martes, 31 de enero de 2012

Cualquier cosa que me recuerde a ti (y VI)


Eso de intentar sacar un clavo con otro clavo hasta que con uno quiera repetir tiene sus riesgos. Yo, que soy una persona enamoradiza, me vería de nuevo atrapado en el chantaje amoroso de una entrepierna. Además estoy convencido que hallaría mil y una semejanzas de Ella y caería  en el  bucle donde estoy ahora. Está visto que no va a ser fácil salir de ésta. De hecho no es sencillo deshacerse de la propia imagen.

lunes, 30 de enero de 2012

Cualquier cosa que me recuerde a ti (V)


He decidido dejarme de fabulaciones para borrarla de mi memoria y pasar a la acción con algo efectivo. Eso solo se consigue con los métodos de olvido habituales. Y no me estoy refiriendo a pillar una borrachera diaria o ponerme de alucinógenos hasta las cejas, eso me jodería el hígado. No, estoy pensando en el tradicional clavo que saca otro clavo. En pasar el duelo poniéndome ciego a polvos hasta que quiera repetir uno de ellos.

sábado, 28 de enero de 2012

Cualquier cosa que me recuerde a ti (IV)


La verdad es que eso de abrirle la cabeza a alguien para quitarle los malos recuerdos que tiene de uno además de ser una solemne tontería, es una barbaridad. No deja de ser una operación de alto riesgo y puede que se los saquen pero existe la probabilidad de que la lesionen. Y no quiero tener que vivir con una lisiada. 

jueves, 26 de enero de 2012

Cualquier cosa que me recuerde a ti (III)

He llegado a la conclusión que largarme a un lugar alejado no es la solución para olvidarme de Ella. Mientras mi cerebro, que tiene un funcionamiento razonablemente bueno, siga en mi cabeza y esta continúe ligada a mi cuerpo, su pensamiento me acompañará allá donde vaya, así que tendré que tomar otra decisión más radical para acallar su recuerdo. He decidido abrirle la cabeza y vaciarle el seso de los motivos que le hicieron abandonarme.

martes, 24 de enero de 2012

Cualquier cosa que me recuerde a ti (II)

Como se percató que vaciando su casa de muebles y enseres no servía para curarse de la añoranza, decidió hacer un viaje a un lugar donde no hubiese estado con Ella para ver si la distancia y lo desconocido atraían el  olvido. Tuvo que descartar el Universo entero: no había estrella, planeta, satélite, asteroide o cometa que no hubiesen visitado.

domingo, 22 de enero de 2012

Cualquier cosa que me recuerde a ti (I)


Se deshizo del sofá en el que tantas veces había hecho el amor con Ella. Del mismo modo fueron desapareciendo la cama, la mesa del despacho, las alfombras, las encimeras de la cocina, todas las sillas y hasta cambió la bañera del baño por un plato de ducha. Se congratuló que en siete años que duró la convivencia, no hubiesen follado apoyándose en las paredes de la casa; aquél estaba siendo un invierno muy duro.

viernes, 20 de enero de 2012

Crisis


Aquél era un mundo sin muertos por guerras, era un mundo con ejecuciones sumarias por la crisis. Los misiles habían sido sustituidos por la calificación de activos y los ejércitos por agencias de rating. Eduardo Fonseca, excatedrático de economía, era reo de aquella situación después de que lo condenasen en un juicio rápido. Habiendo agotado toda posibilidad de apelación, esperaba ahora su muerte en la horca. Lo colgarían al amanecer en la plaza de la prisión que se abriría a todo aquél que quisiera contemplar el ajusticiamiento del  penado. Y no era solo por una cuestión de escarmiento público, sino porque en aquél mundo  ese era uno de los pocos espectáculos que podían darse tras el cierre de las televisiones, públicas y privadas,  que no pudieron aguantar la escalada de la crisis cuando se quedaron sin anunciantes.  Internet había sido prohibido por los gobiernos que trataban de evitar a toda costa la publicidad de sus métodos.

En las horas previas a su ejecución Eduardo Fonseca pensaba en qué le había llevado hasta allí. Sabía que estaba en el punto de mira de las agencias de calificación desde que dijo que la manera que los hombres solucionaban sus crisis económicas era mediante la guerra. “Esta” –decía- “provoca destrucción y muerte. Cuando acaba, se necesita reconstruir y mano de obra para ello, hay trabajo para todos y se reactiva la economía.  En una sociedad como la nuestra en que se rechaza la atrocidad de  la guerra, para solucionar las crisis se ofrecen créditos a un interés desmedido a países que para devolverlos endeudan a generaciones y generaciones de sus ciudadanos. En consecuencia, se crea una sociedad de esclavos y todo ello con la inestimable complicidad de las agencias de rating”. Poco tiempo después de esas declaraciones, a Fonseca le abrieron un expediente en que perdió no solo su Cátedra sino su trabajo en la Facultad de Económicas. Abrió un despacho en el que se ganaba la vida con el asesoramiento fiscal y financiero a todo aquél que necesitase sus servicios. Como alcanzó cierta fama en el sector, las agencias de calificación no se olvidaron de él y prosiguieron su persecución. Además sus teorías claramente contrarias al orden económico establecido seguían teniendo adeptos y eso era peligroso.

Ocurrió que la crisis arreciaba y las ciudades se llenaban de parados. No había suficientes recursos para mantenerlos. Los políticos que gobernaban, directamente elegidos por las agencias de calificación, temieron por su seguridad. Por eso se urgieron a encontrar una solución que descubrieron en endurecer sus leyes penales. Dictaron que cualquier infracción de tipo económico sería considerada alta traición y, por lo tanto, el que la cometiese sería condenado a muerte.  De paso, la medida serviría para hacer disminuir el desempleo, justificaron. Rápidamente se apresaron y ejecutaron a los que intentaban evadir metálico por la frontera, a los que pagaban con dinero negro, a los que no pagaban impuestos sin que les sirviese de eximente o atenuante la carencia de recursos económicos y, sobre todo, a los que criticaban públicamente el nuevo orden socio-económico.

A Fonseca lo trincaron porque un cliente le había abonado sus servicios regalándole diez pares de zapatos cuando le confeccionó la declaración del I.R.P.F. Fonseca escondió ese pago en especie a la Agencia Tributaria y solo la delación de su cliente sirvió para condenarlo.

Con ritmo cansino recorre, uno tras otro, los escasos metros que le conducen al cadalso. Vino gente de todas partes, pero él prefiere mirar sus zapatos. Diez escalones le separan ahora del sitio donde va a morir.

miércoles, 11 de enero de 2012

El buen marido


Érase que se era una vez un viejo comerciante de sedas que tenía una esposa joven y encantadora, la tercera. La primera mujer lo había hecho divinamente feliz durante doce años, una pura delicia. La segunda, durante dieciocho años, que tenía una hermana más joven que ella que la sustituía en la cama cada vez que tenía una molestia -por más pequeña que fuese- a fin de que su marido follase sin contratiempos.

Cuando esta excelente esposa pasó a mejor vida, el comerciante de sedas, ya jubilado, se casó con Eugenia, que era la bonita y encantadora hija postiza de un abogado y cuyo padre verdadero era un marqués. La belleza de esta tercera mujer no tenía rival en morbidez y gracia. Ni que decir tiene que su marido la adoraba, pero ya no era ningún joven y, aunque rico como era, la colmaba de cuanto ella pudiera desear, no conseguía llegar a la meta, por lo que Eugenia estaba más triste cada día.  Hasta que una noche aquél buen marido le dijo:

-      Eugenia, te amo, ya lo sabes, pero te veo triste y pienso en que se marchite la flor de tu juventud. Nada de lo que hago o te doy te alegra.  Háblame… ¿Es que deseas que algún tierno amigo te anime? Dime lo que deseas. Todo lo que esté en mis manos te será concedido.

-      ¿Todo? –dijo la joven.

-      Sí, todo, aunque sea… ¿Es que le falta algo a tu corazón, o a tu preciosa rajita?

-      Tú me llenas corazón, pero mis sentidos son muy fogosos y, aunque la depilación no sea la causa, mis partes tienen unos ardores… terribles.

-      ¿Te es indiferente quién te satisfaga o prefieres a alguien en concreto?

-      Sin amarlo, prefiero a alguien en concreto, un capricho… ¡Pero amar solo te amo a ti!

-      ¿Quién te excita pues veo que llevas la mano entre tus muslos?

-      Pues… ese vecino que suele mirarme… y del que ya me he quejado ¿recuerdas?

-      ¡Ahora lo entiendo! Anda, entra en el baño, mi amor, que vengo enseguida.

El buen marido fue deprisa por el vecino.

-      Joven, dicen que te gusta la señora de la Seda, la mujer del comerciante.

-      Y dicen bien, ¡me magnetiza!

-      Pues ven conmigo, y que sea lo que el destino –y la comezón de mi esposa- quiera.

El comerciante de sedas lo cogió de la mano y lo llevó hasta su casa.

-      Desnúdate, entra en ese baño del que acaba de salir mi mujer. Te pones la ropa blanca que está ahí. Poséela como lo harías a una recién casada o resérvate para varias noches, eso lo veréis vosotros. Yo adoro a mi Eugenia, mi esposa querida, pero solo estoy contento si la veo satisfecha y feliz… Cuando la hayas follado y su coñito haya disfrutado, se la meteré yo para hacerle mi pequeño regalo.

Y le hizo acostarse en la cama a la que fue su mujer al salir del baño. El comerciante se iba cuando ella tímidamente exclamó:

-      Mi querido esposo, ¿me dejas sola con un desconocido…? Quédate y, si de verdad me amas, se testigo de los placeres que solo a ti te debo.

Dicho esto besó a los dos hombres en la boca. La cama era grande y el buen de la Seda se acostó entre los jóvenes amantes. A la luz de las velas, delante mismo del marido, el vecino saltó al vientre de la joven esposa y se la clavó… ¡Ella gritaba como loca!

-      ¡Aguanta, vida mía! –exclamaba el, ahora, excelente marido, cosquilleando los huevos del vecino-, ¡Córrete querida! ¡Mueve ese culo! ¡Saca esa lengua…! Este joven va a llenarte… Y tú, húndele bien la polla… húndesela… ¡Fóllala, fóllala…!

Se corrieron como dos ángeles. Hasta seis veces se la benefició esa noche y el matrimonio quedó satisfechísimo del vecino. Éste siguió disfrutando de aquellos regodeos celestiales y sobrehumanos hasta el día en que Eugenia perdió la vida dando a luz al fruto de aquellos polvos.

domingo, 8 de enero de 2012

El hombre al que no le gustaba su cuerpo (y II)





Y aunque con Ella siguió el mismo ritual virtual de siempre, el hombre al que no le gustaba su cuerpo enseguida se percató que no era igual que las demás. Sentía por Ella algo diferente y era correspondido como en tantas ocasiones lo había sido anteriormente; no obstante había algo distinto en el comportamiento de Ella: lejos de esconderse se dejó ver desde el momento en que se empezó a enamora. Las fotos y las imágenes que transportaba la webcam inundaron de belleza los ojos del hombre al que no le gustaba su cuerpo  y, por primera vez en su vida, quiso estar con una mujer.  Pero la desconfianza en su cuerpo le hacía retroceder de nuevo a pesar  que Ella le repetía una y otra vez que lo que le gustaba de Él era su alma, su espíritu, que esa era la hermosura que la atraía. Para demostrárselo se dejaba ver a través de la webcam sin pedirle a Él que hiciera lo mismo;  tenía suficiente con leer sus palabras o escuchar su voz al otro lado del teléfono  para  que estas le llevasen al éxtasis del orgasmo. Culminación que le mostraba a través de la pantalla del ordenador o en los dulces gemidos que escuchaba a través del auricular. Nada de eso  lograba convencer al hombre al que no le gustaba su cuerpo, convencido que si tenían un encuentro se rompería la magia de su relación. 

Presa del deseo, Ella decidió tomar una decisión para estar con el hombre de su vida. Decidió cambiar su imagen, hacerse la cirugía estética para ser tan –como suponía- fea como el hombre al que no le gustaba su cuerpo. Así que sin decirle nada se hizo una reducción de pechos, se hundió los pómulos, se puso chepa en su espalda y empezó a comer todo tipo de bollería hasta que aparecieron unos michelines que colgaban a lo largo de toda su cintura. Había conseguido tener un aspecto espantoso porque pensaba que era la única manera de alcanzar el amor sublime con el que soñaba.  Llegó el día en el que Ella estaba preparada para darle la sorpresa a su amado.

Hacía días que no sabía nada de Ella así que cuando recibió su mensaje proponiéndole un encuentro virtual para esa noche, no dudó un instante en acudir. Encendió el portátil esperando encontrarse con su enamorada al otro lado. Lo que vio fue algo horripilante, un amasijo de carne con forma humana que parecía sonreírle. No la creyó cuando le dijo que era Ella, que había hecho todo eso en su cuerpo por Amor a Él, para estar a su lado. Nadie haría un sacrificio como aquél por un hombre al que no le gustaba su cuerpo. Pensó que aquello era una broma de mal gusto de alguien que habría pirateado sus conversaciones, sabía de sus debilidades y ahora trataba de burlarse de Él. Se convenció –a pesar de las súplicas de aquél adefesio porque la creyese- de que Ella había desaparecido para siempre como antes lo habían hecho las otras, así que apagó el ordenador prometiéndose que nunca más volvería a desnudar su alma.

miércoles, 4 de enero de 2012

El hombre al que no le gustaba su cuerpo (I)



Érase una vez un hombre al que no le gustaba su cuerpo. Tan desagradable se encontraba que había eliminado de su casa espejos y todo aquello que pudiera reflejarlo. No quería verse vestido y, mucho menos, desnudo. Hasta llegó al extremo de ducharse con la ropa puesta. Nunca mostraba a los demás su aspecto, huyendo de cualquier acontecimiento social o de aquellos lugares donde pudiera  ser visto por alguien. Desertar de sus semejantes le convirtió en un ser solitario.  Tuvo la fortuna de encontrarse con un trabajo de vigilante nocturno con el que se ganaba la vida y que era un buen maridaje  con su condición de eremita.

El desprecio que sentía por su cuerpo, su carácter esquivo y un empleo que no requería alardes sociolaborales, permitieron a aquél hombre distribuir el tiempo en actividades que embellecían su espíritu ya que la carcasa que transportaba sus órganos, no le importaba. Así se pasaba las noches leyendo, escribiendo y cuando descubrió la magia del llamado mundo virtual, de “La Red”, charlaba con quién quisiera leerlo. Fue entonces cuando supo que poseía un don: seducía con su escritura. Eran muchas las mujeres que se enamoraban de sus letras. Todas querían conocerle, vivir esas historias en primera persona pero siempre se encontraban con la misma respuesta: “No puede ser, soy horrible, espantoso y si no puedo ni soportar mi aspecto mucho menos lo podrás soportar tu” Y aunque todas las presuntas enamoradas repetían que el aspecto físico no era lo importante que lo fundamental era el interior que eso era lo que las había atraído, tras un tiempo la relación virtual se iba enfriando hasta que al final acababan por desaparecer.

A fuerza de repetirse esa situación el hombre al que no le gustaba su cuerpo confirmó que las palabras, aún apasionadas, que las promesas, aún grabadas a sangre y lágrimas, no tenían valor sino iban acompañadas de un físico. En esas disquisiciones estaba cuando apareció Ella.