LA CONSPIRACIÓN DE LOS CUERPOS
Cuando despertó, Diego seguía allí. Su respiración se mezclaba con el murmullo amortiguado de la calefacción, y la manta enredada entre sus piernas apenas cubría el naufragio de su torso. Jimena lo miró en silencio, con la precaución de quien sabe que un movimiento puede cambiar el curso de los acontecimientos.
El reloj en la mesilla de noche marcaba las 07:04. Enero terminaba en viernes. El final de un mes y el final de... ¿demasiado?
Se levantó despacio y caminó hacia la ventana. Afuera, la ciudad despertaba con el mismo frío de los días anteriores. Un coche frenó de golpe. Alguien insultó. Una cafetera silbó en algún apartamento vecino.
Jimena cerró los ojos un momento. Todavía sentía el peso de la noche en el cuerpo, la forma en que Diego había enredado sus piernas en las suyas, su boca dejando un mapa de huidas en su clavícula. Pero dormir juntos era otra cosa. Lo había notado en su respiración, en la forma en que la distancia se diluía sin que ninguno la forzara.
—Dime qué piensas —murmuró Diego, abriendo apenas los ojos.
Jimena sonrió con desgana.
—Que dormir juntos es más íntimo que follar.
Diego se estiró en la cama sin responder. Su brazo izquierdo quedó sobre la almohada, ofreciéndole un espacio que Jimena no ocupó.
—No siempre —dijo él finalmente.
Jimena se volvió a la ventana. Las nubes parecían pesar sobre los edificios.
—No siempre —repitió ella, pensativa. —Pero cuando lo es, da miedo.
Diego se incorporó y la observó con una media sonrisa.
—Que te dé miedo no significa que sea malo.
Jimena ladeó la cabeza y lo miró de reojo.
—O que sea bueno.
Diego suspiró y pasó una mano por su cabello revuelto.
—Siempre hacés esto.
—¿El qué?
—Cuestionar todo.
Jimena lo miró fijamente.
—Tal vez sea la única manera de saber si algo es real.
Diego se levantó y caminó hacia ella. Sus pies descalzos crujieron sobre la madera del suelo. Se detuvo a pocos centímetros y alzó una mano para tocarle el rostro, pero Jimena se apartó un poco.
—Si necesitas pruebas, entonces no lo sentiste —dijo Diego con voz suave, pero firme.
El reloj marcó las 07:11. La lluvia comenzó a golpear el cristal.
Jimena no respondió. Porque sabía que no había respuesta correcta. O tal vez la había, pero ninguno estaba preparado para decirla en voz alta.
«Las personas morales son las más vengativas de la humanidad, emplean su moralidad como la mejor y más sutil arma de venganza» (Lev Shestov, nacido el 31 de enero de 1866 para criticar la moralidad utilizada como un arma de venganza y condena al fuego eterno)
Y que cumplas muchos más de los 44 de hoy siendo tan bailongo como lo eres. Oye y no, no pares el sentimiento.
No puc aturar el sentiment
Una llum intensa omple el carrer, la música s’escapa de cada finestra, descontrolada, com una onada. Ella balla al mig del pas, sense mirar al voltant, deixant que els ritmes la guiïn. Quan el sol es posa, el seu cos sembla flotar. No hi ha barreres, només moviments, només el plaer de sentir. Llavors, un desconegut es para davant seu, somriu i la segueix. Tot el barri sembla unir-se, com una gran coreografia espontània. La ciutat s’omple de música. Ningú vol aturar-ho. El cos parla més que les paraules.