sábado, 31 de diciembre de 2011

Deseos a mil quinientos sesenta y siete metros de altura


Para saber esquiar debes caer y aprender a levantarte. Existe la creencia de que quién menos se cae es el que mejor esquía, por eso puedes ver por las pistas a gente encima de los esquíes  en las posturas más antinaturales y extrañas imaginables intentando mantener el equilibrio. No aprenderán nunca o aprenderán mucho más tarde que aquellos que se arriesgan a caer. Estos sabrán cuáles han sido sus errores y tratarán de enmendarlos hasta conseguir su punto de equilibrio. No quiere decir que no se vuelvan a caer, no. Seguirán haciéndolo aunque mucho menos y, cuando se encuentren solos en la cumbre de la montaña en medio de la ventisca, sabrán levantarse sin ayuda.

Deseo que durante 2011 os hayáis caído muchas veces y estéis aquí para contarlo el próximo 2012.

sábado, 24 de diciembre de 2011

De estos días, glaciales y confusos


Permanece estático el sentido,
El sentimiento
Apenas se duele de este frío,
De estos días glaciales y confusos.
Pierde el deseo su color,
Y no puedo concretarlo;
Ni a él, ni a mi, ni a ti...
Tampoco puedo a ti
Arrancarte de lo ya vivido
Y mirarte desde lejos.
Invierno definitivo
Instalado en la memoria de las ilusiones
De la adolescencia muerta.
Se me han helado las lágrimas
Y ya son ojos, y sonrisa y beso.
Tal vez un día te humedezcan estas lágrimas
Y notes que el sentimiento
Empieza a dolerse un poco;
De este frío,
De estos días, glaciales y confusos.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Diálogos cotidianos

                                    
                       - Manolo, Manolo, despierta -ordenó la mujer a la vez que con la mano zarandeaba el cuerpo inmóvil del hombre que dormía a su lado.

                        - ¿Eh? ¿qué pasa? ¿qué pasa? -respondió un atribulado y semi-inconsciente Manolo.

                        - ¿Te has fijado en el techo?

                        - ¿En el techo? ¿Qué le pasa al techo?

                        - Se está levantando la pintura. Tendremos que arreglarlo.

                        - ¿Y para eso me despiertas? -dijo con evidente enfado Manolo mientras se giraba dándole la espalda dispuesto a continuar con su descanso.

                        - Son las nueve de la mañana.

                        - Si pero hoy es domingo.

                       - Antes los domingos, a estas horas, siempre estábamos haciendo el amor. Y bien despierto que estabas.

                      - ¡Pero Irene,  si lo hicimos ayer noche! -exclamó Manolo incorporándose definitivamente en la cama.

                      - ¡Ay Manolo, cómo eres! ¡Siempre contando las veces que haces las cosas! ¡Anda vuélvete a dormir!

                     - No, ahora no. Ya me he despertado del todo y no tengo ganas de dormir. Si quieres lo hacemos.

                     - Mira que le pones un entusiasmo ¡Así no me apetece! -dijo Irene cruzándose de brazos.

                     - ¿Y qué te apetece?

                     - Pues que hagamos lo de antes: que nos apasionemos haciendo el amor a cualquier hora y en cualquier lugar, que durmamos desnudos y abrazados, que me lleves a pasear a la playa por la noche en verano mientras que me cojes de la mano (o la cintura) que me sorprendas llevándome a un sitio increible a cenar mientras me cuentas mil historias, que soñemos juntos ante una chimenea en invierno ajenos a  la tormenta de nieve, que nos miremos a los ojos y se nos llenen de lágrimas de emoción, que vayamos al cine, al teatro, a la ópera, a cualquier antro. Eso es lo que quiero no la aventura -Irene subrayó la palabra aventura- de los días en que nos vemos estas últimas semanas: quedarse a comer o a cenar en este apartamento que se cae de viejo, estirarse en el sofá a ver la tele e irse a dormir pronto.

                    - ¡Joder Irene que he llevado unas semanitas de trabajo! -protestó Manolo.

                    - Si, ésta semana y la anterior y la otra y la de más allá. Llevas un año así. Nuestra relación se parece cada día más a un matrimonio.

                   - Irene no me machaques, por favor.

                   - ¿Que no te machaque? Muy bien -el tono de Irene era amenazante- Vamos a hacer una cosa: como somos casi un matrimonio y yo no quiero jugar a ser tu mujercita...

                   - Irene que conste que has empezado tu con el arreglo del techo -cortó Manolo- Piensa lo que vas a decir

                   - Vale he empezado yo y me lo he pensado muy bien, pero como no quiero ser tu cónyuge, te levantas, te vistes y sales por esa puerta y te vas a casa con tu mujer y tus hijos que hoy dan el Barça por la tele.











 

domingo, 4 de diciembre de 2011

La huida (y V)


Es una ley de la naturaleza que cuando consigues algo o a alguien menosprecias su valor. En esa norma no escrita pensaba Cristina cuando vio que su amante la relegaba decantando sus preferencias hacia su cómplice de trío. A ella todavía no había podido tomarla. Es otra ley de la naturaleza que cuanto más difícil resulta lograr algo o a alguien más lo deseas. Eso le ocurrió y todavía más cuando ella le confesó que para  satisfacer su deseo debía intervenir Cristina. Desesperado decidió acudir a una Cristina todavía presa de sus sentimientos hacia él.  Es una ley de la supervivencia que cuando quieres a alguien y ese alguien se acerca a ti,  existe la tendencia a creer que lo hace por idéntico motivo al tuyo. Eso pensó Cristina cuando su abatido examante volvió a ella, que era por amor.  Aún creyó más en esa posibilidad cuando la obsesiva integrante del trío quiso quedar con ella para hablar de su relación.

-      Aquél beso que nos dimos fue increíble. No lo he podido olvidar –le dijo.
-         Yo estoy enamorada…-balbuceó una sorprendida Cristina.
-     Lo sé. Y Él de mi, pero le he dicho que cualquier relación que quiera conmigo debe contar necesariamente contigo.

Cristina se dio cuenta de la situación en la que se encontraba: un círculo maquiavélico que la atrapaba entre su amor por él y el deseo de la otra. Un canje en el que Cristina sería la única perdedora. Tenía que huir de allí cuanto antes aunque ello supusiese incumplir todas las leyes de la naturaleza y la supervivencia. 

Contestó el mensaje de Juan:

 “¿Qué espero encontrar?  Te lo diré: persona con quién compartir de forma sincera, cosas de la vida cotidiana, personales, profesionales, y fantasías. Alguien que te suba el ánimo cuando lo necesitas, que sepa callarse cuando necesitas silencio, y que te eche una mano cuando a necesites y, porque no, dónde la necesites, si así lo deciden los dos, sin obligaciones ni explicaciones. Supongo que no es esto lo que tú andas buscando, pero es lo que yo estoy dispuesta a dar. Seguir o no, es cosa tuya. No pretendo hacerte perder el tiempo, así que te lo diré claramente, no te prometo nada, lo que surja lo hará sin forzar la situación y de forma natural, y cada uno que marque sus límites haya dónde los tenga o los quiera tener”

Juan siempre había sido un tipo egoísta pero con una capacidad innata para atraer el alma femenina. Sus historias siempre empezaban prometiendo mucho y cuando se sentía adorado acababan hechas trizas en el olvido. Es una ley de la naturaleza que la indiferencia causa daño a quién menos lo merece. Su personalismo no le dejaba ver el dolor que causaba pero le importaba poco si su vanidad quedaba satisfecha.  Es una ley de la naturaleza que siempre acabas recibiendo lo que das a los demás y eso es con lo que se encontró Juan en sus dos últimas relaciones. En una vivía una obstinada mentira. En la otra un falso sueño. Ambas lo hirieron en la misma intensidad que él había herido a las personas que lo quisieron. Eso le llevó a encontrarse en un círculo vicioso de infelicidad del que quería huir. Si él era un cabrón ególatra,  qué mejor lugar que desarrollar esa característica en un lugar poco recomendable dónde el principal requisito era ser precisamente eso. Se encontró con el mensaje de Cristina y escribió uno de respuesta:

“¿Pero me he pronunciado en algo para que "supongas"? ¿Y tú no cuentas o es que aquí el que tiene que decidir soy yo?  Porque para todo eso que quieres se necesita un tiempecito...  Por cierto estoy convencido que te he subido el ánimo, seguro que has sonreído en algún correo. Eso de la "pérdida de tiempo" lo decidiré yo y te aseguro que lo notarás (sí, soy algo cruel y no lo puedo remediar) Ah! Y lo de las promesas se contesta solo ¿conoces el futuro?

Depende de dos, no solo de mí. O sientes o no sientes. Así de claro.

Juan”

Cuando iba a darle al “enviar” se detuvo en una frase del correo de Cristina: “Seguir o no, es cosa tuya” y vio que su respuesta se parecía demasiado a las que había enviado durante tiempo y que tan magníficos resultados le habían dado a su vanidad. Y contraviniendo todas las leyes de su naturaleza Juan decidió, por fin, continuar su huída.