domingo, 4 de mayo de 2025

EL PASTEL MÁS GRANDE


El silencio se instaló entre nosotros como el vapor en los cristales aquella mañana de invierno: inevitable, tibio, empañado de lo que no se dice.

— ¿Tú quieres ser feliz o tener razón? —preguntó, sin levantar la vista del café que removía con una lentitud casi ofensiva.

Sus palabras se deslizaron hasta mí como cuchillas envueltas en terciopelo. Afuera llovía. Dentro también.

No supe qué responder. El olor del pan tostado quemado, las migas acumuladas en la encimera, el eco de la cafetera apagada. Cada detalle parecía confirmar que estábamos en una cocina, sí, pero también en un campo minado de pequeñas derrotas.

—Feliz, supongo —dije, con la voz ronca de quien ha dormido poco y ha discutido mucho.

Él asintió. Tenía esa manera de asentir que más parecía un cierre de sesión. Como cuando terminas una llamada sin haber dicho lo que importaba.

— ¿Sabías que los conflictos pueden resolverse como si fueran rompecabezas? —añadió, ahora con tono de documental.

Preferí no contestar. A veces, el amor se deshilacha en frases sacadas de artículos bienintencionados. Y uno no sabe si está construyendo un puente o un muro con ellas.

El gato se enroscó en mi tobillo, ajeno a la tensión. La tetera, que habíamos olvidado, dejó escapar un suspiro largo y dolido. Me pareció el sonido más honesto de la mañana.

—No me mires así —dijo él, de pronto—. Ya sé que soy un desastre. Ya sé que no merezco ni tu paciencia ni este desayuno.

—No empieces —le dije, suave—. No me des el drama antes del café.

Sus ojos se humedecieron, y no supe si era tristeza o costumbre. Lo había visto llorar tres veces en cinco años: una por la muerte del perro de su infancia, otra cuando quemó sin querer una carta de su madre, y una más —la más extraña, viendo una escena de dibujos animados.

Me acerqué. Puse mi mano sobre la suya. Su piel estaba tibia, como el pan que ya no compartíamos.

—No quiero que ganes. Ni que pierdas. Solo quiero que me escuches cuando digo que los platos sucios no son solo platos. Son todo lo que arrastramos. Lo que acumulamos. Lo que no hablamos. Lo que se pudre en el fregadero del tiempo.

Asintió otra vez. Esta vez distinto.

— ¿Tú quieres un pastel más grande o solo una rebanada donde esconderte?

Sonrió. Un poco. Lo suficiente.

El gato estornudó. La tetera calló. Y el pan, ya frío, aún olía a hogar.

«El silencio entre dos personas puede decir más que todas las palabras que se hayan dicho» (Graham Swift, nacido el 4 de mayo de 1949 y aún continúa escribiendo por lo que le felicito el cumpleaños y por el acierto de su frase: a veces es mejor un buen silencio que una clase de oratoria)

Y que cumplas muchos más de los 74 de hoy  que, aunque no hayas sido el más famoso de tus herman@s, aún puedes contarlo.

Terra Tremolosa

A les tres, en Joanet va prémer el play. El ritme de Shake Your Body (Down to the Ground) va esclatar per les parets de l’estable vell. Les vaques es van aixecar com per art de màgia. Les gallines, en formació, picaven el terra marcant el compàs. L’àvia, al seu balancí, somreia mentre se li movien les dentadures.

—Això sí que és sembrar alegria —va dir.

Quan el disc va acabar, la pols encara ballava en l’aire. I la terra, sota els peus, semblava voler més.

 

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