EL BUEN LUGAR
Cuando desperté, lo primero que vi fue una pantalla gigante que decía: “Bienvenido al Buen Lugar”. El resplandor blanco de la sala me obligó a entrecerrar los ojos. Me incorporé en el sofá, blando como una nube, y miré a mi alrededor. Una mesa rebosante de frutas y dulces me invitaba a comer.
—¡Bienvenido! —canturreó una voz melosa.
Me giré y ahogué un grito. Una mujer de sonrisa perfecta y uniforme azul me observaba con ojos brillantes.
—Soy Janet, tu guía en el Buen Lugar. —¿Dónde estoy? ¿Estoy muerto?
—Sí, moriste en un accidente de coche. Pero no te preocupes, has sido una persona maravillosa y ahora puedes disfrutar de la eternidad en este hermoso paraíso.
Parpadeé, tratando de asimilarlo.
—Eso suena… ¿cómo decirlo? Demasiado bueno para ser verdad.
Janet soltó una risita.
—Te mostraré tu casa. Es perfecta, fue diseñada especialmente para ti.
Me condujo a una mansión imponente. Al abrir la puerta, un aroma a madera pulida y pan recién horneado me envolvió. Recorremos las habitaciones: una biblioteca con todos los libros que quise leer, una cocina con chefs a mi disposición, una habitación con vistas a un océano de aguas cristalinas.
—Y aquí está tu alma gemela, Laura —anunció Janet.
Una mujer preciosa, de sonrisa cálida, se acercó y me besó sin previo aviso.
—Siempre has deseado alguien así —susurró.
Mi mente gritaba que todo iba demasiado rápido, pero mi cuerpo se dejó arrastrar. Entre risas, Janet nos llevó a conocer el Buen Lugar. Calles perfectas, gente amable, juegos maravillosos como golf volador y catas de yogures congelados con sabores imposibles.
Todo era maravilloso. Todo era perfecto.
Demasiado perfecto.
Los errores empezaron a aparecer. Janet se quedaba congelada con una sonrisa tensa. Laura repetía frases exactas como si fueran un guion.
—Cariño, me encanta verte feliz —dijo por tercera vez en un solo día.
—¿También me amarás si digo que algo no está bien aquí? —pregunté.
Su sonrisa se crispó, pero no respondió. Los habitantes me miraban con recelo, algunos incluso parecían… asustados.
Investigué. Hablé con otros. O mejor dicho, intenté hacerlo. Cada pregunta sobre la naturaleza del lugar se encontraba con evasivas o con un silencio inquietante.
Hasta que alguien me susurró:
—¿Aún no lo ves? Esto no es el paraíso. Es el infierno.
Un escalofrío me recorrió la espalda.
—¡No! —gritó Janet desde la distancia.
Pero ya era tarde. El velo había caído. La ilusión se desmoronaba. Sabía que no pertenecía aquí. Que me habían traído por error.
Un error que debía corregirse.
Tenía que escapar.
«Uno no se hace viejo: es el resto del mundo el que te va echando de él» (Maruja Torres, nacida el 16 de marzo de 1943. La van echando del mundo pero ella se niega a irse)
Y que cumplas muchos más de los espléndidos 49 de hoy y sigue vengándote de la manera que lo haces. La traición debe tener un precio alto.
Blau Venjança
La Laia mai havia pensat que la traïció tingués un color fins que el va enxampar. Aquell blau intens del vestit d'ella, la desconeguda, s’havia quedat tatuat a la seva retina mentre ell li xiuxiuejava promeses reciclades.
No va plorar, no va cridar. Va somriure. I va fer números. L’endemà, la seva targeta va començar a suar: bossa de disseny, rellotge de luxe, sopar al millor restaurant i, per rematar, una visita al concessionari.
Quan ell va arribar a casa i va veure la sala buida i els extractes bancaris, només li va quedar un color: el blanc de la seva cara.
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