martes, 31 de diciembre de 2024

ONCE CAMPANADAS

Este año, por primera vez, mi reloj biológico se ha adelantado a la realidad. Nada de doce campanadas, doce deseos o doce uvas. Once. Justo lo que Barcelona puede permitirse en 2024. ¡El colmo de la austeridad creativa!

Desde hace semanas, el Ayuntamiento ha desplegado su maquinaria propagandística. “Menos campanadas, más sostenibilidad”, decían los carteles repartidos por toda la ciudad, como si la sostenibilidad tuviera algo que ver con que los fondos buitres se coman el mercado inmobiliario a bocados y los pisos turísticos nos expriman hasta la última gota de paciencia y dinero. En la tele local, un experto en economía señaló que, con lo que costaba hacer sonar la duodécima campanada, podríamos financiar “proyectos sociales”. A saber qué entienden por eso.

En la plaza del barrio, nos reunimos como cada año, aunque esta vez el ambiente estaba algo más... contenido. Cómo no estarlo, si hasta las uvas venían racionadas. Doce ya eran un lujo; once, la nueva norma. La señora Conchita, que regenta el colmado, las vendía en bolsitas con una pegatina que decía: “Oferta especial: 11 razones para brindar”. La ironía no se le escapa ni a los pequeños comerciantes.

A medida que se acercaban las campanadas, el murmullo creció. El carillón de la iglesia del barrio, envejecido como un actor en decadencia, soltó un par de pruebas de sonido que parecían tosidos asmáticos. A mi lado, el señor Ramón, siempre con su bastón y su pesimismo a cuestas, suspiró:

—Ya verás, ni para once les da.

Llegó el momento. La primera campanada resonó, grave y solemne, cortando el aire. Algunos niños taparon sus oídos, mientras los mayores tragaban la primera uva con un entusiasmo que no veía desde que el Barça ganó el triplete. A la tercera campanada, ya había quienes mascaban como si no hubiera un mañana. Por la sexta, las conversaciones se cruzaban en un caos de gritos y risas.

—¿Pero cuántas llevas tú, Mari? —¡Siete! ¡Ocho! ¡Espera, me he perdido!

La décima campanada cayó como un mazazo. Todos contuvieron el aliento. Solo quedaba una. Y entonces, el silencio. Un instante eterno en el que hasta el carillón parecía contener la respiración.

—¿Eso es todo? —preguntó alguien al fondo.

—¡Que no! ¡Aún queda una! —corrigió Conchita, empujando a su nieto hacia el reloj para que diera el golpe final a mano.

El niño, con una sartén en una mano y una cuchara en la otra, asumió el rol de salvador. Golpeó la sartén con toda la dignidad que su metro veinte le permitía. Un sonido seco y desafinado cerró la ceremonia.

—¡Feliç Any Nou! —gritó alguien, y el grito se extendió como una ola que intentaba tapar el bochorno de lo que acabábamos de presenciar.

Yo masticaba la última uva mientras miraba el cielo de la ciudad, manchado de luces artificiales. Pensé en lo absurdo de todo aquello. Once campanadas, once uvas. Como si recortar un golpe de campana pudiera arreglar algo. Pero en ese instante, el niño volvió a golpear la sartén, esta vez por puro gusto, provocando un estallido de risas y aplausos. Quizás había algo más allá del absurdo, algo que no se podía comprar ni vender: una chispa de humanidad, una risa compartida.

¿Y la duodécima campanada? La dejamos pendiente, como tantas otras cosas. Tal vez el año que viene.

«Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas» (Horacio Quiroga, nacido el último día del último mes del año 1878 para ser uno de mis mejores modelos de cuentista y dejarnos un buen consejo… para todo tiempo)

Este 31 de diciembre hubiese cumplido 76 años pero se quedó en 64 dejando las discotecas y similares un poco más aburridas.

L'últim ball

La bola de mirall brillava, projectant mil fragments de llum sobre la pista de ball. Ella, vestida de plata, sentia el ritme a cada batec del cor. Els ulls, fixos en els seus, prometien una eternitat en aquesta nit. Però l'aigua tònica ja havia perdut el seu gust, i les sabates, el seu confort. Amb un últim gir, es desenganxaren, deixant un buit que només la música podia omplir. Era l'últim ball, l'últim adeu, un moment suspès en el temps, abans que la realitat tornés a reclamar-los.

 "Bonus track", por supuesto...


Y otro "bonus track"... 




 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario