VERDE SIN MADURAR
Siempre he tenido la impresión de que me detuve en primavera.
No en una fecha exacta, ni en un recuerdo puntual. Me refiero a esa sensación de estar a punto de algo. Como una fruta que se hincha pero no cede. Como un botón que promete flor sin terminar de abrirse.
Mi madre decía que el verde era el color de los comienzos. Pero lo decía como quien lee el horóscopo: sin creer demasiado.
Yo, en cambio, me lo tomé al pie de la letra.
Crecí rodeado de plantas que no daban frutos. Hojas enormes, raíces fuertes, tallos resistentes. Pero ni una flor. Mi padre decía que eran decorativas. Yo pensaba que eran tímidas.
Siempre me he sentido así: decorativo y tímido.
A los diecisiete me enamoré por primera vez de una chica que hablaba con los árboles. Literalmente. Se agachaba frente a los aligustres y les susurraba cosas. A mí me decía poco, pero me miraba como si yo también tuviera savia.
Le gustaban mis manos. Decía que parecían brotes.
Una tarde me pidió que la besara y me dio miedo. No por el beso, sino porque algo en mí supo que si la besaba, dejaría de ser verde.
Y aún no estaba listo.
Ella se marchó al final del verano. Me dejó una carta escrita en papel reciclado que olía a menta:
“Todo lo verde necesita arriesgarse a florecer. O se convierte en sombra.”
Guardé la carta durante años. No para releerla. Para comprobar que no se deshacía con el tiempo.
Nunca florecí. Me convertí en otra cosa.
Un día, en una reunión de trabajo, una compañera me llamó “inmaduro”. No como insulto. Como diagnóstico. Como quien identifica una especie de planta.
Yo sonreí.
Porque ya lo sabía.
Ser verde es mi forma de resistir. De no endurecerme. De no convertirme en fruto recogido, digerido, olvidado.
Hoy
cultivo hojas en mi balcón. No quiero flores. No quiero finales. Solo más
verde.
Verde de tallo, de promesa, de espera. Verde que no necesita madurar para tener sentido.
Porque no todo lo que no se transforma está estancado.
Algunas cosas simplemente se niegan a marchitarse.
«La mejor manera de predecir el futuro es inventarlo» (Kurd Lasswitz, nacido el 20 de abril de 1848 para no ser adivino pero sí escritor de ciencia ficción y filósofo que, para el caso, es lo mismo)
Hoy hubiese cumplido 54 años pero se quedó en los 40 por culpa de "yasabéisqué". Su grupo ya no es el mismo sin él.
Illa d’aire
Quan ens escapem, ningú ens
busca.
Flotem damunt d’un diumenge etern, lluny dels horaris i les factures.
Tu xiules, jo faig veure que ballo.
El sol ens despentina, i els grills fan de DJ.
Aquí, en aquesta illa sense coordenades, els somriures no es pengen al núvol, es respiren.
Només existeix aquest moment, sense filtres, sense wifi.
I mentre el món continua girant a tota llet,
nosaltres estem suspesos — com dues fulles mandroses que no volen caure.
Perquè viure, a vegades, és només això: dir-li “sí” al sol i oblidar la resta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario