.
Samuel asintió con satisfacción y azuzó a los caballos. El carruaje se puso en marcha y nos dirigimos hacia la luz.
Fue el peor error de nuestras vidas.
La posada parecía normal a primera vista. Era una construcción de madera y piedra, con un letrero que decía "The Dark Day Inn". Tenía dos plantas y varias ventanas, todas ellas iluminadas por velas. Había un establo al lado, donde Samuel dejó a los caballos. Nosotros entramos por la puerta principal, que estaba abierta.
El interior era cálido y acogedor. La chimenea encendida en el salón y a su alrededor varios sofás y sillones. Había también una barra donde se servían bebidas, y unas mesas donde se podía comer. Al fondo se veían unas escaleras que llevaban al piso superior, donde estaban las habitaciones.
Lo que más nos sorprendió fue la gente. La posada estaba a rebosar, más de la que esperábamos encontrar en un lugar tan apartado. Eran hombres y mujeres de todas las edades y condiciones, vestidos con ropas elegantes y coloridas. Todos parecían estar muy animados y divertidos, como si estuvieran celebrando algo.
Nos recibió una mujer que se presentó como la dueña de la posada. Era una mujer joven y hermosa, con el pelo rubio y los ojos verdes. Llevaba un vestido rojo que resaltaba sus curvas y su escote.
-Bienvenidos al The Dark Day Inn -nos dijo con una sonrisa encantadora-. Me llamo Lilith y estoy a su servicio.
-Hola -dijimos nosotros algo desconcertados-.
-Somos unos viajeros que buscamos alojamiento para esta noche -añadí yo-.
-Por supuesto -dijo ella-. Tenemos habitaciones libres para ustedes. Son cómodas y limpias, y tienen unas vistas maravillosas.
-¿Vistas? -pregunté yo extrañado-.
-Sí -dijo ella guiñándome un ojo-. Vistas al infierno.
No entendí lo que quiso decir con eso, pero no le di mayor importancia. Pensé que era una broma o una forma de hablar.
Lilith nos cobró por adelantado el precio de la habitación y nos dio las llaves. Nos dijo que podíamos dejar nuestro equipaje en el salón y que luego subiéramos a instalarnos. Nos dijo también que podíamos disfrutar de la comida y la bebida que había en la posada, todo incluido en el precio.
Nos pareció muy generoso por su parte, pero no le dimos las gracias. Estábamos demasiado cansados y confundidos por lo que estaba pasando fuera.
Dejamos nuestras maletas en el salón y subimos a nuestra habitación. Era una habitación pequeña pero acogedora, con una cama grande y blanda, una cómoda con un espejo, un armario con perchas, una mesita con una lámpara y un baño con ducha.
Lo primero que hicimos fue mirar por la ventana. Lo que vimos nos dejó sin aliento.
El cielo estaba rojo como la sangre. Un rojo intenso y brillante que iluminaba todo el paisaje con un resplandor infernal. El bosque estaba ardiendo, las llamas devoraban los árboles como si fueran cerillas. El campo estaba lleno de cadáveres de animales y personas, algunos mutilados y otros calcinados. El aire estaba lleno de humo y ceniza, y se oían gritos de dolor y terror.
Era el infierno en la tierra.
Nos quedamos petrificados ante aquella visión apocalíptica. No podíamos creer lo que veíamos ni entender lo que pasaba.
-¿Qué es esto? -pregunté yo con voz ahogada-.
-No lo sé -respondió mi esposa temblando-.
-¿Será real? -pregunté yo otra vez-.
-No lo sé -repitió ella-.
Nos abrazamos fuerte, buscando consuelo el uno en el otro. Sentimos miedo, mucho miedo. Sentimos también culpa por haber ignorado las advertencias de Samuel y haber venido a este lugar maldito.
De repente, oímos un golpe en la puerta.
-Nosotros somos reales -dijo una voz masculina desde fuera-.
Y entonces empezaron los horrores.
"Allí donde no le entiendas, en los espacios blancos, en los huecos, pon: Te quiero" (Hermosa y descriptiva frase de Elena Poniatowska que pese a su apellido nació en México el 19 de mayo de 1932 ¡Felicidades!)
Y que cumplas muchos más de esos inquietantes 75 años. Jo he vist aquesta cara abans: el 19 de maig de 1780 en Nova Anglaterra. Se'm va aparèixer en el dia fosc.
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