sábado, 31 de agosto de 2024

EL HOMBRE HÍBRIDO


En el corazón de la ciudad, donde los edificios se alzan como colosos de acero y cristal, vivía un hombre que había dejado de ser del todo humano. Lo llamaban "El Hombre Híbrido", un apodo que él mismo había adoptado con una sonrisa torcida, esa que nunca alcanzaba sus ojos. Pero no siempre fue así. Hubo un tiempo en que su risa era genuina y su alma, aunque golpeada, todavía le pertenecía.

La transformación no fue instantánea. No, el híbrido se forjó lentamente, en las aulas de una escuela donde la educación era una broma y el respeto, una quimera. Los profesores, figuras distantes y cansadas, repetían frases vacías que se desvanecían en el aire antes de alcanzar los oídos. Sus compañeros, almas perdidas en un mar de indiferencia, se atacaban con palabras afiladas, cada insulto un ladrillo más en el muro que separaba al hombre de sí mismo.

Poco a poco, se volvió lo que odiaba. Las máquinas que una vez le sirvieron, ahora se convirtieron en sus únicas compañeras. Con cada implante, cada actualización, el hombre se alejó un poco más de su humanidad. Una pantalla sustituía al espejo; una notificación, a la conversación. Las palabras eran pulsos de datos, vacíos de calor, llenos de eficiencia. Su piel sintió el frío del metal, su corazón el vacío de la rutina.

Una noche, mientras la ciudad dormía bajo un manto de neón, El Hombre Híbrido caminó por las calles desiertas. Las luces parpadeaban, como si la misma ciudad estuviera a punto de colapsar. O tal vez solo reflejaban el caos interno que rugía dentro de él. A lo lejos, el eco de una risa, humana, genuina, atravesó el aire. Se detuvo, sorprendido por la sensación olvidada de nostalgia. ¿Cuándo fue la última vez que se había reído? ¿Cuándo fue la última vez que sintió algo que no fuera el peso de su existencia?

Sus pasos lo llevaron a un parque, una rareza en esa jungla de concreto. Allí, bajo la luz pálida de la luna, vio a una mujer sentada en un banco. Leía un libro, sus ojos siguiendo las líneas con devoción. No tenía implantes, no llevaba consigo ninguna máquina. Era tan humana como él había sido una vez. La miró, deseando decir algo, cualquier cosa que rompiera la barrera invisible entre ellos.

Pero cuando abrió la boca, solo salió un susurro metálico, una voz que ya no era del todo suya. La mujer levantó la vista, sus ojos llenos de compasión y tristeza.

—¿Estás bien? —preguntó ella, su voz suave como una brisa.

El Hombre Híbrido intentó responder, pero las palabras se le atascaban, atrapadas en la maraña de cables y algoritmos que ahora conformaban su ser. Finalmente, logró articular:

—No... no lo sé.

Ella lo observó por un momento, su mirada profunda como si intentara ver más allá de la máscara de metal y carne.

—A veces, recordar quiénes éramos es lo que más duele —dijo, antes de volver a su libro.

Él sintió un tirón en su pecho, un dolor que reconoció como añoranza. No por ella, sino por lo que ella representaba: la vida que había perdido.

Se dio la vuelta y se marchó, dejando atrás ese pequeño oasis de humanidad. Mientras caminaba de regreso a la frialdad de su hogar, se dio cuenta de que ya no sabía quién era. El hombre que una vez fue estaba enterrado bajo capas de circuitos y código. El respeto, la conexión, el amor, todo lo que lo hacía humano, había sido reemplazado por la eficiencia, por la funcionalidad.

Al llegar a su apartamento, miró su reflejo en la pantalla apagada. El rostro que lo devolvía la mirada era pálido, sin vida. En ese momento, supo que la batalla había terminado. No había vencido ni había sido vencido. Simplemente había dejado de luchar.

Apagó las luces, se tumbó en su cama, y cerró los ojos, esperando un sueño que sabía que no llegaría. La noche era larga, fría, y en silencio, el hombre híbrido, o lo que quedaba de él, se fundió con la oscuridad.

«La fuente del mal no reside en los hombres o en la violación de las leyes, sino en la ley, en el régimen, en la autocracia misma» (Aleksandr Radíshchev, nacido el 31 de agosto de 1749 para saltarse la ley cuando le parecía conveniente: para algo le tuvo que servir ser jurista)

 Y que cumplas muchos más de los 54 de hoy aunque con las compañía que vas no se yo...

Nomès paraules

Les paraules volen, diu la gent, però les seves paraules es quedaven amb ella, atrapades entre els plecs del seu cor. Cada "t'estimo" pronunciat es diluïa com tinta en l'aigua, deixant només rastres borrosos d'intencions. Ell li donava paraules com si fossin pedres precioses, però ella, que buscava fets, trobava les seves mans buides. Un dia, va decidir endur-se els seus silencis i marxar, deixant enrere les paraules que mai van arribar a ser res més que això: només paraules. A la fi, va aprendre que el silenci té més pes que qualsevol promesa no complerta.

viernes, 30 de agosto de 2024

EL ARTE DE CAMINAR HACIA ATRÁS


Hoy me desperté con una idea brillante, una de esas que parecen surgir de la nada, como si un genio travieso me hubiera susurrado al oído mientras dormía. Decidí caminar hacia atrás. No sé por qué, tal vez porque me aburría la rutina o porque quería darle un toque de locura a mi vida. Soy un pionero, pensé, un innovador de la locomoción, como el Steve Jobs de las zapatillas desgastadas.

Al principio, parecía fácil. Solo tenía que poner un pie detrás del otro, nada complicado. Pero la realidad se encargó de recordarme que la gravedad es un bromista experto, siempre dispuesto a hacerme tropezar cuando menos lo espero.

Di mi primer paso hacia atrás con cautela, como si estuviera tratando de escabullirme de una fiesta aburrida sin que nadie lo notara. Pero en lugar de avanzar hacia la puerta, me deslicé hacia lo desconocido. Cada paso que daba hacia atrás se sentía como una pequeña aventura, un viaje al pasado, donde cada baldosa del suelo era una página de un libro que nunca había leído. Sentía el pavimento bajo mis pies de una manera completamente nueva, como si estuviera redescubriendo la tierra firme por primera vez.

El sonido de mis pisadas resonaba de forma extraña, como si el eco intentara atraparme, pero siempre llegaba un segundo tarde. No era solo el suelo lo que se sentía diferente; el aire también parecía más denso, cargado de secretos que solo aquellos lo suficientemente valientes como para no mirar lo que viene podían descubrir.

De repente, una ráfaga de viento golpeó mi rostro. O al menos eso pensé, hasta que me di cuenta de que era el olor del puesto de perritos calientes que acababa de esquivar por los pelos. El aroma me envolvía, tentándome a rendirme, a girar y seguir la ruta convencional como el resto de los mortales. Pero no, yo soy un rebelde, un espíritu indomable, así que seguí caminando hacia atrás, ignorando el llamado del estómago y la lógica.

Mientras continuaba –o retrocedía, dependiendo de cómo se mire–, el mundo empezó a verse diferente. Los sonidos cambiaron, los colores parecían más vivos, y el cielo... el cielo se transformó en una pantalla gigante donde las nubes proyectaban películas mudas que solo yo podía entender. Era como si, al caminar hacia atrás, hubiera desbloqueado un sentido oculto, una puerta a un universo paralelo donde todo tenía más sabor, más olor, más textura.

De repente, sentí una ligera vibración bajo mis pies, algo que nunca habría notado si caminara de frente. Era la acera, riéndose conmigo o de mí, quién sabe. Cada paso que daba atrás era una conversación muda con la ciudad, una danza extraña en la que yo llevaba el ritmo y el pavimento seguía mis pasos, aunque un poco desconcertado.

Y fue entonces cuando me di cuenta: caminar hacia atrás no era solo un ejercicio físico, era un estado mental. Era como si le estuviera diciendo al mundo: “No tengo miedo de retroceder, porque sé que puedo volver a empezar”. Y mientras los demás me miraban con extrañeza, yo sabía la verdad. Ellos caminan hacia adelante porque no conocen otra forma. Pero yo, yo había descubierto el truco: al caminar hacia atrás, me estaba adelantando a todos ellos.

Finalmente, llegué a mi destino, aunque no estaba seguro de cuál era. Pero eso no importaba. Lo que importaba era que había caminado hacia atrás y, en el proceso, había dejado atrás algo más que solo metros de acera. Había dejado atrás las normas, las expectativas y, por un breve instante, había vivido en un mundo donde todo era posible, incluso caminar de espaldas al futuro.

«La objetividad es una cuestión polémica. Pero he tratado de informar procurando mantener el periódico que dirijo al margen de cualquier tipo de lucha y siempre al servicio de un entendimiento inteligente entre todos los españoles» (Horacio Sáenz Guerrero, 21 de noviembre de 1921-30 de agosto de 1999, periodista, director de “La Vanguardia” –cuando era española- hoy lo traigo aquí porque intentó hacer un periodismo honesto y por tener un sobrino, Alberto, que fue un hermano que me regaló la vida ¡Te encuentro a faltar hermano!) 

Y que cumplas muchos más de los 35 de hoy y con buena audición en tus oídos, cosa que conseguirás apartándote de los ambientes ruidosos y chillones.


¡Hey Mama!

"M'agradava seure al balcó i mirar les estrelles amb la meva mare. Em deia que cadascuna era un desig esperant a ser somiat. Ara, quan les veig, em sembla que ella encara és aquí, mirant-les amb mi. Sóc la seva estrella més brillant, intentant fer realitat tots els seus desitjos."