martes, 1 de enero de 2013

Me diste algo más que tu espalda...


 Lunes, martes, miércoles, jueves… Los días se habían convertido en nombres faltos de la esencia que los hacía únicos. Mayo, junio, julio, agosto… Los meses trascurrían sin alterar la monotonía de su caída en las hojas del calendario. 2009, 2010, 2011, 2012… Los años corrían empeñados en encontrar un sentido al vértigo de su número. Sin embargo nadie podía ganarle al Tiempo una imposible carrera. Su pulso continuaba inalterable a pesar de los esfuerzos de un inverosímil calendario por acabar con Él.

Nadie podía pensar que a tan poderoso caballero solo hacía falta darle la espalda para llenarlo del ímpetu que alumbra la esperanza. Nadie podía pensar que detuviera su curso por unas palabras paridas de la pasión desbordada… Ni tan siquiera yo que ando metido   en un convencional mundo de necesidades satisfechas y en el que no escatimo halagos que visten vanidades.  
¿Hay algo más irresistible que la belleza? ¿Existe algo más fuerte que la ilusión? Rotúndamente si. Las siguientes palabras:

“Te dí la espalda.

Nada más limpio y vulnerable que la espalda.

La mía es blanda, con millones de depresiones donde depositar besos; con miles de concavidades donde refugiar mimos; con cientos de resquicios donde abrigar roces; con decenas de grutas para reposar “te amos”; con más de una hendedura donde, simplemente, descansar. Con la curvatura perfecta para el discurrir de lágrimas, la comba perfecta por la que dejar resbalar suspiros y el cauce adecuado para ahogarlo en sudor.

Te dí la espalda y es lo mejor que puedo dar. La espalda, donde se cobija el alma y se resguarda el corazón, donde más duelen las puñaladas.

Te dí la espalda cuando aún tenía fatigada el alma, mutilado el corazón y sangrante la herida. Te dí lo que no soy y provoco” (Un regalo de “M” que hizo florecer mi otoño)

A mí sólo me cabe desear que en adelante os den muchas veces la espalda (pero no ésta)