Lunes, martes, miércoles, jueves…
Los días se habían convertido en nombres faltos de la esencia que los
hacía únicos. Mayo, junio, julio, agosto… Los meses trascurrían sin alterar la monotonía de su caída en las hojas del calendario. 2009, 2010,
2011, 2012… Los años corrían empeñados en encontrar un sentido al vértigo de su
número. Sin embargo nadie podía ganarle al Tiempo una imposible carrera. Su
pulso continuaba inalterable a pesar de los esfuerzos de un inverosímil
calendario por acabar con Él.
Nadie podía pensar que a tan
poderoso caballero solo hacía falta darle la espalda para llenarlo del ímpetu
que alumbra la esperanza. Nadie podía pensar que detuviera su curso por unas
palabras paridas de la pasión desbordada… Ni tan siquiera yo que ando metido en un convencional mundo de necesidades
satisfechas y en el que no escatimo halagos que visten vanidades.
¿Hay algo más irresistible que la belleza? ¿Existe algo más
fuerte que la ilusión? Rotúndamente si. Las siguientes palabras:
“Te dí la espalda.
Nada más limpio y vulnerable que la espalda.
La mía es blanda, con millones de depresiones donde depositar besos; con
miles de concavidades donde refugiar mimos; con cientos de resquicios donde
abrigar roces; con decenas de grutas para reposar “te amos”; con más de una
hendedura donde, simplemente, descansar. Con la curvatura perfecta para el
discurrir de lágrimas, la comba perfecta por la que dejar resbalar suspiros y
el cauce adecuado para ahogarlo en sudor.
Te dí la espalda y es lo mejor que puedo dar. La espalda, donde se
cobija el alma y se resguarda el corazón, donde más duelen las puñaladas.
Te dí la espalda cuando aún tenía fatigada el alma, mutilado el corazón
y sangrante la herida. Te dí lo que no soy y provoco” (Un regalo de “M” que hizo
florecer mi otoño)
A mí sólo me cabe desear que en adelante os den
muchas veces la espalda (pero no ésta)