domingo, 9 de marzo de 2025

 EL JUICIO DE LOS DIENTES CAÍDOS

 

Al principio, solo fue un sueño aislado. Se miraba en el espejo del baño y veía cómo sus dientes, uno a uno, comenzaban a tambalearse y caer, deslizándose entre sus labios hasta golpear el lavabo con un sonido hueco. Despertaba con la lengua explorando su dentadura intacta, con un sudor frío y la sensación pegajosa de algo pendiente.

Luego el sueño se repitió. Y se repitió. Y se repitió.

Cada noche, en diferentes escenarios: en una reunión importante, en la calle, en una cena con su exesposa. Siempre la misma escena de terror mudo, la misma vergüenza de quedarse sin palabras, literalmente. Hasta que el sueño cambió. Una noche, en lugar de despertar sobresaltado, vio algo nuevo: una sala de juicio.

Se encontraba de pie en medio de un tribunal surrealista, con las filas de asientos ocupadas por versiones de sí mismo a diferentes edades. Un Álvaro adolescente, con brackets y una chaqueta de cuero demasiado grande. Un Álvaro universitario con ojeras y manos temblorosas por el café barato. Un Álvaro de hace cinco años, con el traje bien planchado y los ojos apagados de alguien que ya no sueña despierto. Y al fondo, su versión infantil, con la sonrisa inocente de quien aún cree en la permanencia de las cosas.

El juez, una figura con su rostro pero sin boca, golpeó el mazo.

—Se abre el juicio contra Álvaro C. por abandono de identidad.

—¿Perdón? —logró balbucear, sintiendo cómo una muela se desprendía en su boca y aterrizaba en su lengua.

—Hace años que te has tragado tus palabras, que has dejado de decir lo que piensas, que has permitido que tu vida se erosione como un diente sin raíz —la voz del juez retumbó en la sala—. Ahora, enfrentémoslo.

Uno a uno, sus diferentes versiones subieron al estrado. El adolescente habló de las veces que soñó con ser músico antes de que le convencieran de que eso no pagaría las facturas. El universitario relató las oportunidades que dejó pasar por miedo al fracaso. El Álvaro recién divorciado habló de cómo permitió que la rutina y el miedo al cambio lo convirtieran en un espectador de su propia vida.

Cada testimonio era un golpe, cada palabra perdida otro diente que caía.

—Veredicto: culpable —sentenció el juez sin boca—. Sentencia: recuperar la voz o perderla para siempre.

Álvaro despertó con la boca seca y la sensación de que algo dentro de él se había desmoronado. Pero esa mañana, cuando entró a la oficina y su jefe le echó la enésima reprimenda injusta, no se tragó sus palabras. Las dejó salir, firmes y claras, como si estuviera masticando cada sílaba con la dentadura recién puesta.

Aquella noche volvió a soñar, pero ya no estaba en el tribunal. En su reflejo, su sonrisa seguía completa.

«El papel del gobierno soviético es fortalecer la paz mundial, pero si la guerra es inevitable, debemos estar preparados para la victoria» (Viacheslav Mólotov, nacido el 9 de marzo de 1890 para ser recordado por sus cócteles más que por su obra de vida. Y no es que tuviese una coctelería) 

Y que cumplas muchos más de los 51 de hoy para que puedas contarles y cantarles a tus nietos la canción de vídeo. 

La història que no vam viure

—Papà, conta’m una altra vegada com va ser la revolució.

L’home somriu i mira el seu fill. Li agradaria explicar-li que van guanyar, que el món va canviar per sempre, que la justícia es va quedar entre nosaltres. Però la veritat és més grisa.

—Va ser una època plena d’esperança —diu, escollint bé les paraules—. Crèiem que podríem trencar amb el passat, que el futur ens pertanyia.

—Però, aleshores, què va passar?

L’home sospira.

—Ens vam fer grans, fill. I ens van vendre la mateixa història, només que amb altres paraules.


 

 

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