lunes, 21 de abril de 2025

EL MIEDO AL BLANCO



Siempre temí ensuciar.

De niño, evitaba los polos de vainilla y los rotuladores sin tapa. El blanco me hipnotizaba. Una camiseta blanca, una pared recién pintada, una hoja sin escribir… me generaban una especie de reverencia. Como si lo inmaculado fuera sagrado y yo, demasiado torpe para acercarme.

—No lo manches —decían.

Y yo obedecía. Como si cada trazo fuera una forma de decepción.

Me vestían de blanco en las ocasiones importantes. Comuniones, fotos escolares, bodas ajenas. Siempre blanco. Siempre impecable. Como si el color hablara por mí: limpio, contenido, presentable.

Pero había un problema.

Yo no era blanco por dentro.

Tenía pensamientos que se salían de línea, impulsos desordenados, dudas como nubes. A los catorce descubrí que pensar distinto a lo que se esperaba no se decía en voz alta. Y mucho menos se escribía. El blanco era para cosas claras, mensajes simples, bendiciones impresas con letra redonda.

A los veinte escribí mi primer cuento en una libreta sin renglones. Al terminar, arranqué la hoja. No por vergüenza. Por miedo a haber dañado el vacío perfecto.

Durante años viví así: sin tachones, sin gritos, sin errores visibles. Un ciudadano ejemplar con armario ordenado y sonrisa de lunes.

Hasta que la conocí a ella.

Era artista. Usaba el blanco como provocación. Lo enfrentaba. Pintaba sobre lienzos sin miedo a los excesos, y si algo no funcionaba, lo dejaba a la vista.

Una noche me regaló una hoja de papel.

—Hazle algo. Pero no le pidas permiso.

La frase me descolocó.

Tardé días en atreverme. Al final, escribí una palabra sin pensar. Luego otra. Después taché la primera. Y respiré. No era arte. Era un deshielo.

Desde entonces, el blanco ya no me intimida.

Lo miro como a una promesa que ya no necesito cumplir.

El blanco no es pureza.

Es miedo al error.

Y vivir es una forma de aprender a tachar.

«No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. Los bienes que poseemos no son nuestros, sino suyos» (Jorge Mario Bergoglio que nació para ser Papa con el nombre de Francisco y que justamente hoy se fue… al reino de los cielos –lo de la habitación de al lado me pareció que no está reservado para él. Sobre la frase que ilustra su obituario mejor me callo o si queréis saber lo que pienso daros una vuelta por la ciudad del Vaticano) 

Y que cumplas muchos más de los 66 de hoy junto a tus compañeros de banda y durante todos los días de la semana. Los lunes no son tan malos: hoy celebras tu aniversario y seguro que más de uno también fue lunes.

Divendres

Cada dilluns és una condemna. Dimarts, s’enfila a l’oficina amb els ulls tancats. Dimecres, sobreviu. Dijous, sospira. Però divendres... divendres es pinta els llavis de vermell corall, s’embolica el coll amb aquell mocador que fa olor de gin tònic i esperança, i surt.

Ell sempre espera davant la botiga de discos, amb la mateixa mirada i una rosa d’oferta.

—Avui sí?

Ella somriu, sense prometre res. Però divendres, sí. Divendres, s’enamora. I el món és un single de vinil donant voltes, només per ells.

 

 

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