LA NOBLE CIENCIA DE LLAMAR A LAS COSAS POR OTRO NOMBRE
"Me llamaron urraca por primera vez a los ocho años, justo después de caerme torpemente sobre el barro, caminando en esos zapatos brillantes que mi madre me obligaba a usar los domingos", recuerdo, revolviendo mi café con gesto distraído. Aquella tarde, el abuelo, serio y con bigote de general franquista, me contemplaba desde el otro lado de la mesa con ojos como garbanzos duros.
—Muchacho, endereza esa espalda —me ladró, golpeando suavemente el mantel—. Parece que caminas recogiendo monedas. Andas como las urracas.
Sonreí con la ingenuidad de mis diez años, interpretándolo como un elogio sobre mi capacidad para encontrar tesoros en cualquier lugar. Pero mi padre bajó los ojos, avergonzado, porque él sí entendía. Allí, en la España profunda donde nací, las palabras eran dardos que podían clavarse en la espalda durante toda una vida.
Años después, en la adolescencia, la palabra regresó cargada con todo su peso.
—¿Otra vez con esas pulseritas, chico? —me preguntó con sorna Don Abel, el maestro rural que usaba boina hasta en agosto.
—Son bonitas —contesté retador, elevando la barbilla con un orgullo que temblaba más que mi voz.
—Te pareces a las marujas en misa de domingo, muchacho. Eres una urraca total.
Las risas discretas explotaron a mi alrededor, metralla suave que me perforó la sonrisa.
Pero crecí y, curiosamente, la palabra también lo hizo conmigo. La domestiqué como a un animal salvaje y la lucía en el bolsillo de la ironía. Empecé a vestir con camisas brillantes y zapatos lustrosos, a hablar sin vergüenza, a mover las manos al ritmo de una música que solo yo escuchaba. Me apropié del insulto y lo convertí en trofeo.
En las fiestas del pueblo, saludaba con una teatral reverencia:
—Aquí llega la urraca mayor, señores, la que todo lo que brilla lo hace suyo.
La gente reía. Yo también, pero mis risas tenían un eco distinto. Comprendí que ser urraca era también poseer la valentía de distinguir entre la burla y la aceptación, entre la tradición oxidada y la identidad auténtica.
Hoy, cuando regreso al pueblo, escucho conversaciones distintas. Los jóvenes ya no conocen ciertas palabras. Ahora las evitan con prudencia, por miedo a equivocarse, por miedo a lastimar o ser reprendidos. Las urracas han desaparecido, y con ellas la complejidad de un lenguaje que marcaba la frontera exacta entre prejuicio y reflexión.
En mi última visita al pueblo, un sobrino adolescente, pálido de buenas intenciones, me dijo con voz baja, midiendo cada sílaba como si pisara suelo pantanoso:
—Tío, dicen que eras... que eres... diferente.
Me reí, casi con ternura.
—¿Quieres decir urraca?
Él me miró desconcertado, incapaz de comprender si yo lo tomaba bien o mal.
—Tranquilo, sobrino —dije, posando mi mano en su hombro—. Algún día descubrirás que llamar a las cosas por otro nombre no las hace menos reales, solo las hace más difíciles de entender.
Hoy miro al cielo desde el patio de mi vieja casa y, en las ramas del almendro, veo una urraca que me observa con complicidad, ladeando la cabeza con ese gesto suyo tan humano, tan familiar. Sonrío y saludo en silencio, reconociéndome en ella. Quizás, en el fondo, todos somos un poco urracas, buscando entre las ruinas del lenguaje las palabras brillantes que nadie más se atreve ya a recoger.
«No hay nada más extraño y aterrador que la realidad misma, si se observa con atención» (Algernon Blackwood, nacido el 14 de marzo de 1869. Hoy día no le habría hecho falta observar con atención: lo aterrador se ve a simple vista)
Y que cumplas muchos más de los 80 de hoy junto a tus compañeros ya que sin ellos las cosas no habrían sonado igual.
Massa Tard
Vaig tancar la porta suau, però el soroll va ressonar com una condemna. La bossa a l’espatlla, les claus fredes a la mà. Al fons, la llum del menjador encara encesa, les fotos a la paret, l’eco del seu riure extingit.
Vaig escriure el missatge mil vegades, esborrant-lo cada cop. “Ho sento” semblava massa curt, massa buit. Potser hauria hagut de parlar abans, de demanar perdó quan encara quedava alguna cosa per salvar.
Ara només quedava la ciutat callada, el vent a les finestres. I jo, a la porta, amb un "ho sento" que ja no servia per res.
Hoy "bonus track" por ser uno de los que escuchaba en "mi época"... ¿y cuál es ella? (la época)
Muy bueno!
ResponderEliminarGracias mi anónim@ amig@ :D
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