sábado, 30 de noviembre de 2024

 VIERNES NEGRO: AHORRO ASEGURADO

El "Black Friday". Me suena a esos letreros de neón que parpadean al borde del infierno. Un grito de guerra para la sociedad moderna: ¡Compra, compra, compra! Yo, sin embargo, no caí en la trampa. Esta vez, me planté como un viejo roble firme ante la tormenta de ofertas. Ni una sola compra innecesaria, ni un maldito gadget de cocina que termine olvidado en el fondo de un cajón. Ahí estaba yo, el caballero con su armadura de sensatez, el Don Quijote que no sucumbía ante las tentaciones del mercado.

Mi mujer, Carmen, no compartía exactamente mi entusiasmo. "Juan, no es que no necesitemos nada... es que tú eres incapaz de aceptar un cambio. Mira esas pantuflas, están en sus últimos suspiros", dijo, mientras me señalaba mis fieles pantuflas, tan viejas que ya se habían convertido en una extensión de mis pies. "Eso es historia. Patina con ellas y viajas en el tiempo", repliqué, pero ella solo bufó, una mezcla de risa y resignación.

A lo largo del día, el estrépito de las notificaciones me sacudía como si una tormenta eléctrica estuviera atrapada en mi móvil. ¡Todo a mitad de precio, envío gratis, solo por hoy! Los descuentos gritaban desde la pantalla, pero yo, imperturbable, seguía en mi sillón, acariciando a mi gato, que ronroneaba con una expresión de superioridad felina. Nada de lo que el mundo moderno pudiera lanzar a mi puerta iba a hacerme gastar un céntimo.

"Hoy se ahorra", proclamé como si fuese un orador ante una plaza llena de mercaderes. Carmen solo movió la cabeza. "Claro, como cuando ahorraste usando una caja vacía de cereales para almacenar los clavos…", murmuró. Me reí. Ella tenía razón, claro, pero no iba a reconocerlo tan fácilmente. El gato, por supuesto, me daba la razón sin dudar, al menos mientras su barriga estuviese siendo rascada.

Pasó el día. Vió como la pantalla se apagaba, el bombardeo de ofertas finalmente reducido a nada. La victoria había sido mía. ¡Ni un euro gastado! Lo anuncié triunfante mientras Carmen encendía la cafetera. "Vas a tener que gastar algo mañana, querido", dijo.

—¿Por qué? —pregunté con el pecho hinchado de orgullo.

—La caldera se ha roto —dijo, con la voz llena de una irónica dulzura.

El aire pareció quedarse helado en la casa, y no por la caldera. El gato soltó un maullido de protesta mientras el frío se instalaba en los rincones de la habitación. Me quedé allí, mirándola, mientras en mi cabeza resonaban las palabras que había repetido todo el día: "No he comprado nada que no necesitara".

¡Claro que no! Pero lo que necesitaba ya había decidido romperse, y yo, como el viejo testarudo que soy, había ignorado las ofertas de los técnicos de reparación por ser demasiado caras. Mañana tocará pagar, y con intereses.

Carmen sonrió, con esa mezcla de triunfo y lástima que solo una esposa puede tener por un marido testarudo. El gato se alejó a buscar un rincón más cálido. Y yo me hundí un poco más en mi sillón, con la certeza de que, en este Viernes Negro, el que había ahorrado había sido el universo. A mi costa.

"Nada es constante en este mundo sino la inconstancia." (Jonathan Swift, nacido el 30 de noviembre de 1667 gracias a la constancia de sus padres)

Y que cumplas muchos más de los 35 de hoy y piensa que hay algo más que el dinero. Cuando lo descubras ven y nos lo dices.

Noia material

Va néixer envoltada de lluentons i vistes a la ciutat, on la llum de neó li marcava el camí. Els diamants li pesaven al coll, com si fossin els grillets d'una gàbia daurada. "Soc una noia material", es deia al mirall, amb un somriure d'aparador que amagava la buidor. Els talons feien ressò a la pista de ball mentre la gent la mirava, però ningú la veia realment. Al final del dia, quan els focus s'apagaven, només quedava la foscor d'un somni de plàstic. I ella, amb els peus descalços, intentant sentir el terra sota seu, un cop més.


 

 

viernes, 29 de noviembre de 2024

EL POEMA INFINITO

No sé cómo llegué aquí. No sé por qué me encerraron en esta torre de piedra ni qué hado miserable decidió que mi destino fuera estar sentado en este suelo frío, con las piedras clavándose en mi espalda. Pero aquí estoy, y solo tengo una cosa clara: debo escribir. Es lo único que me mantiene vivo. Sin la tinta que sangra sobre este papel, mi cordura habría huido hace tiempo, dejándome con la boca llena de gritos que nadie escucharía.

La pluma es mi herramienta y mi castigo, un artefacto de plumas negras que encontré en el suelo, como si el cuervo que se la dejó también quisiera deshacerse de ella. Escribo en un papel viejo, sucio, y cada trazo araña como si el tiempo se doblara y rompiera. Y escribo, ironía suprema, en un idioma que no conozco. Ni una palabra comprendo, pero al mismo tiempo, siento que este lenguaje corre por mis venas, como un eco de algo que siempre he sido.

Escribo sobre otro hombre. No lo conozco, pero lo siento tan presente que podría escuchar sus respiraciones pesadas si me concentrara. Él está encerrado en otra torre, igual a la mía, y él también escribe. Cada una de sus palabras me arde en los dedos, como si me dictara desde el otro lado del infinito. También escribe sobre otro hombre, que está en otra torre, que también escribe... ¿Cuántos somos? ¿Cuántas torres se alzan en este desierto sin fin? No lo sé, y esa ignorancia tiene un sabor amargo, como el metal oxidado que me obliga a seguir masticando.

Cuando el sol empieza a esconderse, asomo la cabeza por la abertura que tengo en la pared. No es una ventana, no merece ese nombre. Es solo una grieta que deja pasar el aire denso y caliente del desierto que me rodea. Un mar de arena roja y naranjas, bajo un cielo de fuego. A veces, me pregunto si alguien nos busca, si alguien allá fuera se pregunta cuántos poetas se han extraviado en estas torres. Pero esas preguntas son tan fáciles de perder como un suspiro en el viento. Al final, siempre vuelvo a escribir, porque no tengo otra opción.

Escribo para no olvidar quién soy. Para sentir que, de alguna forma, tengo voz, aunque esa voz no haga eco en ninguna parte. Cada palabra que dejo en este papel es un muro contra el olvido, un pequeño latido que lucha contra la muerte. Y el latido sigue, sigue, hasta que el cansancio me atrapa y caigo dormido, con la pluma aún en la mano.

Día tras día, la escritura se convierte en mi única esperanza. Pero hoy, mientras el sol cae y el aire se enfría, siento algo diferente. Un susurro en la arena, un cambio en el viento. Sigo escribiendo sobre el hombre de la otra torre, pero noto cómo las palabras fluyen con una urgencia distinta. Y entonces lo entiendo: él escribe sobre mí. Ese hombre que invento, que creo y que destruyo con cada página, escribe sobre mí.

Nos escribimos mutuamente, una y otra vez, como un espejo que se mira a sí mismo hasta el infinito. Estoy atrapado en su historia, él en la mía. Cada palabra que pongo sobre el papel lo mantiene vivo, cada frase que escribe me salva de la nada. Somos los arquitectos de nuestra prisión, creadores del otro sin siquiera saber qué existe fuera de estas torres.

Y mientras me doy cuenta de esto, una carcajada amarga se me escapa. Qué cruel ironía: no somos más que personajes en la historia del otro, condenados a escribir para no morir, sin saber si alguna vez ese poema infinito tendrá fin. Puede que el sentido de nuestro destino no sea escapar, sino simplemente escribir hasta que la tinta se acabe, hasta que la pluma se quiebre, hasta que el eco del otro se disuelva en la oscuridad.

Quizá el destino sea una broma pesada. Y nosotros, los que escribimos, somos el chiste que nadie se atreve a contar en voz alta.

«El perro solo es el mejor amigo del hombre porque no conoce el dinero» (Maine de Biran, nacido el 29 de noviembre de 1766. Solo le faltó añadir a la frase lo siguiente: “porque si lo conociese, estaríamos tod@s con la rabia de los mordiscos que nos hubiese dado”)

Hubiese cumplido 84 pero ya no cumplirá más... al menos en este mundo y con el aspecto que lo conocíamos. Se quedó con 67 dejándonos su sueño californiano en la cara "B" de un single.

Somnis de California

El vent fred li mossegava la cara mentre caminava pels carrers grisos. Les fulles seques s'amuntegaven als racons, com els somnis que havia deixat enrere. Va tancar els ulls i va imaginar Califòrnia: platges daurades, el sol brillant sobre els cims de les palmeres, l'olor de sal i taronja. La ciutat de sempre s'esvaïa, substituïda per aquell paradís impossible. Va sentir com el seu cor, per un instant, volava cap a l'oest, allà on la seva ànima hi havia quedat atrapada. Va obrir els ulls. Només quedava el fred i l'asfalt. Però els somnis, almenys, encara hi eren.

y el bonus track que me gusta mucho... por la furgoneta, por supuesto.