EL ARTE DE DESCOMPONER
Veramundo miraba la pantalla de su ordenador con una mezcla de terror y resignación. Las filas del Excel parecían multiplicarse como gremlins bajo la lluvia, y el café que había pedido veinte minutos antes seguía sin llegar. “Por Dios, que al menos este café me saque del coma funcional”, pensó mientras aporreaba el teclado intentando que la maldita célula D54 no siguiera mostrando un error.
—¡Veramundo! ¿Tienes ya el informe para la reunión de las cuatro? —le ladró su jefe desde la puerta.
Veramundo respondió con un asentimiento que podía interpretarse como sí, no o tal vez. Él mismo no lo tenía claro. Faltaban tres horas para esa reunión y las probabilidades de que el informe estuviera listo eran las mismas de que Papá Noel aterrizara en su oficina con un paquete de vacaciones todo incluido.
Entre balances, proyecciones y llamadas, el día de Veramundo avanzaba al ritmo de una marcha fúnebre. Todo se complicaba con un reparto poco equitativo del caos navideño. Su madre le enviaba mensajes recordándole que no olvidara comprar el turrón blando, su pareja le pedía que confirmara si iban a casa de su familia o a la de la suya, y en medio de todo eso, llegó el recordatorio de la cena de empresa. Una cita anual donde las promesas de “diversión” se convertían en batallas de karaoke y abrazos demasiado largos de compañeros ebrios.
A las dos en punto, el café finalmente llegó. No era caliente, ni fuerte, pero al menos no era una reunión. Se aferró al vaso como si fuera un amuleto.
—Hoy es el día, ¿verdad? —dijo Clara, su compañera del departamento de contabilidad, dejándose caer en la silla frente a él.
—Si por “día” te refieres al día en que mi cerebro decide irse de vacaciones antes que yo, entonces sí.
Clara se rió, un sonido breve que casi se perdió entre el ruido de teclados y las discusiones lejanas del equipo de ventas.
—Deberías probar lo del mindfulness —sugirió ella.
—No tengo tiempo ni para respirar y ¿me dices que debería pasar quince minutos meditando? A mi calendario no le caben ni dos minutos de autocuidado.
Ella se encogió de hombros y regresó a su escritorio, dejando a Veramundo con sus pensamientos y un café que cada vez tenía más sabor a derrota.
A las cuatro menos cinco, Veramundo entró en la sala de reuniones con el informe a medio hacer y la sensación de estar caminando hacia el cadalso. Los primeros minutos transcurrieron entre palabras vacías y gráficas que parecían hechas en Paint. Su jefe no parecía impresionado, pero al menos no le había lanzado una grapadora.
Entonces sucedió. El correo electrónico.
Un mensaje del equipo de IT anunciaba que el sistema entero caía para un mantenimiento de emergencia. De inmediato, Veramundo sintió una mezcla de alivio y terror: el informe no podría completarse, pero tampoco podría mentir. Se encogió de hombros y dejó que el caos siguiera su curso.
Cuando finalmente salió de la oficina a las siete y media, con el informe inconcluso y el recuerdo de una cena de empresa aún en el horizonte, Veramundo decidió tomarse un momento de tregua. Se sentó en un banco del parque cercano, escuchando el murmullo de los coches y el viento jugando con las hojas caídas. Por primera vez en semanas, respiró.
La Navidad vendría igual. Los errores, también. Pero en ese momento, lo único que importaba era el aire frío llenándole los pulmones y la sensación, por fugaz que fuera, de estar fuera del tiempo.
El café, como de costumbre, seguía siendo una decepción.
«Respetarse a uno mismo y los demás vendrán a respetarte. Eso es verdad para todos nosotros, pero especialmente para las mujeres. Eso es lo que significa honor» (Abdulrazak Gurnah, nacido el 20 de diciembre de 1948 para ser premio Nobel de Literatura en 2021. La frase describe algo que es demasiado fácil para ser verdad)
Y este caballero de movimientos sincopados que tanto enloquecían a las quinceañeras de la época, hoy hace 51 años que ya no está entre nosotr@s; se fue más allá mar.
Més enllà del mar
Cada nit, sota el cel estrellat, mirava cap a l'horitzó. L'aigua, infinita i fosca, semblava un camí que conduïa a un altre món, un lloc on els somnis es feien realitat. Allà, més enllà del mar, l'esperava ella, amb els ulls brillants com les estrelles i una somriure que il·luminava la seva ànima. Tot i la distància, sentia la seva presència, com una brisa marina que li acariciava la pell. Un dia, prometé's, navegaria fins a trobar-la, i junts explorarien els secrets que amagava l'oceà.