viernes, 29 de noviembre de 2024

EL POEMA INFINITO

No sé cómo llegué aquí. No sé por qué me encerraron en esta torre de piedra ni qué hado miserable decidió que mi destino fuera estar sentado en este suelo frío, con las piedras clavándose en mi espalda. Pero aquí estoy, y solo tengo una cosa clara: debo escribir. Es lo único que me mantiene vivo. Sin la tinta que sangra sobre este papel, mi cordura habría huido hace tiempo, dejándome con la boca llena de gritos que nadie escucharía.

La pluma es mi herramienta y mi castigo, un artefacto de plumas negras que encontré en el suelo, como si el cuervo que se la dejó también quisiera deshacerse de ella. Escribo en un papel viejo, sucio, y cada trazo araña como si el tiempo se doblara y rompiera. Y escribo, ironía suprema, en un idioma que no conozco. Ni una palabra comprendo, pero al mismo tiempo, siento que este lenguaje corre por mis venas, como un eco de algo que siempre he sido.

Escribo sobre otro hombre. No lo conozco, pero lo siento tan presente que podría escuchar sus respiraciones pesadas si me concentrara. Él está encerrado en otra torre, igual a la mía, y él también escribe. Cada una de sus palabras me arde en los dedos, como si me dictara desde el otro lado del infinito. También escribe sobre otro hombre, que está en otra torre, que también escribe... ¿Cuántos somos? ¿Cuántas torres se alzan en este desierto sin fin? No lo sé, y esa ignorancia tiene un sabor amargo, como el metal oxidado que me obliga a seguir masticando.

Cuando el sol empieza a esconderse, asomo la cabeza por la abertura que tengo en la pared. No es una ventana, no merece ese nombre. Es solo una grieta que deja pasar el aire denso y caliente del desierto que me rodea. Un mar de arena roja y naranjas, bajo un cielo de fuego. A veces, me pregunto si alguien nos busca, si alguien allá fuera se pregunta cuántos poetas se han extraviado en estas torres. Pero esas preguntas son tan fáciles de perder como un suspiro en el viento. Al final, siempre vuelvo a escribir, porque no tengo otra opción.

Escribo para no olvidar quién soy. Para sentir que, de alguna forma, tengo voz, aunque esa voz no haga eco en ninguna parte. Cada palabra que dejo en este papel es un muro contra el olvido, un pequeño latido que lucha contra la muerte. Y el latido sigue, sigue, hasta que el cansancio me atrapa y caigo dormido, con la pluma aún en la mano.

Día tras día, la escritura se convierte en mi única esperanza. Pero hoy, mientras el sol cae y el aire se enfría, siento algo diferente. Un susurro en la arena, un cambio en el viento. Sigo escribiendo sobre el hombre de la otra torre, pero noto cómo las palabras fluyen con una urgencia distinta. Y entonces lo entiendo: él escribe sobre mí. Ese hombre que invento, que creo y que destruyo con cada página, escribe sobre mí.

Nos escribimos mutuamente, una y otra vez, como un espejo que se mira a sí mismo hasta el infinito. Estoy atrapado en su historia, él en la mía. Cada palabra que pongo sobre el papel lo mantiene vivo, cada frase que escribe me salva de la nada. Somos los arquitectos de nuestra prisión, creadores del otro sin siquiera saber qué existe fuera de estas torres.

Y mientras me doy cuenta de esto, una carcajada amarga se me escapa. Qué cruel ironía: no somos más que personajes en la historia del otro, condenados a escribir para no morir, sin saber si alguna vez ese poema infinito tendrá fin. Puede que el sentido de nuestro destino no sea escapar, sino simplemente escribir hasta que la tinta se acabe, hasta que la pluma se quiebre, hasta que el eco del otro se disuelva en la oscuridad.

Quizá el destino sea una broma pesada. Y nosotros, los que escribimos, somos el chiste que nadie se atreve a contar en voz alta.

«El perro solo es el mejor amigo del hombre porque no conoce el dinero» (Maine de Biran, nacido el 29 de noviembre de 1766. Solo le faltó añadir a la frase lo siguiente: “porque si lo conociese, estaríamos tod@s con la rabia de los mordiscos que nos hubiese dado”)

Hubiese cumplido 84 pero ya no cumplirá más... al menos en este mundo y con el aspecto que lo conocíamos. Se quedó con 67 dejándonos su sueño californiano en la cara "B" de un single.

Somnis de California

El vent fred li mossegava la cara mentre caminava pels carrers grisos. Les fulles seques s'amuntegaven als racons, com els somnis que havia deixat enrere. Va tancar els ulls i va imaginar Califòrnia: platges daurades, el sol brillant sobre els cims de les palmeres, l'olor de sal i taronja. La ciutat de sempre s'esvaïa, substituïda per aquell paradís impossible. Va sentir com el seu cor, per un instant, volava cap a l'oest, allà on la seva ànima hi havia quedat atrapada. Va obrir els ulls. Només quedava el fred i l'asfalt. Però els somnis, almenys, encara hi eren.

y el bonus track que me gusta mucho... por la furgoneta, por supuesto.




 

 

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