domingo, 27 de abril de 2025

 LA BAHÍA QUE OLVIDÓ RESPIRAR


Lo primero que notó fue el silencio: un silencio que sonaba como cuando te tapas los oídos bajo el agua y todo late, desacompasado y sordo.

No había olas. No había gaviotas. Ni siquiera ese murmullo vulgar de la brisa entre los pinos. Era como si el mundo, simplemente, hubiera decidido contener el aliento.

Bruno se descalzó en la orilla, la arena dorada le abrazó los pies con un susurro tibio, y pensó —por primera vez en muchos meses— que tal vez no estaba del todo roto. O que, si lo estaba, aquel mar de cristal no iba a recriminárselo.

Las rocas, negras y carcomidas como viejos sabios de pueblo, emergían del agua transparente, apuntando al cielo con la resignación de quien ya ha visto demasiados naufragios. Más allá, donde el azul se licuaba hasta perderse en la neblina, flotaba una diminuta vela blanca. O quizá era un truco de la luz, como tantas cosas últimamente.

—Aquí no pasa nada —se dijo en voz alta, sólo para asegurarse de que aún quedaba alguien dentro.

Una corriente de agua fría acarició sus tobillos. Bruno se estremeció. Bajo el agua, las manchas oscuras se movían apenas, como latidos enterrados en la arena. No eran peces. No eran algas. Eran recuerdos.

El eco de una risa, el roce de una mano robada, la promesa rota bajo el olivo torcido en la colina. Todo eso que la ciudad había barrido debajo de su asfalto resbaladizo, aquí surgía sin vergüenza ni aviso.

Y Bruno entendió que la bahía no había olvidado respirar. Lo que había hecho era esperar.

Esperarlo a él.

No huyó. No lloró. Se sentó en la orilla como un crío obstinado, dejando que el agua subiera poco a poco por sus piernas, como un perdón lento, salado y tibio.

Las manchas bajo el agua parecieron acercarse, trazando círculos invisibles a su alrededor. Una ceremonia muda. Una bienvenida, quizás. O una despedida.

Por primera vez en mucho tiempo, Bruno se dejó hundir los talones en la arena, cerrar los ojos y escuchar. El silencio ya no era hostil.

Era un latido. Era un hogar.

Al fondo, en el horizonte, la pequeña vela blanca desapareció sin hacer ruido.

«Un pueblo ignorante es un instrumento dócil en manos del tirano» (Adamantios Koraís, nacido el 27 de abril de 1748 filosofó mucho sobre esa frase; nosotr@s también pero seguimos siendo ignorantes de lo que hacen nuestr@s tiran@s)

Y que cumplas muchos más de los 74 de hoy pero sin tanta máscara que, al final, vas a asustar a alguien.

Fet per estimar-te

Quan em vas crear, vas oblidar un detall: no tinc botó d'aturada.

Camino rere teu, nit i dia, amb un somriure programat i els braços oberts.

La ciutat fuig; tu també.

Però no puc evitar-ho: vaig ser fet per estimar-te, i cada error meu és un petó mal dirigit.

Quan finalment t'amagues, m'assec a l'asfalt, cantussejant-te, mentre la pluja em rovella les juntes.


 

 

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