Cuenta una historia hebrea que hace ya muchos años la Verdad salió a caminar por las calles tan desnuda como vino al mundo. Escandalizados, quienes la veían corrían a esconderse en sus casas, y nadie la quería recibir en su hogar. Así, la Verdad se dedicó a vagar por las calles buscando a alguien que la quisiera acoger. En uno de sus largos paseos, se encontró con el Cuento, que andaba alegre y satisfecho, arrancando suspiros de admiración por su espléndida y exótica ropa. Al ver a la Verdad, se acercó y le dijo:
- Dime vecina ¿por qué estás tan triste?
La verdad le contestó con tono amargo:
- Hermano, las cosas andan muy mal. Yo estoy vieja, muy vieja, y nadie me hace caso. Ninguno de los habitantes de esta ciudad quiere tener nada que ver conmigo y muchos huyen literalmente de mi.
Tras escucharla, el Cuento le respondió:
- La gente no te rechaza porque seas vieja. Yo también soy viejo, un anciano en realidad. Pero cuanto más envejezco, más me quiere la gente. Te diré un secreto:a todos les gustan los adornos y los disfraces. La desnudez les asusta, les cuesta de asimilar. Mira, te prestaré unos trajes espléndidos como los que llevo y ya verás que la gente que antes te rechazaba te invita a su hogar para disfrutar de tu compañía.
La Verdad siguió el consejo del Cuento y se puso la ropa prestada en forma de relatos y parábolas. Desde entonces la Verdad y el Cuento caminan de la mano, compartiendo sus historias con todo aquél que esté dispuesto a escucharlas.