ABRAZOS 2.0
La primera vez que probé las Gafas de Realidad Aumentada Emocional (GRAE), lloré. No era el único. Según las estadísticas de la compañía, el 87% de los usuarios experimentaba un llanto liberador en su primera sesión. El otro 13% eran sociópatas o ya estaban demasiado rotos como para sentir algo.
—Es increíble —dije, quitándome las gafas con manos temblorosas—. Se sentía… real.
—Lo es —me respondió el comercial con una sonrisa ensayada—. Nuestra IA no solo proyecta a la persona que más extrañas, sino que reconstruye la experiencia emocional con algoritmos de memoria afectiva.
Traducción: el software escarbaba en tus recuerdos, analizaba tu lenguaje corporal y reconstruía, píxel a píxel, la sensación de un abrazo genuino. El calor, la presión, la respiración cerca de tu oído. No era solo ver, sino sentir.
Y eso, en una sociedad donde el contacto físico había sido erradicado por su incomodidad, era revolucionario.
Los primeros días fueron un frenesí de experiencias. Vi a mi madre, muerta hace cinco años, abrazándome con la misma ternura de siempre. Mi padre, que nunca fue muy afectuoso, me envolvía en un gesto que jamás me había dado en vida. Incluso mi ex, la que me bloqueó en todas partes, aparecía para rodearme con sus brazos virtuales y susurrar: “Lo siento”.
Era mejor que la realidad.
No había sudor, ni olores desagradables, ni la torpeza de los cuerpos al encontrarse. No más dudas sobre si era demasiado largo, demasiado corto, demasiado frío o demasiado invasivo. Era el abrazo perfecto.
Las oficinas instalaron cabinas de abrazos virtuales para mejorar la productividad. En los colegios, los niños que sufrían de ansiedad podían recibir el abrazo calmante de una madre que tal vez ni siquiera los abrazaba en casa. Y, por supuesto, el mercado negro explotó. Exparejas, celebridades, ídolos muertos. Todo el mundo tenía a alguien a quien querían abrazar y la ley no podía regular los sentimientos.
El problema fue cuando la gente dejó de abrazarse de verdad.
Había un término para aquellos que aún insistían en el contacto físico: "afectoadictos". Gente primitiva que seguía con la absurda costumbre de tocarse, incomodando a los demás con su piel, su presencia, su calor real.
Eran ineficientes, anticuados, desagradables.
Hubo una manifestación en la que cientos de ellos se reunieron en la plaza central y se abrazaron entre sí, en un acto de resistencia. Fue transmitido en directo y la gente lo miraba con el mismo morbo con el que se observan antiguas prácticas bárbaras.
—Parece un ritual prehistórico —dijo un comentarista en televisión—. Pero bueno, cada loco con su tema.
Los niños que crecieron con las GRAE nunca entendieron la necesidad del tacto. ¿Para qué tocar a alguien cuando podías tener el abrazo perfecto en cualquier momento, sin pedir permiso, sin exponerte, sin el engorro del contacto real?
El día que mi sobrino de siete años me preguntó qué se sentía abrazar a alguien de verdad, no supe qué responderle.
Había olvidado cómo era.
Eventualmente, las compañías fueron aún más lejos. La versión 3.0 de las GRAE incluyó pulsaciones eléctricas para replicar el contacto directo. Al principio, era solo una vibración suave, pero con el tiempo, perfeccionaron la sensación hasta que los usuarios experimentaban algo indistinguible de un abrazo real.
El eslogan era simple:
"Porque la piel es un concepto obsoleto."
Y así, lentamente, el tacto humano se convirtió en una reliquia. Un vestigio de una era incómoda, sudorosa y llena de imperfecciones.
Los abrazos reales pasaron de ser un gesto de amor a un acto de rebeldía.
Y como con todas las cosas que alguna vez fueron fundamentales, cuando nos dimos cuenta de lo que habíamos perdido, ya era demasiado tarde.
«El objetivo de las penas no es atormentar y afligir a un ser sensible, ni deshacer un delito ya cometido. Su objetivo es impedir que el culpable cause nuevos daños a sus conciudadanos y disuadir a otros de cometer delitos similares» (Cesare Beccaria, nacido el 15 de marzo de 1738 para que estudiase la filosofía jurídica que escribió. Y me gustó –y me gusta- la frase con que se presenta: no hay que buscar la venganza en la pena, sino la disuasión a cometer delitos)
Y que cumplas muchos más de los 63 de hoy aunque ya hace algunos años que no se te oye.
La tinta del destí
Els seus dits resseguien la pell de la meva esquena com una ploma embriagada de tinta invisible. Cada traç, cada carícia, era una promesa escrita en l'aire, una declaració signada amb el tremolor dels nostres cossos.
—Signa el teu nom aquí —xiuxiuejà amb un somriure felí.
Jo, encara presoner de la nit i dels seus llavis, vaig fer lliscar la meva mà fins al seu maluc, dibuixant les meves inicials amb un bes. Però quan em vaig girar per mirar-la, només quedava el llençol fred, blanc com un paper en blanc.
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