LUCES FUERA
Lo primero que pensó Ernesto cuando la luz del ascensor parpadeó y se apagó por completo fue en lo ridículo que resultaba que alguien como él, experto en crisis empresariales, quedase atrapado precisamente en medio de una crisis. Eran exactamente las 12:30 p.m. del 28 de abril de 2025, momento que pasaría a la historia como "El Gran Apagón Ibérico".
Ernesto pulsó el botón de emergencia con calma irónica, como si esperase encontrar allí una voz suave y tranquilizadora. Pero la respuesta fue el silencio absoluto, esa clase de silencio profundo, incómodo, que solo es posible en la oscuridad total. Por primera vez en muchos años, Ernesto se sintió completamente vulnerable, una sensación que hasta entonces había reservado para las reuniones con accionistas.
Pasaron unos minutos hasta que escuchó otra respiración. Sus músculos se tensaron involuntariamente. Alguien más estaba en el ascensor.
—¿Hola? —preguntó Ernesto, intentando mantener el control—. ¿Quién está ahí?
—Javier, mantenimiento. Subí contigo en el primero —respondió una voz algo burlona desde el fondo del ascensor—. ¿Cómo vamos de pánico?
—Yo, bien —mintió Ernesto con un deje de ironía—. ¿Tú?
—Esto para mí es una especie de retiro espiritual. Llevo años reparando estos cacharros, siempre desde fuera. Hoy me ha tocado conocerlo desde dentro —rió suavemente Javier.
La charla pretendía aliviar la tensión, pero a medida que avanzaban los minutos, la ironía y el humor se disipaban lentamente, dando paso a la angustia.
—Leí en algún lado que después de un tiempo empiezas a experimentar algo llamado estrés agudo —comentó Ernesto intentando sonar trivial—. Aunque supongo que no debe ser grave.
—Depende —respondió Javier—. Yo he leído que el estrés te hace percibir el tiempo de manera distinta. Como si fuera más lento.
—¿Más lento que ahora?
—Exactamente —afirmó Javier, contundente—. Y la claustrofobia llega rápido. Luego empiezas a sudar, hiperventilas, sientes que te falta aire… ¿Quieres que siga?
—Por favor, no.
El ascensor se volvió un lugar más pequeño con cada frase de Javier. Ernesto notaba cómo sus latidos aumentaban, y por más que intentaba mantener el control, la ironía inicial había dado paso a un humor sombrío y desesperado.
—Dicen que la clave está en respirar —continuó Javier con una ligereza irritante—. Aunque no sé cuánto ayuda cuando realmente no sabes si vas a salir de aquí.
—¿Siempre eres tan optimista?
—Solo cuando me quedo atrapado en un ascensor con un ejecutivo que se cree invulnerable.
Pasó una hora, quizás dos. Era imposible saberlo con certeza. La oscuridad y el silencio jugaban con la percepción del tiempo. Ernesto sintió que algo le tocaba el hombro y dio un respingo, golpeándose la cabeza contra la pared metálica.
—¿Qué demonios haces? —exclamó, molesto y asustado.
—Tranquilo, hombre, es solo para ver si sigues vivo —contestó Javier con una calma que parecía imposible en aquella situación.
Finalmente, tras lo que parecieron siglos, el ascensor se agitó ligeramente y volvió la luz, cegadora y cruda. Ernesto entrecerró los ojos, aliviado, y se giró para agradecerle a Javier haber mantenido la calma, aunque fuera con ironía, durante aquellas horas.
Pero estaba solo.
No había nadie más en el ascensor. La voz, las risas, las palabras de Javier, todo había sido producto de su mente tratando desesperadamente de mantener un frágil equilibrio entre la cordura y el pánico.
Al salir, aturdido y aún conmocionado, Ernesto observó su reflejo en el espejo del pasillo: despeinado, ojeroso, completamente vulnerable.
Nunca supo si realmente hubo un Javier, o si todo aquello había sido una lección irónica de su propia mente. Pero una cosa estaba clara: en la próxima crisis, estaría mucho menos seguro de sí mismo.
«La historia no es pasado: es presente que se repite con otros nombres» (Juan Carlos Chirinos, nacido el 3 de mayo de 1967 y de quién hoy celebramos su onomástica, hecho que ha venido repitiendo durante 58 años)
Y que cumplas muchos más de los 74 de hoy navegando viento en popa a toda vela... aunque no sea en un velero bergantín.
Veles blanques
Quan tot pesava, quan la feina, el soroll i les presses li esquerdaven la pell, ell tancava els ulls. Allà hi havia el mar. No un mar qualsevol: un horitzó etern pintat per Sailing takes me away to where I've always heard it could be. I navegava. Amb cada acord, amb cada onada imaginària, s’allunyava de tot. Ningú ho sabia, però en aquell vagó de metro, cada tarda, hi havia un home a punt de descobrir Amèrica.
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