martes, 29 de abril de 2025

SILENCIO REMUNERADO

 

No es culpa de nadie. O eso me repito mientras firmo el contrato de renovación con la editorial, la misma que financia libros de filosofía política y, con el otro bolsillo, invierte en empresas de armamento inteligente. Qué oxímoron tan grotesco: armamento inteligente. Como si la inteligencia pudiera disparar a conciencia sin volarse a sí misma.

Gano dinero escribiendo ensayos que invitan a pensar, a imaginar futuros posibles, a poner en cuestión la realidad que nos rodea. Firmo artículos sobre Hannah Arendt mientras el banco donde tengo mi cuenta premia a los accionistas de una empresa que desarrolla drones autónomos con reconocimiento facial. Recito a Simone Weil en conferencias pagadas por fundaciones que figuran como "colaboradoras" de instituciones de defensa nacional. Me pagan por sembrar pensamiento crítico y con ese dinero se alimentan fábricas que perfeccionan la muerte.

Y no, no es culpa de nadie. Solo mía, tal vez. Por aceptar, por saberlo, por seguir.

Una vez soñé con cambiar el mundo desde las palabras. Iluso. Hoy las palabras se me revientan en la boca como cartuchos de escopeta. Digo "justicia" y escucho la sirena de una fábrica militar; digo "dignidad" y alguien vende un algoritmo de vigilancia con mi salario. Digo "empatía" y el eco me responde con cifras de crecimiento armamentístico.

No hay mancha visible en el dinero que me llega cada mes. Es digital, aséptico, abstracto. Y sin embargo, pesa. Cada euro ganado en nombre de la humanidad se multiplica en nombre del control. No hay forma de rastrear el trayecto, pero lo intuyo. Lo siento. Como una quemadura en la nuca que nadie ve.

La otra noche, mientras corregía un texto sobre Rousseau, leí que “el primer hombre que cercó un terreno y dijo ‘esto es mío’ fue el verdadero fundador de la sociedad civil”. Pensé: el primero que escribió un tratado sobre ética y cobró por ello, tal vez fundó la industria del consentimiento. El consentimiento de pagar y callar.

Y así vivo: escribiendo sobre la paz desde un teclado financiado por la guerra. Ganando lo justo para cerrar la boca, para no mirar demasiado, para firmar sin temblar. La moral se dobla como una hoja mal impresa. Me digo que la belleza del lenguaje todavía tiene sentido, que alguien, en algún lugar, leerá algo mío y decidirá no apretar el gatillo.

Mentira.

Estoy aquí para pagar la hipoteca, pagar la comida, pagar el silencio. Todo lo demás es retórica.

«La tristeza es como la lluvia: cae sin preguntar» (Chūya Nakahara dijo esa frase entre el 29 de abril de 1907 y el 22 de octubre de 1937. Murió joven y escribió mucho sobre la tristeza. Seguramente fue la enfermedad que lo llevó a la tumba)

Nació el 29 de abril de 1945 pero se le acabó el mundo con 24 años, así que tuvo que inventarse muchas cosas demasiado rápido.

Invencions d’un amor etern

Cap cim no pesa, cap vall no esborra,
quan la veu teva ressona a dintre meu.
He trencat el gel del temps,
he desprès les fulles mortes de l’oblit,
només per sentir, un altre cop,
el batec antic dels teus ulls.

Entre tu i jo, no hi ha distància.
Només silencis que es deixen travessar
com si fossin vidre calent.
T’estimo en present,
fins i tot quan el món s’acaba.


 

 

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