sábado, 26 de abril de 2025

LA GEOGRAFÍA DEL DESEO


Dormir juntos. La prueba definitiva del amor verdadero, decían ellos. Hasta que dejaron de hacerlo.

Claudia y Marcos llevaban más de dos décadas compartiendo cama, sábanas y malos despertares. El amor, decían, se construye en lo cotidiano. Y ahí estaban ellos: construyendo amor a base de codazos nocturnos, luces encendidas a medianoche y discusiones matinales con ojeras de por medio.

El “divorcio de sueño” no fue un acto de rebeldía, sino de supervivencia. Empezaron a dormir en habitaciones separadas como quien se da un respiro. Nadie lo dijo en voz alta, pero ambos lo pensaron: así, al menos, uno duerme.

Y durmieron. Dormían bien. Tan bien que comenzaron a echarse de menos.

La casa, que antes era un campo de batalla silenciosa, se volvió territorio neutral. Cada uno rediseñó su cuarto como quien arma una trinchera amable: Claudia con sus libros apilados como castillos de papel y Marcos con su lámpara cálida y su costumbre de escuchar jazz a volumen casi imperceptible.

Y entonces ocurrió lo impensable. El deseo, que hacía años bostezaba aburrido en algún rincón de la rutina, volvió con disfraz de visita inesperada.

— ¿Te apetece venir a mi habitación esta noche? —preguntaba Claudia con tono casi adolescente.

— ¿Debo traer cepillo de dientes o es visita breve? —respondía Marcos, apoyado en el marco de la puerta como si lo hubieran teletransportado desde sus primeros días juntos.

El sexo volvió, sí, pero no como antes. Ya no era ese acto funcional de antes de dormir o después de discutir. Ahora tenía el sabor del riesgo. Del juego. De lo que se elige y no se da por sentado.

La nostalgia llenaba los pasillos. Cada puerta cerrada recordaba las veces que, de recién casados, no podían separarse ni para ir a comprar pan. Ahora, el espacio entre los dormitorios era el hilo que los volvía a unir.

El narrador —una especie de testigo invisible que podría ser cualquiera de nosotros— lo observa todo con media sonrisa. A veces, para reconectar, hay que desconectar primero.

Y una noche, sin previo aviso, pasó algo extraño. Alguien —o nadie, o ambos— se dio cuenta de que esos dos dormitorios no existían. O que, tal vez, siempre fueron uno solo dividido por el miedo a perderse.

Porque el deseo no nace del roce constante, sino del espacio. Del eco. De la pausa que permite el reencuentro.

Y en esa revelación, simple y melancólica, entendieron que el amor no necesita estar pegado. Solo necesita aire. Aire y una cama con posibilidad de visita.

«El más fuerte no es el que vence a los demás, sino el que se domina a sí mismo cuando está enfadado» (Mahoma, nacido el 26 de abril del 571 para ser el profeta de Alá y fundar el islamismo que tantos quebraderos de cabeza está dando)

Y que cumplas muchos más de los 65 de hoy. Y aunque hayas llegado a la edad "mágica" no te jubiles que la música, la buena música, nunca lo hace.

 

Quan tot calla

El món continua, impecable en la seva rutina absurda.

Jo travesso places plenes d’ombres, buscant-te entre rostres inconnexos.
A la parada del bus, una nena somriu i el gest em trenca per dins.
No hi ha manuals per reconstruir un món trencat; només passes lentes, silencis que bateguen.

Mentre el vent esborra el teu nom dels vidres entelats, jo aprenc, a contracor, a viure sense mapa.


 

4 comentarios: