domingo, 27 de noviembre de 2011

La huida (IV)



Cristina lo hizo por amor.  La otra por sentirse amada. En medio de las dos el hombre deseado viendo como su fantasía era satisfecha: dos mujeres enlazadas en un beso, dos bocas femeninas juntas impulsadas por el mismo deseo. Dos lenguas abrazadas por una única pasión y, ante ellas, el hacedor de la obra  sintiéndose como un dios,  el genio creador de la belleza que inspira el abrazo sensual de dos hembras. No tenían porque hacerlo pero se acariciaron como solo a una mujer le gusta que se lo hagan: buscando en cada  roce los puntos neurálgicos del placer. Él no quiso interrumpir aquél  espectáculo del que era testigo privilegiado, temía que haciéndolo abortase de raíz lo que nacía de aquella unión. Todo cambió después de aquél encuentro.

Cristina envió un mensaje a Juan:

Hola,

Gracias por tu intención de ayudarme, y espero no hacerte perder el tiempo. Como te decía creó que he entrado en una página que no va conmigo, llevo de alta desde ayer y de algunos conozco ya sus intimidades y no su cara, me parece que se va muy a saco y yo busco una buena amistad con alguien a con quién compartir en todo caso fantasías e incluso temas cotidianos independientemente de que pueda convertirse en una amistad con derecho a roce pero no cómo objetivo principal. Eso sin contar que no me aclaro mucho.

Bueno, muchas gracias por todo”

Juan sabía mucho de tríos y de otras figuras geométricas. Pero nunca las construía juntas: a todas sus conquistas las hacía sentir como únicas. Y si alguna se quejaba al enterarse que era compartida, Juan siempre les decía que podían hacer lo mismo que él con la única condición que se lo dijeran.  Ahora bien cuando la construcción era al revés, cuando eran ellas las que tenían otros amantes y obedecían la consigna de sinceridad que Juan les había hecho, la relación estaba acabada. Se sentía mal no saberse el número uno. Así se encontraba con sus dos últimas amantes: una le ocultaba e incluso le negaba sus encamadas con otros y la  segunda, que era la que realmente le importaba, jugaba con él para intentar calmar sus necesidades de afecto y sexo. Queriendo reencontrarse con algo de autenticidad en su vida Juan siguió sus correos con Cristina:

Buenos días perdida en "La Red". Vamos a ver ¿pero qué esperabas encontrar en un lugar como este que se anuncia, especialmente, para personas comprometidas que quieran tener una aventura? Pues lo que te has encontrado: con los hombres del "saco" o, mejor dicho, del "paquete" para quienes la máxima aventura es ponerse delante de la pantalla del ordenador y fotografiarse -o autovisionarse- esa parte de su cuerpo que tan bien has conocido en esa jornada que llevas por aquí. Sin olvidarnos tampoco de ellas que debéis ser (y digo debéis porque ya me gustaría satisfacer mi "voyeurismo") parecidas a toda esa fauna que habitamos en estos lugares, pero añadiendo ese toque de "romanticismo" y "delicadeza" que nosotros olvidamos al ejercer de "hombres del saco".

Pero claro, siempre cabe la posibilidad que, en estos lugares encuentres un tipo de "rara avis" (me refiero a los varones) que pretenda echar una risas con las féminas que tenga en suerte contactar (contadas con los dedos de una mano de dos dedos) y si hay oportunidad de conocerse el "saco", se conoce y, si no, no se conoce porque entiende que no es necesario empezar por ahí. 

 Hasta cuando quieras, "atrapada en La Red"

jueves, 24 de noviembre de 2011

La forja de un déspota

 


-          Los resultados de la biopsia han confirmado que tiene usted la próstata afectada –dijo el médico y tras una pausa para tomar aire dictó sentencia- Tiene cáncer.
-          ¿Está seguro? Yo me encuentro bien, bueno tal vez un  poco de dolor al orinar pero nada serio ¿o sí?

Carlos pensaba que aquello no le podía estar pasando a él. No en aquél momento que se hallaba en la cumbre de su carrera. Tenía 55 años y hacía uno que era jefe de atención al cliente de la principal compañía energética del País.

-          Tiene que operarse –continuó el médico- Urgentemente.  Hay que evitar que se propague a otras zonas del cuerpo.
-          De acuerdo, si no hay más remedio... –contestó Carlos con aire condescendiente, como si operándose le hiciese un favor al médico.
-          Bien, le incluiré en el protocolo quirúrgico de urgencia. Vaya a ver al cirujano... veamos –consultó la agenda- El 14 de diciembre. A las tres de la tarde.
-          ¡Pero si es dentro de un mes! ¿No me había dicho que la operación era urgente?
-          Y lo es. Lo que ocurre es que con los recortes de personal que tiene el servicio de cirugía, solo hay un cirujano para atender la lista de espera y no tiene una hora libre hasta ese día.
-          ¿Sólo uno? –interrogó Carlos con aire de preocupación- ¿Y si le pasa algo?
-          ¡Pero hombre! ¿Cómo le va a pasar algo al cirujano? ¡Eso no es posible! ¡Es médico! –zanjó- Mire le voy a dar el teléfono de su consulta. Llámelo por si puede hacerle un hueco antes del 14. A veces algún paciente desiste –dijo acentuando la palabra ‘desiste’ de una manera trascendental.


Carlos se había forjado profesionalmente en el departamento de atención al cliente de la empresa líder en telefonía móvil. Trabajar en un monopolio del estado hasta finales del siglo XX le imprimió un carácter tirano. Al llegar la liberalización de las telecomunicaciones estudió las maniobras que se diseñaron para esclavizar al ciudadano a la Compañía o que, si éste trataba de romper sus cadenas con la misma, lo hiciese en las condiciones más onerosas posibles. Suya fue la idea de los regalos envenenados de terminales móviles, lo que le dio cierto prestigio y permitió que le llegase la oferta de su actual trabajo en el que debía diseñar el servicio de atención al cliente. Eso suponía decidir con total impunidad y antojo a quién, cómo y cuándo daba de alta en los suministros. Era lo que siempre había soñado: desplegar todo su despotismo sin que nadie le pusiese trabas a ello.  Canalizaba las quejas de los usuarios a través de una intrincada maraña de direcciones y teléfonos de atención al cliente que siempre convergían en él. Ahora estaba diseñando el sistema para colocar a los clientes una cuota de mantenimiento ‘para solucionar posibles incidencias’ que casualmente se producían cuando no se disfrutaba de la misma.

-          ¿Sabe cuándo podré hablar con el doctor? –preguntaba una y otra vez Carlos a la voz que le llegaba del otro lado del teléfono.
-          Ya le he tomado nota y en cuanto pueda el doctor se pondrá en contacto con usted -le respondían invariablemente.
-          Mire que es urgente operarme.
-          ¡Hombre usted y doscientos más! Ande no se preocupe y venga el día 14 a las 3 que el doctor le atenderá.

A falta de una visita anticipada allí estaba Carlos el 14 de diciembre a las 3 de la tarde.

-          Lo siento pero ha llamado la esposa del doctor diciendo que está enfermo, con 40 de fiebre y que no puede venir.
-          ¿Cómo que enfermo? ¡Eso no es posible! –exclamó Carlos recordando la conversación que había tenido hacía un mes con el de medicina interna.
-          Mire no sé si será posible o no pero ha pillado una pulmonía doble y la cosa va para unos tres o cuatro meses -anunció la enfermera.
-          Pero eso no puede ser –protestó Carlos- Yo me tengo que operar ¿Cómo se le ocurre pillar una pulmonía?
-          Es lo que tiene ducharse con agua fría con este tiempo. Mire que se lo venía diciendo: “Doctor que va a coger algo” Pero le habían cortado el gas hacía más de un mes y no tenía agua caliente. Parece que no pagaba cuota de mantenimiento.

lunes, 21 de noviembre de 2011

La huída (III)



“Ando algo perdida ¿Me puedes ayudar?” 

Ese era el escueto mensaje que Cristina había enviado a los dos únicos contactos que no mostraban su sexo como referencia. El que expusiesen su rostro y no un pene en erección podía ser indicativo de la parte del cuerpo que utilizaban para pensar, se dijo.  No es que renegase del sexo, no;  es que quería el enamoramiento que no había encontrado en su anterior relación. Cristina se había entregado sin condiciones  y  siempre era la última en las preferencias de su amante. No había detalle que le hiciese ver que era alguien especial.  Y como casi siempre ocurre en toda relación desequilibrada,  cuanto con más desaire la trataba, más lo deseaba. En esa espiral de deseo-rechazo, él le propuso un trío con una amiga suya  que estaba dispuesta a entrar en el juego.  Se conocieron y Cristina supo enseguida que la predisposición de la tercera era una estrategia para conquistar a su amante. Un amante que lo que deseaba era satisfacer el sueño de cualquier hombre: tener en exclusiva el espectáculo de dos mujeres en un concierto sexual en el que fuese el director de orquesta.  Cristina accedió por puro sentimiento sin saber cómo evitaría aquél abismo que se abría con su respuesta.

“Ando algo perdida ¿Me puedes ayudar?” 

Juan era intuitivo. Eso y que leía rápido los mensajes le hicieron pararse en dos palabras del mensaje: “perdida” y “ayudar”.  Eso es lo que  le estaban enviando: un grito de auxilio.  No es que hubiese ido allí a hacer de samaritano, pero ejercer como tal podría ser una buena estrategia para colmar sus necesidades de afecto. Sabía que en un lugar como aquél no iba nadie  con la intención de socorrer almas, sino a aliviar cuerpos. Por eso era extraño recibir un correo como aquél, inconsciente o conscientemente espontáneo. Juan tenía facilidad para atraer situaciones complejas en las que se movía como pez en el agua y, si bien renegaba de ellas, en el fondo le gustaba que le pidiesen ayuda.  La fatalidad y el destino le cautivaban. Decidió obrar con prudencia y respondió calculando sus palabras: Juan sabía que una respuesta más o menos ingeniosa tendría su réplica:

“¿Perdida en un lugar como este? Veamos si sé diseñarte el mapa pero para ello contéstame a la pregunta que te haré ¿Qué esperas encontrar por estos parajes donde se anuncian mujeres y hombres comprometidos, que explican sus deseos sexuales e ilustran toda esa información sin fotos o en un escaparate privado?   En esta geografía abundan las cordilleras y los golfos de todo pelaje”

jueves, 17 de noviembre de 2011

La huida (II)

 

Juan sí sabía porque había llegado a ese lugar de encuentros. Era un cazador experimentado y tenía que cobrarse una pieza rápido. Las dos mujeres con las que había estado alternando juegos de seducción ya no le satisfacían. Una porque había agotado su paciencia con sus idas y venidas, calentándole exclusivamente la cabeza. En cuanto follasen se acabaría la diversión, era como quedarse sin objetivos en esa empresa.  Con la otra estaba en un bucle de desconfianza mutua del que era imposible salir pero como le encendía de vez en cuando, aguantaba el compartirla con los otros que le ocultaba. Ser engañado como su marido había terminado por desmotivarle. Así que entró en aquella página por necesidad. Por su necesidad de encontrar a alguien que le hiciese de nuevo sentirse enamorado, que lo adorasen, que perdiesen la cabeza por él y, además,  en una relación clandestina. No existía nada que le diese más morbo que una relación secreta. Eso le llevó a aquél lugar en que se anunciaban  mujeres que se declaraban comprometidas como él. Exhibir ese estado civil era una garantía de éxito porque  allí nadie buscaba relaciones duraderas, sino afectos rápidos. Además todos y todas tenían una causa común que los unía: evadirse de su realidad. Eran prófugos en el inicio de una carrera hacia no se sabe dónde.

Preparó la escenografía, puso su mejor foto, el cebo de sus palabras y una calculada lista de exigencias que sugerían un carácter sensual, un comportamiento delicado  y una clase refinada. El señuelo se completó con los rastros que dejó en su paso por las páginas de las hembras que llamaron su atención. Sin embargo le llegó un mensaje de alguien que él no había visitado. Unas palabras que le parecieron sinceras en un lugar donde es necesario mentir para protegerse. Eso captó su atención.

martes, 15 de noviembre de 2011

La huida (I)


Se coló en un lugar poco recomendable, donde se encuentra gente poco recomendable. O al menos no era recomendable para lo que ella necesitaba en aquél momento. Huir del despecho que le había ocasionado su última relación fuera del matrimonio. Le pareció que un lugar donde emparejarse de nuevo era la mejor manera de apartarlo de su memoria. En ese mundo virtual  al amparo del anonimato todo sería más sencillo, pensó. Lo que no tuvo en cuenta es que allí se amontonaban hombres (y alguna mujer) en busca de sexo, en que la única inversión que se hacía eran frases estereotipadas y tiempo de sueño. No le costó mucho percatarse de su error cuando empezó a recibir correos que adjuntaban proposiciones que parecían el manual de instrucciones de la imagen del miembro, siempre en erección, que incluían. Hasta cien correos similares recibió en dos días. No era aquello lo que pretendía. Ella quería, si, palabras bellas, algo de cariño con el que  curar sus heridas. Con solo una caricia en su alma dolida, habría tenido suficiente. Con solo que alguien la hubiese tenido en cuenta aunque fuesen solo cinco minutos de su vida, se daría por satisfecha. Ella que había sido arrastrada por la indiferencia. Ella que había sido arrojada al desprecio del silencio quería, no, exigía sus cinco minutos de comprensión.

Fue la casualidad quién llevó a Cristina hasta el casillero de Juan. La casualidad siempre aparece cuando es empujada por la necesidad, emergiendo descontrolada para presionar misteriosos mecanismos que encienden la luz de nuestra oscuridad. Allí estaba Juan. O la imagen de Juan. Sonriente, relajado y con sus ojos convenientemente escondidos tras unas gafas de sol, por si alguien intentaba colarse por esa puerta y descubriese sus secretos. Decidió contactar con él.

jueves, 10 de noviembre de 2011

El medio limón


Te casaste con ella y eres feliz. Cómo no ibas a serlo si es la mujer que siempre habías deseado. Por quién luchaste durante largos años haciéndola tuya con paciencia, con amor, con grandes dosis de comprensión. Es sabido que, aún no siendo una verdad inmutable, los hombres tendemos a querer lo que nos cuesta y a despreciar lo que nos es propicio.

Una herida como la que curaste necesita de todos esos remedios que tan acertadamente aplicaste. No era fácil detener esa hemorragia de sentimientos que desangraba a chorro las arterias de su alma y amenazaban con dejarla seca convirtiéndola en un espectro. Pero lo conseguiste. Lo conseguiste dándole puntadas de cariño, hilvanando el traje más hermoso con que puede vestirse una relación. La amas. La amas mucho y con locura. Ella, no lo dudes, te quiere. Y mucho. Lo se. Está convencida de tu lealtad y dedicación. Y no pongas en tela de juicio la suya. Te hizo una promesa y es una mujer que cumple sus promesas aunque le cueste una nueva herida. Pero en ti tiene al mejor de los galenos y sabe que, teniéndote a su lado, cauterizará rápido.

Ahora tú estás con Ella y Ella contigo en ese proyecto de vida en común. Pero desde hace algún tiempo, hay algo que te inquieta. Por eso te escribo tratando de llevarte un mensaje de tranquilidad. Tú, que conoces a la perfección a tu media naranja , sabes de su carácter complejo y difícil con zonas inexploradas, incluso por ella misma, en los lugares más profundos de su ser. No debes preocuparte porque algún suspiro de Ella no sea para ti cuando le haces el amor. No te alarmes si algún “te quiero” o alguna caricia no te corresponde. No guardes temor si alguna mirada no va dirigida a ti. No te inquietes. Ella está contigo y te quiere.

Y es que, el alma de la mujer que amas y que te quiere, hace algún tiempo que no descansa porque anhela estar con otro hombre. Debes comprender que es algo que está más allá de su control, amenazando el equilibrio que tú le proporcionas. Sabes que su corazón, su cuerpo y, sobre todo, su mente no serán del todo tuyos, por mucho que Ella te quiera, hasta que sepa a quién le está haciendo el amor en realidad, quién es el destinatario de sus palabras de amor, a quién pertenecen sus caricias, quién es el ocupante de ese pliegue incógnito de su espíritu.

Se que no te lo confesará pero no por la razón que es fácil imaginar, sino porque te quiere. Se que derramará, derrama, lágrimas que no llevan tu nombre, pero que son en tu nombre y que nunca verás en sus ojos. Ella, si tú no lo remedias, permanecerá así a tu lado, queriéndote por supuesto, haciéndote el amor, pero con la duda permanente de que, tal vez, ama a otro hombre. En ese estado pasaréis juntos los días, las semanas, los años, consumiéndote tú en un amor que no es plenamente correspondido y agotándose Ella por el deseo de otro hombre. Así hasta llegar al inexorable final de vuestra convivencia. Y vendrán entonces los reproches, aparecerá la amargura y surgirán las mil batallas estériles de una guerra en la que los dos seréis los perdedores. Perdón, los tres. La naranja se habrá podrido y, el medio limón, no podrá subsistir solo y perderá toda su sustancia.

Sabías que podría llegar ese final pero ni por asomo hoy imaginas que os pueda pasar a vosotros ¡! Con lo que la amas y lo que Ella te quiere ¡!. Es cierto, si el querer de la que es hoy tu mujer te causa desasosiego, no lo tengas. Te quiere. Te quiere mucho…

No quieres una historia de perdedores y, mucho menos, perderla a Ella. Por eso, cuándo un día no muy lejano, Ella vaya a cobijarse en los brazos de su, tal vez, amado, porque al igual que no debes dudar que te quiere tampoco dudes que irá por él, debes comprenderla y seguir amándola porque realmente va buscándote a ti. Y ten por seguro que si vuelve, verás en su cara si te ha encontrado.

domingo, 6 de noviembre de 2011

La media naranja

 
“La gente aspira a encontrar su otra mitad en su ciudad, en su barrio, y hasta en su calle; no sé cómo no la buscan en su cama. Y no es así: cerca nos tropezamos con los humildes premios de consolación. Las medias naranjas verdaderas están lejos casi siempre y son costosas. Lo que hemos de pedir, además de encontrarlas, es que el hallazgo no se produzca demasiado tarde. " Antonio Gala (La Pasión turca)
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Estoy convencido que le quieres y que te casarás con él dentro de unas semanas. ¡ Cómo no ibas a querer a la persona que tanta paciencia tuvo contigo ! Cuando lo miras piensas en que día a día, pacientemente, te fue ganando y sacando del pozo en el que te encontrabas por el abandono del amor de toda tu vida. Han pasado algunos años y ese querer ha ido transformándose en ilusiones y esas ilusiones transmutaron a un proyecto de vida en común.

Le quieres. Le quieres mucho, lo se. Son ya años de imaginar tu vida con él. Esa vida requería afianzarte en tu trabajo. La precariedad, de cualquier clase, no liga muy bien con el amor. Luego, la casa. Vestirla a ella y vestirte tú. Con un traje blanco, inmaculado, tal y como mandan los cánones. Planear juntos la boda, la iglesia, los invitados, la luna de miel… No paras de sumar y sumar. Pero da igual porque estás convencida que le quieres. Y mucho. También soy consciente de ese querer, te lo dije antes y lo digo también ahora, que avanza nuestra historia.

Luego, en dos o tres años, vendrán los hijos. No debes descuidarte mucho porque los niños aprecian que los mayores jueguen con ellos y, a veces, los mayores cuanto más lo somos, no estamos para muchos juegos de niños porque nuestros juegos son todos de adultos y cansan mucho. Alguna amiga tuya, tal vez una hermana o hermano mayor que tú, o amigos comunes os hablaron de los hijos y habéis pensado en ello. Posiblemente serán dos hijos. Una parejita y, si la fortuna y la naturaleza os acompañan, que el primero sea niño por aquello de que cuidará de su hermana menor. Lo que si tienes muy claro es que quieres ser madre y, además, la madre de los hijos de tu novio. Porque es a él a quién quieres, sin duda. Y yo tampoco tengo ninguna duda de ello.

Tal vez cuando llegue vuestro segundo hijo o hija, estaréis afianzados en el trabajo lo que os permitirá tener ciertas dosis de prosperidad. Es entonces cuando la casa se os quedará pequeña y pensareis en cambiarla. Es que debes comprender que los niños necesitan un lugar para ellos donde jugar y dónde estudiar tranquilos cuando sean más mayores. Se te hace muy cuesta arriba volver a empezar con otra hipoteca ya que casi habíais pagado ésta. Pero es lo de menos, porque sigues con el padre de tus hijos. Si, aquél a quién un día prometiste no, juraste, lealtad eterna. Y hay que ser leal al compromiso. Y porque, además, hoy sabes, que le quieres…

Pero desde hace unos meses hay alguien que te inquieta el futuro. Desde hace unos meses, alguna noche se te escapa del cómputo del descanso. Tú que eres una mujer de números y tienes cuadrado hasta el último balance de tu vida.

Empezó como un juego inocente. Como empiezan estas cosas. Y tú, que tienes la seguridad que te otorga el querer a un hombre, jugaste. Eso es como hacerlo con las cartas marcadas. Pero lo se. Y no importa, porque al hombre que quieres, el hombre con el que te acuestas, el hombre que te hace el amor, se va a casar contigo en unas semanas.

Algo tuvo que salir mal en ese juego para que tu alma se agite al leer las palabras de ese hombre extraño que, sin embargo, te es tan familiar. Algo se debió escapar de tu cuenta de resultados para que tu corazón se desboque cada vez que se ilumina con su nombre la pantalla de tu ordenador, “en línea”. Y estás segura que está y es para ti.

Anhelas estar con él. Se que lo deseas. No pensaste que se enraizaría en ti como la hiedra. No creíste que pudiese penetrar en tu alma sin haber, siquiera, mirado sus ojos. No imaginabas que, queriendo a otro hombre como quieres, porque eso lo se, lo amases a él. No calculaste eso. Ni por un momento llegaste a pensar que cuando el hombre que quieres, al que le vas a prometer o jurar lealtad, te hace el amor, tú le hagas el amor a él, al hombre que amas.

Pero no quiero que te intranquilices. Te vas a unir al hombre que quieres y tu cuenta de resultados se que arrojará beneficios. Mientras, el hombre que amas, seguirá ahí. Iluminando tus sueños tal vez porque él, debía haber hecho por ti lo que nunca hizo por nadie. Y eso él lo sabe.

 

jueves, 3 de noviembre de 2011

Lo que parece, lo que es.


Mi animadversión por los jueves la he proclamado abierta y suficientemente, pero existen jueves -día en medio de ninguna parte de la semana- que son peores que otros: son aquellos que intentan ser lo que no son y éste, 3 de noviembre (que tampoco es mi mes favorito) es uno de ellos. Es un jueves disfrazado de martes en un noviembre templado como el mes de mayo. No llueve abiertamente, lo que me ha hecho ir paseándome con el paraguas sin tener que abrirlo, hecho que incrementa las posibilidades de pérdida del artilugio. Nada en él es lo que parece: me regalan sonrísas frías como la escarcha, veo derramar lágrimas -para cobrar ventajas- secas como un páramo y me siguen contando mentiras como verdades. Hoy no puede haber peor conjunción de sucesos planetarios para que siga aborreciendo el jueves y este escrito es un acto de reivindicación a esa repulsa que siento por ellos. Sobre todo cuando intentan parecer lo que no son: los jueves, los demás y hasta yo mismo.