EL BOSQUE ME HA SILENCIADO
El primer síntoma fue que el móvil dejó de vibrar.
El segundo, que nadie me echó de menos.
No fue un retiro espiritual. Ni una escapada detox. Fue una fuga. Apagué el portátil como quien tira un cadáver al mar, dejé el cargador en casa a propósito y caminé directo hacia lo que Google Maps aún llamaba “Zona con baja cobertura”.
El sendero estaba empapado de silencio, no de esos que se escuchan, sino de los que te miran desde las ramas. Iba con paso de ciudad: frenético, corto, apurado. El bosque, en cambio, respiraba largo. Me tragó como una siesta mal planificada.
Al principio intenté seguir el guion del Shinrin-yoku. Respirar profundo. Observar las hojas. Tocar los troncos. Pero la ansiedad tiene uñas largas y memoria corta. Al cuarto suspiro, ya estaba buscando cobertura entre los robles. Solo encontré musgo y una ardilla que me miró como si yo fuera una notificación innecesaria.
Fue entonces cuando el bosque decidió intervenir.
Primero se tragó mis palabras. Literalmente. Quise decir “qué bonito” y solo salió aire. Después, se llevó mis pasos. Caminaba pero no avanzaba. Como un GIF eterno de mí mismo. Cuando traté de mirar la hora, el reloj tenía savia en lugar de números.
El bosque no me hablaba, me interpretaba. Me mostró una piedra con forma de check azul, una raíz que parecía el logo de una red social, un arbusto que me susurró “has sido desconectado con éxito”.
No hubo miedo. Solo resignación. Como cuando aceptas que el WiFi no va a volver hasta el lunes.
Dormí entre helechos, soñando que mi jefe intentaba enviarme un correo y el sistema le respondía con un poema haiku:
“El humano duerme
donde los datos mueren.
No insistas, colega.”
A la mañana siguiente, el bosque me devolvió el habla con una condición: que no usara palabras como “proactivo”, “engagement” o “reunión breve”. Me pareció justo.
Volví a casa sin rastro de mí en internet. Ni un email. Ni un “dónde estás”. Solo un grupo de WhatsApp en silencio y una promoción de descuento en una app de meditación.
Desde entonces, practico el Shinrin-yoku semanalmente. Camino por el parque con los zapatos en la mano, huelo los pinos y escucho el rumor de los que todavía no han sido silenciados.
A veces, cuando me olvido, el bosque me manda una hoja por debajo de la puerta.
Tiene forma de icono de batería agotada.
«Pensar es el primer acto de libertad; dudar, el primer paso hacia el saber» (Enrique José Varona, nacido el 13 de abril de 1849 para enseñarnos a pensar, bueno, a un@s cuant@s)
Y que cumplas muchos más de los 53 de hoy que aún te queda mucho por quemar y purificar.
El foc només crema si l'encens
Va
penjar la bandera a l’entrada, com feia el pare.
Cada matí, cafè i silenci. Cada vespre, ràbia i records.
Les veus a la tele l’insultaven sense saber-ho.
“Ets l’únic?”, preguntava al mirall,
però el mirall callava, cansat.
El veí ja no li deia bon dia.
El gos, vell, dormia lluny del porxo.
Un dia va encendre l’encens del record,
no pas per pregar, sinó per cremar.
Per cremar tot allò que s’havia estimat.
I potser sí, potser era l’únic.
Però era prou.
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