El hombre consideró progreso el que
dejásemos a un lado el lápiz, la pluma y el bolígrafo para escribir. Se trataba
de golpear las teclas de un ordenador, una tablet o un móvil
y de esta
manera hacer
llegar nuestro mensaje. En
esa evolución estábamos cuando ocurrió que los dedos se convirtieron en
muñones: pequeñas protuberancias que perdieron
sensibilidad al tacto. Esa
sensación
ya no nos era necesaria para aporrear los botones.
Continuábamos avanzando hacia la pérdida
total de sensaciones
y nuestras
palabras se volvieron afiladas e insensibles. Así, las prominencias que un día
fueron nuestros
dedos, transmutaron en punzantes alfileres. Fue entonces cuando hombres y
mujeres dejamos de acariciarnos al hacerse doloroso. Con ello la evolución llegó a su fin, a la desaparición de la especie.
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