LO NEGRO RESPIRA
De pequeña me decían que no usara negro.
—Te apaga —me decía mi madre, con voz de quien hablaba desde una norma secreta.
—Es un color de luto —añadía mi abuela, como si el negro cargara cadáveres en cada pliegue.
Durante años me vistieron de colores suaves, como si mi cuerpo fuera un campo que debían pintar de pasteles para que no pensara en cosas profundas. Pero yo soñaba con túnicas negras, con pasillos sin luz, con silencios que no necesitaban explicación.
El negro no me llamaba. Me poseía.
Mi primera prenda negra fue un vestido prestado. Me lo puse a escondidas para una fiesta donde no conocía a nadie. Al entrar, sentí cómo desaparecían mis bordes. Nadie me miraba. Nadie me exigía sonreír. Era como caminar siendo sombra.
Y por primera vez, me sentí libre.
Descubrí que el negro no era un vacío. Era un refugio. El negro no grita, pero se impone. No pretende agradar, pero hipnotiza. No es color: es posición.
Pronto, lo adopté por completo. Camisas, botas, medias, pensamientos. El negro me dio el derecho a no explicar, a no suavizarme. Me enseñó que no todo debía estar iluminado para ser bello.
Los demás empezaron a preguntarme si estaba triste.
—No, estoy sobria —respondía.
Cuando alguien se me acercaba con la típica frase de consuelo —“ya saldrás de esa etapa”—, sonreía por dentro. No sabían que la etapa era el disfraz de antes. Que lo anterior, lo rosado y lo correcto, había sido el luto verdadero.
El negro era mi renacer.
Un día, conocí a una mujer mayor que llevaba un abrigo de terciopelo negro hasta los tobillos. Nos cruzamos en una librería de segunda mano. Ella hojeaba libros con las manos manchadas de tinta.
—¿Sabes lo que me dijo una vez un monje? —me susurró sin levantar la vista—. Que el negro es el único color que respira sin hacer ruido.
No supe qué contestar. Solo asentí. Porque lo entendí todo.
Lo negro no es la muerte. Es el lugar donde las cosas vuelven a empezar.
Hoy trabajo como restauradora de arte. Paso mis días quitando capas, revelando pigmentos escondidos, rescatando formas que habían sido cubiertas por siglos. Lo irónico es que el color más difícil de restaurar… es el negro.
Siempre se resiste. Como si supiera que la verdad no se muestra, se intuye.
Mi secreto es que a veces dejo el negro tal como está. No lo toco. No lo limpio. Lo dejo vivir.
Y es ahí donde sucede algo extraño: los cuadros respiran.
Igual que yo, cuando entendí que el negro no era ausencia.
Era mi forma de existir.
«El futuro no es brillante. El futuro es una pesadilla que espera ser grabada» (Nigel Kneale, nacido el 18 de abril de 1922. Lo etiquetaron como escritor de ciencia-ficción pero por la frase de marras de hoy, no me parece que haya mucha ficción en ella)
Y con el color negro lo que mejor le va es una súplica desesperada, cargada de sombras elegantes. El negro aquí es emocional, existencial, visceral. La melodía misma respira oscuridad digna.
No em deixis, però vés-te'n
No em deixis, li va dir. I ell, obedient, es va quedar. Va aprendre a respirar només quan ella respirava, a caminar sense fer soroll, a esborrar-se per no destorbar.
Quan ella va marxar igualment, ell no va plorar. Va seure al sofà, va agafar el telèfon i va buscar “oblidar en un sol clic”.
No ho va trobar.
Llavors va cuinar la sopa que a ella li agradava, i va menjar-se-la en silenci, com si fos un conjur.
Des d’aquell dia, ella no se n’ha anat del tot.
No hay comentarios:
Publicar un comentario