viernes, 2 de mayo de 2025

LA PIEDRA QUE AÚN RESPIRA


Apoyé la palma en el muro como quien busca una respuesta en la piel de un amante. La piedra ardía bajo el sol del mediodía, pero no era sólo calor lo que sentí. Era pulso. Era algo que venía desde dentro. Como si la muralla, con sus bloques enormes y pesados, aún recordara el primer momento en que decidimos levantarla.

Mi madre decía que las piedras nos observan. Que no hay secreto que no se filtre por las grietas del adobe. Que por eso debemos callar cuando deseamos en voz alta.

Pero yo no quiero callar más.

Vivo en la parte alta del poblado, cerca del pozo común, donde las casas son más estrechas y el viento entra por todas partes. Mi padre fue uno de los constructores de la cisterna, y mi hermano caza jabalíes con los jóvenes de la tribu. Yo me quedé. Nunca partí hacia Emporion como algunos. Nunca quise que los griegos me pusieran nombre.

 

Mi nombre es el de las hierbas que curan. Y el de las que arden.

Hoy he vuelto a la esquina del santuario, ese rincón donde el muro hace un ángulo tan perfecto que los ancianos dicen que lo trazó la luna. Allí, hace tres noches, nos encontramos por primera vez. Él llegó en silencio, como si no pisara la tierra. Venía del otro lado del muro, de la parte baja, donde viven los que trabajan el metal. No pregunté su nombre. Sólo le toqué la muñeca, y eso fue suficiente. Porque el cuerpo no miente cuando tiembla.

Hicimos el amor junto al muro, ocultos por las sombras y por el respeto que aún se guarda a los antiguos. No hablamos. Respiramos. Sudamos. Y cuando se fue, dejó en mi mano un símbolo grabado en arcilla: un círculo abierto por un rayo. Dijo que era una promesa. O una advertencia.


Hoy lo he vuelto a traer conmigo. Lo he escondido en la base de la piedra más vieja. Quiero que quede aquí, entre las grietas, cuando yo ya no esté. No quiero que se lo lleve el fuego ni el olvido. Quiero que alguien lo toque, tal vez siglos después, y sepa que aquí, en esta colina que vigila los campos y el lago que ya se está secando, alguien deseó sin permiso. Alguien cruzó una línea. Alguien recordó.

Las piedras no hablan, pero devuelven. Lo que entregas, lo guardan. Lo que ocultas, lo gritan sin sonido.

Hoy, antes de que el sol se esconda, volveré al muro. No sé si él vendrá. No importa. No hay cuerpo más fiel que una muralla. No hay amante que escuche mejor que la piedra.


Y si no vuelvo a escribir —si alguien encuentra este trozo de piel de cabra con trazos torpes— que sepa esto:

Aquí me esperé.

Aquí ardí.

Aquí no pedí permiso para vivir.

«La verdadera revolución no es la que derrama sangre, sino la que transforma conciencias» (Eugen Relgis, nacido el 2 de mayo de 1895. Si las revoluciones se hubiesen producido como preconizaba el bueno de Eugen, el mundo no sería mundo)

Y que cumplas muchos más de los 75 de hoy en los que te deseo que sigas queriendo saber qué es el amor.

"Volia Saber-ho"

Va pujar al far la nit més fosca.
Feia anys que preguntava al vent què era l’amor.
Un cop, un home li va dir: "És esperar-te."
Un altre cop, una dona va xiuxiuejar: "És marxar sense odi."

Però només la boira, aquella nit, li va respondre: va embolcallar-li el rostre amb un calfred dolç i, sense veu, li va fer entendre que potser l’amor no és una resposta, sinó aquest desig persistent de voler saber-ho.


 

 

 

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