EL SUEÑO DE LOS LOCOS
El año era el 2123, y el mundo había alcanzado la paz y la prosperidad. La humanidad había librado su última guerra, y había curado todos los cánceres y enfermedades infecciosas. La esperanza de vida se había duplicado, y la pobreza y el hambre se habían erradicado. La ciencia y la tecnología habían avanzado a pasos agigantados, y la sociedad disfrutaba de un nivel de bienestar y comodidad nunca visto.
Sin embargo, no todo era perfecto. Había un problema que todavía no tenía solución: las enfermedades mentales graves. Las personas que padecían psicosis, esquizofrenia y depresión maníaca representaban una amenaza para ellos mismos y para los demás en esta sociedad que de otro modo sería utópica. Los tratamientos farmacológicos y psicológicos existentes eran ineficaces o tenían efectos secundarios indeseables. Los hospitales psiquiátricos estaban abarrotados y deshumanizados. Los enfermos mentales sufrían el estigma y la discriminación de sus congéneres.
Por eso, se inició una solución humanitaria. Cuando las personas diagnosticadas con estas enfermedades se iban a dormir, eran sometidas a una inyección que inmovilizaba su cuerpo, pero no afectaba su mente. Se despiertan dentro de una simulación por ordenador de su mundo, que es tan realista que no se dan cuenta de lo que ha sucedido. En esa simulación, pueden vivir una vida normal, sin los síntomas ni las limitaciones de su enfermedad. Pueden trabajar, estudiar, relacionarse, divertirse, como si nada hubiera pasado. La simulación se adapta a sus deseos y necesidades, creando un entorno ideal para su felicidad.
Así lo hacía David, un hombre de 40 años que padecía esquizofrenia paranoide desde los 20. Cada noche, se acostaba en su cama, en su pequeño apartamento de una ciudad gris y ruidosa. Se ponía un brazalete en el brazo izquierdo, que contenía el dispositivo que le inyectaba el sedante y le conectaba a la simulación. Se quedaba dormido en cuestión de minutos, y entraba en su sueño.
En su sueño, se despertaba en una casa amplia y luminosa, en medio de un campo verde y florido. Se levantaba de su cama, se duchaba, se vestía y desayunaba con su mujer y sus dos hijos. Les daba un beso y salía a trabajar. Conducía su coche eléctrico hasta la oficina, donde era el director de una empresa de informática. Allí se reunía con sus socios y empleados, les daba instrucciones y consejos, resolvía problemas y tomaba decisiones. Era respetado y admirado por todos.
Después del trabajo, volvía a casa, donde le esperaban su familia y sus amigos. Cenaban juntos, charlaban, reían, jugaban. David se sentía querido y feliz. Se acostaba con su mujer, le hacía el amor con pasión, y se dormía abrazado a ella.
Así era su vida en la simulación. Una vida perfecta, sin rastro de su enfermedad. No oía voces ni veía alucinaciones. No tenía delirios ni paranoia. No sentía miedo ni angustia. Solo paz y alegría.
David no sabía que todo era falso. Que su mujer y sus hijos no existían. Que su trabajo y sus amigos eran solo programas informáticos. Que su casa y su campo eran solo imágenes generadas por ordenador. Que su cuerpo estaba inerte en una cama metálica, rodeado de cables y sensores.
David no sabía nada de eso. Y tampoco quería saberlo.
Él prefería vivir en el sueño de los locos.
“La guerra no es más que un asesinato en masa, y el asesinato no es un progreso.” (Alphonse de Lamartine, nacido el 21 de octubre de 1790 para decir una obviedad a la que nadie pone remedio)
Y que cumplas muchos más de los 83 de hoy aunque ya hace mucho tiempo que no escuchábamos la canción del vídeo. No s'aparta molt de la realitat el relat: nosaltres també continuem evadint-nos de la realitat amb la tecnologia. L'única diferència és que vivim (de moment) entre els entenimentats.
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