jueves, 25 de mayo de 2023

 ASALTO AL BANCO CENTRAL: LA CAJA 156 (III)


Barcelona, 25 de mayo de 1981

El día amaneció con una tensa calma. El asedio al Banco Central entraba en su segunda jornada y nadie sabía cómo iba a terminar. Los atracadores seguían atrincherados en el edificio, con los rehenes a su merced. La policía seguía rodeando el banco, sin encontrar una forma de entrar. Los medios de comunicación seguían informando sobre el suceso, sin saber la verdad.

El Rubio estaba cada vez más desesperado y enfadado. No entendía por qué nadie venía a recoger los documentos que le habían encargado. ¿Acaso le habían abandonado a su suerte? ¿O se habían olvidado de él? ¿O quizás habían muerto o sido detenidos? No podía dejar de pensar en el dinero que le habían prometido y que nunca vería. Se sentía engañado y traicionado.

Mientras tanto, en el interior del banco, los rehenes estaban cada vez más agotados y asustados. Habían pasado más de veinticuatro horas encerrados en el edificio, sin apenas comida ni agua. Algunos habían sufrido heridas o enfermedades. Otros habían perdido la esperanza o la cordura. Los atracadores no habían dudado en maltratarlos o humillarlos si no se comportaban como ellos querían.

Entre los rehenes había una mujer que se llamaba Ana Martínez. Era una empleada del banco, que trabajaba como cajera. Tenía treinta años y estaba casada con un hombre que se llamaba Carlos García. Tenían dos hijos pequeños, que se habían quedado con sus abuelos cuando ella fue a trabajar. Ana era una mujer sencilla y trabajadora, que solo quería volver a ver a su familia.

Ana había sido testigo de cómo los atracadores entraban en el banco y tomaban el control del edificio. Había visto cómo disparaban al aire o amenazaban con matarlos si no se cumplían sus demandas. Había oído cómo pedían la liberación de los militares golpistas y la entrega de dos aviones para huir del país. Había sentido cómo la angustia y el miedo se apoderaban de ella y de los demás rehenes.

Pero Ana también había visto algo más. Algo que nadie más había visto. Algo que podía cambiar el curso de los acontecimientos. Ana había visto cómo uno de los atracadores se acercaba a la caja fuerte y sacaba una funda de cuero con unos documentos dentro. Había visto cómo ese atracador se guardaba la funda en el bolsillo de su gabardina y volvía con los demás. Había visto cómo ese atracador miraba nervioso a su alrededor, como si temiera ser descubierto.

Ana sabía quién era ese atracador. Era Luis García, el marido de su amiga Carmen López. Ana conocía a Luis desde hacía años. Era un hombre simpático y amable, que trabajaba como agente comercial. Ana no podía creer que Luis fuera uno de los asaltantes. ¿Qué hacía allí? ¿Qué buscaba? ¿Qué escondía?

Ana no sabía qué hacer con esa información. ¿Debía contárselo a alguien? ¿A quién? ¿A la policía? ¿A los atracadores? ¿A los rehenes? ¿O debía callarse y esperar a que todo acabara? Ana tenía miedo de las consecuencias que podía tener su decisión. Miedo de poner en peligro su vida o la de los demás. Miedo de equivocarse o arrepentirse.

Lo único que tenía claro era que tenía que actuar pronto. Antes de que fuera demasiado tarde...

"La felicidad es un perfume que no se puede derramar en los demás sin conseguir antes uno para sí mismo" (Ralph Waldo Emerson, nacido el mismo día que mi nieta Blanca, 25 de mayo, pero de 1803. Afortunadamente a mi nieta si la conozco)

I si de felicitat pròpia parlem, hem de parlar de les meves netes, Coral i Blanca i, més concretament avui de Blanca que compleix 3 anys i és tot una personeta dolça, tendre i absolutament nena. Com ha de ser. Per descomptat avui la cançó va dedicada a ella que és la que li posa un somriure d'orella a orella quan l'escolta i li fa ballar com cap altra. T'estimo Blanca amb tot el meu cor! 


 

 

 

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