miércoles, 24 de diciembre de 2025

24 DE DICIEMBRE: CUMPLEAÑOS DE LA FE

Hoy, 24 de diciembre, la fe sopla velas. Dos mil veintiseis, nada menos. Dicen que un niño nació en una cueva de Belén y el mundo se puso serio. La cueva era un agujero oscuro con olor a establo y eco de animales. José, carpintero y figurante oficial del milagro, sostenía una vela con cara de “yo venía a por pan”. María, en cambio, parió como quien se recoge el pelo: sin despeinarse y sin levantar una ceja, que para eso iba a ser la Virgen más famosa de la historia.

Lo más increíble no fue el ángel ni el “gloria”. Lo más increíble fue la distribución: la noticia salió de allí y llegó a medio planeta sin WhatsApp, sin memes y sin trending topics. Milagro de logística prehistórica. Hoy, con cinco barras de cobertura, no nos llega ni la paciencia.

Luego están los tres reyes del Lejano Oriente, siguiendo una estrella con precisión de GPS premium: “gira a la derecha después del camello”. Viajan semanas para dejarle al bebé oro, incienso y mirra; un pack de bienvenida con humor involuntario. Oro, vale. Incienso, bueno. Mirra… ¿qué haces con la mirra, cariño? ¿Se cambia por pañales? Porque “sal de la pobreza” no suena precisamente a “te traigo algo que no puedes revender en Wallapop”. Nadie cuenta el después: quizá el oro pagó pan, quizá el incienso perfumó la miseria, quizá la mirra acabó en un cajón con las cosas raras que uno no tira por respeto.

En Catalunya, la fe se disfraza de tronco y se ríe. Hablo del tió: una criatura de madera con sonrisa pintada a la que los niños dan palos mientras cantan. Golpes, estrofas, más golpes. Y de debajo de su barriga aparecen regalos. Es una fe sin dogmas y con resultados: juguetes, dulces y, a veces, un calcetín nuevo que llega como quien perdona. Incluso la magia tiene límites y talla única.

Recuerdo una Nochebuena de hace años: villancicos con energía, el comedor caliente, olor a castañas y vino, y una televisión al fondo murmurando noticias como si fueran el rumor de un acuario. Nadie la escuchaba. Los niños golpeaban el tió con esa convicción que solo se tiene cuando todavía crees que el mundo obedece a las canciones. Y, de pronto, aparecían paquetes y se abrían papeles y, durante un minuto breve y perfecto, parecía que todo era simple: una risa, un abrazo, un milagro doméstico.

Al final, todos buscamos lo mismo: algo pequeño que nos permita seguir. En una cueva de Belén o debajo de un tronco con barriga generosa. La fe no entiende de lógica: es el pegamento invisible que tapa grietas, aunque sea por una noche. Así que cantemos, brindemos, golpeemos el tió si hace falta… y ojalá funcione. Aunque sea solo para que, por un rato, el mundo no pese tanto.

«Parecía haber un resplandor rojizo, una luz turbia. Las estrellas, demasiado limpias para lo que estaba pasando. El agua, aceitosa, como si el Atlántico hubiese decidido ponerse colonia barata para disimular el olor a miedo.

No había olas: había una calma que insultaba. El barco, enorme, seguía siendo un salón con alfombras aunque ya era un animal herido. Y esa luz… no era fuego, era aviso. Un brillo de hospital sin médicos, una lámpara encendida en mitad de una casa donde nadie vuelve.

Miré el cielo y me dio rabia que siguiera en su sitio, tan correcto. Las estrellas no parpadeaban por nosotros; parpadeaban por costumbre. Entonces entendí algo miserable: el universo puede ser precioso justo cuando te está dejando solo.» (Jack Thayer nacido el 24 de diciembre de 1894 pudo sobrevivir al hundimiento del Titanic, pero no a la muerte de su hijo en la Segunda Guerra Mundial. Se suicidó el 18 de setiembre de 1945)

Y el caballero que canta acompañado de sus amigüitos cumple hoy 70 años y debe saber qué le depara el futuro aunque no es adivino. De momento y para compensar el frío que hace por estas latitudes, me voy a su escuela de calor.


Aula 3: Asfalt

A la ciutat, el sol no pica: cobra. Les persianes baixen com parpelles cansades i l’asfalt fa olor de ferro calent. A l’oficina, l’aire condicionat mor a mig matí i el cap diu: “És actitud”. Jo suro dins la camisa, i al passadís ella passa lenta, com si ensenyés una lliçó amb el maluc.

—Aquí s’aprèn ràpid —em xiuxiueja.

I jo, que venia a guanyar-me el dia, acabo perdent la dignitat a la máquina d’aigua.



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