EL ABISMO DEL TIEMPO
Amanece en Siccar Point y el viento arrastra la sal del Atlántico hacia los acantilados. Mara está allí, con una libreta y un café ya frío. Hace semanas que se siente atrapada en una espiral interminable: la rutina de la ciudad, los días iguales, los mensajes pendientes. Decidió viajar al lugar donde James Hutton vio, por primera vez, la huella del tiempo profundo. Quizá, pensó, entender el pasado podía ayudarla a soltar el presente.
Mara mira los estratos, las capas de piedra que parecen pliegues en una vieja bufanda tejida a mano. Los estratos verticales, los horizontales, como cicatrices que la Tierra ha acumulado. Imagina a Hutton allí, con el cabello despeinado, el rostro endurecido por el viento escocés, señalando hacia las rocas mientras sus amigos, Hall y Playfair, intentan entender lo que están viendo. “Sin principio ni final”, dice Hutton. La frase resuena en su mente, como si el eco pudiera viajar por las eras geológicas, llegar hasta su presente.
Mara siempre había tenido un miedo casi irracional al paso del tiempo. De niña, lloraba cuando sus padres le decían que algún día crecería y ellos serían viejos. De adulta, intentó no pensar en ello, ocupándose con trabajos, relaciones, metas. Pero aquí, en Siccar Point, el tiempo no era un reloj que marcaba los minutos; era un abismo. Un abismo que la absorbía. ¿Cómo vivir sabiendo que su vida era apenas un parpadeo frente a esos millones de años?
—Todo está aquí —murmura para sí misma—. El pasado, el presente... No hay diferencia.
Un hombre mayor se le acerca, tambaleándose un poco entre las rocas. Lleva una gorra vieja y un bastón que parece tan antiguo como los estratos que lo rodean. Se sienta a su lado sin pedir permiso, dejándose caer con un suspiro largo.
—Hermoso, ¿verdad? —dice el hombre, mirando hacia el horizonte.
Mara asiente. Siente que sus palabras serían insuficientes para describir lo que ve.
—Sabes, cada una de esas capas es una historia —continúa el hombre—. La gente siempre piensa en el tiempo como algo lineal. Pero aquí, todo se amontona. Las historias se apilan unas sobre otras. El pasado no está realmente atrás, está debajo de nuestros pies.
Mara lo mira, sorprendida por cómo sus pensamientos parecen haberse materializado en la voz de un desconocido. El hombre sonríe, con la mirada perdida en el horizonte.
—Así que no te preocupes demasiado por lo que viene —dice—. Al final, todos somos parte de estas capas. ¿Ves esas rocas verticales? Alguna vez estuvieron enterradas, luego se alzaron. Nosotros también nos elevamos, a nuestra manera.
El viento sopla más fuerte y Mara siente un escalofrío recorrer su espalda. Por primera vez en mucho tiempo, el tiempo ya no le parece un enemigo. Es parte de algo más grande, algo que no puede controlar, pero en lo que puede encontrar cierta paz. Cierra la libreta y sonríe al hombre.
—Gracias —le dice, y siente que esa palabra lleva consigo el peso de todas las eras que ha visto este lugar.
El hombre se pone en pie lentamente, sacudiéndose el polvo de los pantalones.
—Nos vemos en el próximo pliegue del tiempo —dice, antes de marcharse tambaleándose de nuevo entre las rocas.
Mara se queda allí un momento más, mirando el horizonte. El sol está alto y la marea comienza a subir. Guarda la libreta en su mochila y, con una última mirada a los estratos, se aleja de Siccar Point, dejando atrás la ansiedad. El tiempo profundo la acompaña, pero ya no le pesa: es un susurro constante, un recordatorio de que, al final, todos somos historias apiladas en las rocas.
«Hasta la supervivencia de una banda de ladrones necesita de la lealtad recíproca» (Antonio Genovesi, nacido el 1 de noviembre de 1713 para hablarnos del porqué sobreviven l@s polític@s sean del color que sean)
Y que cumplas muchos más de los 57 de hoy... y me refiero a la más guapa del vídeo.
Eternitat en un instant
La platja, immensa i buida, era el seu escenari. Ell, amb la guitarra a les mans, entonava una melodia que semblava sorgir del cor de la mar. Cada nota era una promesa, una eternitat que volia compartir amb ella. Els seus ulls es van trobar, i en aquell instant, el temps s'aturava. L'amor, infinit i pur, omplia l'aire salobre, i sabien que havien trobat el seu per sempre.