miércoles, 17 de diciembre de 2025

LA UBICACIÓN DEL AMOR

 

El problema no era el amor, era el mapa.
Ellos se querían, pero cada uno llevaba su ciudad tatuada en el pasaporte.

Él defendía Nueva York como si la hubiera construido con sus propias manos: rascacielos, ruido, pizza a deshoras y ese orgullo absurdo de creer que el mundo empieza en Manhattan y termina en Brooklyn Bridge.

Ella hablaba de París con la misma fe con la que otros hablan de dioses: pan caliente, puentes sobre el Sena, museos y una lengua que sonaba bien incluso cuando se quejaba.

Se conocieron en un viaje organizado, de esos en los que la gente promete “desconectar” y acaba conectando justo con quien no esperaba. Tres ciudades en diez días. En la segunda noche, compartieron taxi, en la tercera cama, y en la cuarta ya hablaban de futuro.

El problema llegó cuando el futuro necesitó una dirección postal.

—Nueva York —dijo él, como quien da una respuesta obvia.
—París —respondió ella, como si fuera la única posible.

Él no quería dejar sus calles cuadradas; ella se negaba a abandonar sus callejuelas torcidas. Intentaron hacer listas de pros y contras, como si el amor se pudiera resolver con columnas en un cuaderno. Solo consiguieron discutir. Mucho. Al final, cansados, hicieron lo más fácil y lo más cobarde: cada uno volvió a su ciudad, convencido de que el otro ya no valía la mudanza.

Pasó el tiempo. Bastante como para aprender a vivir sin mensajes nocturnos, pero no lo suficiente como para olvidar el tono exacto de la risa del otro.

Un día, meses después, él aterrizó en Tokio por trabajo. Estaba desorientado, con jet lag y el móvil sin datos. Entró en un café cualquiera, esos que podrían estar en cualquier parte del mundo, y mientras buscaba Wi-Fi, la vio.

Ella, sentada junto al ventanal, con una taza entre las manos y la misma expresión de “cómo he acabado aquí” que él llevaba por dentro.

—¿París? —preguntó él, acercándose.
—Cerrado por reformas —dijo ella, sonriendo.— ¿Y Nueva York?
—En pausa.

Se quedaron en silencio. Fuera, la ciudad brillaba con neones en un idioma que ninguno de los dos entendía. Dentro, algo resultaba de pronto clarísimo.

—Quizá el problema —dijo ella— fue intentar meter el amor en una sola ciudad.
—Quizá la tercera ciudad no estaba en el mapa —añadió él.

No decidieron nada esa tarde. No se prometieron países, ni cambios de pasaporte, ni finales felices. Solo quedaron al día siguiente, en el mismo café, a la misma hora.

La ubicación del amor, de momento, era sencilla: “Tokio, mesa junto al ventanal, dos personas que han dejado de discutir con el mapa.”

«Nuestra sociedad, aunque parezca fundada en bases religiosas, morales, civiles o políticas, solo tiene una estructura: la económica. Lo demás es barniz.» (La definición que Afrânio Peixoto, nacido el 17 de diciembre de 1876, hace del fundamento de la sociedad es acertada, mejor dicho, acertadísima)

Es posible que haya puesto la canción del vídeo alguna vez. Hoy lo hago por dos razones: la primera es que le va bien al relato porque habla de un lugar que solo tiene sentido porque es suyo, no porque esté en el mapa. Es exactamente lo que se convierte ese café de Tokio: la ubicación del amor, aunque el GPS diga otra cosa. La segunda es porque me encanta. 

La clau sota la rajola

Vaig tornar-hi amb les mans a les butxaques i la boca plena de pols de metro. La rajola del racó seguia una mica més solta; la ciutat, una mica més cara. Vaig aixecar-la: encara hi havia la clau, freda, amb aquella olor de ferro i pluja antiga. Vaig riure sol, de nervis.

A la porta, el pany va girar sense resistència. Dins, llum. Una tassa calenta al marbre. I, sobre el rebedor, un post-it nou: “No la busquis. Ara és el meu lloc.”

 

 

 

3 comentarios:

  1. Lo económico es lo único que cuenta! Una pena.

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    1. Poderoso caballero don dinero!! Todo, absolutamente todo, lo compra... Bueno, menos los comentarios que siempre son de agradecer. :D

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  2. Excelente texto y muy buena música !

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