martes, 22 de abril de 2025

BAJO CIELOS GRISES


Siempre me atrajo el gris.

O eso creía.

En casa no lo llamábamos así. Era “color piedra”, “visón”, “ceniza elegante”. Estaba en las cortinas, en los abrigos, en las palabras que mis padres usaban para no decir lo que sentían.

El gris no llamaba la atención. No hacía ruido. Era el color del “ni bien ni mal”. El color de “estamos tirando”. Un tono para sobrevivir sin levantar sospechas.

En la escuela, aprendí a no destacar. Notable sin excelencia. Silencioso sin ser invisible. Me hice experto en los matices: ni rebelde, ni modelo. Solo correcto. Como un cielo que promete lluvia pero se queda quieto todo el día.

A los treinta, mi vida era una colección de decisiones grises: trabajo de oficina, conversaciones templadas, paredes que no opinaban. Era cómodo. Silenciosamente opresivo.

Decía que me gustaba la rutina. Que la estabilidad era lo más importante. Pero en el fondo sabía que no era rutina. Era dilución.

Todo empezó a resquebrajarse un martes, sin razón especial. Caminaba por la ciudad, con ese cielo plano que lo cubre todo como una resignación extendida, y vi a una mujer con un paraguas amarillo brillante. No llovía. No lo necesitaba. Era un manifiesto.

Me detuve. No por ella. Por mí.

Me di cuenta de que llevaba años bajo el mismo tono. Que el gris me había prometido paz, pero me había robado contraste. Que la neutralidad no era sabiduría, sino miedo a elegir.

Volví a casa y me senté frente al armario. Todo era gris o imitaciones del gris. Saqué una camisa y la rompí. No por odio. Por deseo de espacio.

Desde entonces, no he dejado el gris. Pero ahora lo uso con intención.

Porque el gris no es malo. Es solo un color que espera.

Y a veces, basta con decirle que ya no queremos esperar más.

«El amor es la historia de la vida de las mujeres; un episodio en la de los hombres» (Anne-Louise Germaine Necker, mas conocida como Madame de Staël, dijo esa frase entre el 22 de abril de 1766 y el 14 de julio de 1817, frase demoledora y adelantada a su tiempo sobre los roles de género en el amor)

Justos hoy hace 12 años que se fue, descalzo y con todas sus raíces, a la habitación de al lado. Lo había entendido todo. 

Arrels amb sabates noves

Va descalç pel carrer del poble, sentint cada pedra com un vers. Han passat trenta anys. La casa dels avis és ara una botiga de ceràmica amb wifi. Ell entra igualment, seu al terra i tanca els ulls. A la motxilla, un vinil de Ritchie Havens. Al cor, la veu del pare: "Torna quan ho entenguis." No ho entén del tot, però torna. Una nena li somriu. Té els seus ulls. I ell li diu: “Et veig.” No sap si és cosina, neboda o miracle. Però l’arrel reconeix la sabata. I això basta.

 

 

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