SONRÍE EN AMARILLO
Siempre me dijeron que el amarillo era felicidad.
Sol, verano, limonada.
Pero nadie me habló del otro lado. De las señales
de precaución, los semáforos temblando, los dientes demasiado blancos que
esconden una mentira.
El amarillo es sospechoso.
Yo empecé a vestirlo por necesidad. Fue en un invierno raro, de esos donde no hace frío pero sí tristeza. Compré un abrigo amarillo sin pensarlo, como quien deja entrar a un extraño en casa solo porque sonríe.
La primera vez que lo usé, la gente me miraba distinto. No como a un loco. Más bien como a alguien a quien no sabían si abrazar o evitar.
Me gustó.
Me volví adicto a esa contradicción: destacar y desconcertar. Ser visible pero no comprendido. El amarillo era eso. Era mi forma de gritar sin levantar la voz.
Una tarde me crucé con una mujer en la frutería. Llevaba gafas oscuras y un pañuelo mostaza. Me miró de arriba abajo y me soltó:
—Hay que tener valor para ir así.
—¿Por el color?
—No. Por la energía.
No supe si era un cumplido o una amenaza. Pero lo guardé como si fuera lo primero.
Pronto, el amarillo me devoró. Ya no era una chaqueta. Era bufandas, cuadernos, paredes. Me reía más, hablaba más alto, gesticulaba como si el cuerpo también necesitara irradiar. Y sin embargo… algo se resquebrajaba dentro.
El amarillo cansa.
Exige mantener el brillo incluso cuando todo dentro pide sombra.
Una noche, frente al espejo, me vi sonriendo sin ganas. Como si fuera un actor agotado de interpretar el papel del optimista incansable.
Entonces lo entendí.
El amarillo no es luz. Es reflejo.
Una luz que no nace de uno, sino que rebota. Que deslumbra a otros mientras te deja vacío.
Hoy, conservo una sola bufanda amarilla. La uso cuando necesito recordar que no toda alegría es real. Que a veces reímos para no explotar. Que lo brillante también puede quemar.
Y que el amarillo, como el sol, también se pone.
«Ser payaso es lo más serio del mundo» (Josep "Pepe" Andreu i Lasserre, más conocido como Charlie Rivel, nació el 23 de abril de 1896 para ser uno de los payasos más serios del mundo no como otr@s que son un@s aficionad@s... Y ya sabéis a quiénes me refiero)
Un 23 de abril al igual que Cervantes, Shakespeare y Garcilaso de la Vega se fue a la habitación de al lado Milva que dejó esta versión de una canción de amor y guerra.
Llums sota la pluja
Cada vespre, a les 20:00, l’Enric encenia el fanal de la cantonada, el mateix d’abans de la guerra. Ella, la Maria, l’esperava sota aquella llum tènue, amb les sabates mullades i el somriure intacte.
No es van prometre res. Només silenci, fum compartit i una cançó xiuxiuejada: sota el fanal, davant del quarter...
Setanta anys després, ell encara encén aquella bombeta rovellada. Ningú sap per què. Només ell escolta Lilí Marlene dins seu, i balla amb una ombra que no ha envellit mai.
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